Cap. 25

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Narra ______.

Lo recuerdo muy bien. Lo recuerdo como si fuera ayer. Tengo hasta el último detalle incrustado en la memoria y, cuando me permito recordar —
como ahora—, toda la historia se reproduce ante mis ojos como una película. Los recuerdos están fragmentados, hay partes borrosas, y a veces el sonido desaparece, pero sigo acordándome. Sigo sabiéndolo. Lo sé todo.

—Habíamos salido para disfrutar de una noche de chicas. Era algo que hacíamos muy a menudo. Mamá insistía en que hiciéramos cosas de chicas una o dos veces al mes y salíamos juntas a cenar y ver una película, a veces de compras. Esos días aprovechábamos para ponernos al día con nuestras cosas. Hablábamos de chicos, de música, de ropa. De todo.

—Por lo que cuentas parece que eran muy unidas.

—Sí. —Se me dibuja una pequeña sonrisa en los labios. —Era mi mejor amiga.

—Háblame de ella.

—Todo el mundo dice que me parezco a ella, pero yo no lo veo. Mamá era preciosa. Ya sé que tenemos el mismo pelo y los mismos ojos, pero ella tenía una diosa interior que se proyectaba al mundo desde dentro. Siempre estaba alegre y sonriente, siempre estaba dispuesta a echar una mano. Trabajaba en un centro social para jóvenes ayudando a chicos drogadictos o sin techo. A veces, cuando la acompañaba para hacer de
voluntaria los fines de semana, los escuchaba hablar de lo fantástica que era. Siempre les alegraba el día. Todo el mundo la quería. —Pero aquella noche…

Habíamos ido al cine porque era lo que yo había elegido hacer ese día.

—Vamos a comprar algodón de azúcar. —propuso mamá al ver a un vendedor ambulante al otro lado de la calle.

—Eso es una tontería, mamá. ¡Son las once de la noche! Papá nos estará esperando despierto.

—Vamos, ______. No seas aguafiestas. —Aparcó el coche al otro lado de la calle en la que estaba el vendedor. —Solo serán dos minutos. Te lo prometo.

Yo suspiré. —De acuerdo, pero estás loca.

Abrió la puerta mirándome por encima del hombro. Tuve la sensación de que la emoción que sentía, intensificaba el inconfundible aroma ligero y floral que siempre la acompañaba. Sonrió con los ojos llenos de picardía igual que una niña. No pude evitar devolverle la sonrisa; mi madre tenía esa clase de sonrisa que se contagia. La observé salir del coche y vi que rebuscaba en el bolso algo de dinero suelto mientras se acercaba al vendedor.

En ese momento escuché unas explosiones que debían sonar a una manzana de distancia.

¡Fuegos artificiales!

Bajé la ventanilla y saqué la cabeza, y entonces me llegó el grito. Alguien estaba gritando. Las explosiones eran cada vez más fuertes y se oía el chirrido de unas ruedas.

—¡______, agáchate! —gritó mamá.

Yo empecé a temblar, me volví a sentar en el coche y me arranqué el cinturón de seguridad. Resbalé por el asiento mientras los sonidos retumbaban en los edificios a mi alrededor. Busqué a mamá con los ojos y entonces…

Bang.

Empezó a caer.

Yo grité.

Pasó un coche a toda velocidad y por fin comprendí que las explosiones eran disparos. Gateé por encima de los asientos hasta alcanzar la puerta del conductor.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡No, mamá!

Abrí la puerta, caí del coche y peleé por ponerme en pie. El olor a pólvora y a humo se coló por mi nariz y me envolvió su acre intensidad. Me abrí paso a través de la multitud que se había reunido en la acera y aparté cuerpos y gente sin dejar de gritar su nombre; necesitaba verla porque tenía que estar bien, tenía que estarlo. Mamá no me podía dejar porque se suponía que siempre estaría ahí, siempre. Siempre. Siempre. Siempre.

El Juego del Amor |Jaehyun NCT & Tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora