"Mis primeros años"

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Los primeros años de esta historia no tuvieron días soleados. Una tormenta de oscuridad y maldad se aproximaba a la Tierra. El destino de la negra profecía amenazaba cumplirse...

Una parda y fría noche de invierno la lluvia azotaba las tejas de barro de un pueblo escondido en medio un bosque al norte de Italia. La campana de un antiguo orfanato de piedra y musgo anunció la llegada de 2 policías. Era muy extraño que la policía visitara ese lugar; en realidad, cualquier tipo de visita era anormal pues el orfanatorio estaba bastante lejos del pueblo y no había mucho que ver.

Helena, la madre superiora, se asomó a la ventana y vio a 2 oficiales parados bajo la lluvia con un bebé en brazos. Un estremecimiento, una inquietante certeza se apoderó de ella.

Recibió al pequeño en un enorme y derruido despacho estilo victoriano, firmó los documentos de rutina mientras miraba de reojo al bebé y advertía que los guardias lucían impacientes. Así que, sin hacer preguntas acerca de su origen o condición, aceptó al niño en su casa y les dijo a los oficiales que muchas Gracias y que ya podían marcharse. Los policías le agradecieron y desaparecieron bajo la lluvia. Helena abrió la manta que cubría al recién llegado y lo observó largo rato. Era un pequeñuelo hermoso, rubio y con los ojos claros, pero tenía un desagradable lunar en la palma de la maño derecha ya vería si podían quitárselo. Lo acostó en una silla y anotó sus datos en el libro de huérfanos, con el nombre que le habían asignado en el registro del  hospital, un nombre verdaderamente espantoso horrible, no sabia porque los padres le hacían la vida difícil a sus hijos. La monja se quitó la pluma de la boca y anotó el chocante nombre, carente de apellidos, en su libro de registro: Liutprando.

Las habitaciones del orfanato eran altas. frías y estaban sumamente descuidadas. Claro que no tenia que ser así, pero las monjas que atendían el lugar destinaban la mayor parte de los donativos a mejorar su propia casona. "Bastante hacemos por estas pequeñas bestias", explicaba la madre superiora a las demás hermanas. Una plaga de ratas y ratones se habían apropiado del territorio y corrían de un lugar a otro sin que nadie les dijera nada. El frío y la humedad calaban los huesos durante las cuatro estaciones y eran los culpables de un sinnúmero de enfermedades respiratorias que los pequeñines padecían sin saber qué habían hecho para merecer tal castigo divino. "Dios los está castigando", les explicaban las monjas cuando se enfermaban.

Helena y Carlota eran las madres que estaban encargadas de velar por la salud y educación de los niños, y cuidar que el orfanatorio continuase con su noble misión. Helena era una mujer de edad avanzada, tenía ojos saltones de color verde olivo y carecía de cejas, las arrugas en su frente revelaban a una mujer de carácter neurótico y su hábito color marrón le cubría siempre el cabello, así que nadie sabía cómo era o tan siquiera si lo tenía. Su cuerpo redondo, pequeño y cojeaba de una pierna.

La madre Carlota tampoco tenía muy buen humor que digamos, era una mujer joven en comparación con la madre Helena, pero de una complexión tan robusta que, al verla de espaldas vestida con sotana, semejaba un ropero de caoba. Tenía los ojos negros, el cabello rubio y siempre estaba histérica.

Liutprando fue instalado sobre un catre oxidado en una pequeña habitación gris, la madre Helena lo cubrió  con unas sábanas parchadas con pedazos de camisas viejas y se dijo que era una gran persona, nadie como ella para ayudar a los demás, para socorrer a los necesitados. Apagó la luz, salió de puntillas para no despertar a la criatura y suspiró aliviada cuando cerró la desvencijada puerta, su trabajo estaba hecho.

Cuando la madre Helena iba caminando por el pasillo se encontró con la madre Carlota las 2 se quedaron viendo fijamente por un momento, después empezaron a hablar de quien de ellas se debía hacer cargo del nuevo niño, la madre helena se justificó diciendo que el niño necesitaba muchos cuidados especiales y que estaba muy ocupada, la madre Carlota solo no quería hacerse cargo y no quería estar cerca de él.

Entraron las 2 al cuarto azotando la puerta, haciendo despertar al bebé, Helena le dijo a Carlota me importa poco lo que hagas o dejes de hacer con el niño. Tú debes de cuidarlo y no hay más que decir. Las cosas son así y nada puedes hacer al respecto. La madre superiora dio medio vuelta y tras ella azoto la puerta, haciendo retumbar los opacos cristales que dejaban entrar franjas de luz en las que se podía ver el polvo que llenaba la habitación.

Carlota estaba furiosa, dio un taconazo de resentimiento en el suelo y miró al niño, esta quitó su manta, las largas y huesudas manos de la monja arrebataron las mantas de Liutprando con un solo movimiento y el pequeño se estremeció con la brusca sacudida, abrió sus angelicales ojos verdes y observó a la mujer que lo miraba. Esté empezó a arrugar la frente y se soltó a llorar, el agudo llanto brotó incontenible ante el amargo y virulento semblante que se le había puesto enfrente. La monja movió negativamente la cabeza, se tapó los oídos con las manos y se quejó de su mala suerte: ¡Calladito! ¡Aquí nadie quiere a los llorones! 

Liutprando chilló aún más fuerte y la monja retrocedió histérica: ¡No quiero escuchar tus horribles llantos! ¡Más vale que te calles! gritó y se fue dando un portazo. Ésa fue la primera visita que las religiosas le hicieron a Liutprando.

Al anochecer, niños de diversas edades, entre los 2 y los diez años, volvieron a sus habitaciones después de un día de clases y trabajo. A aquellos que compartieron cuarto con Liutprando les tocó el trabajo de coexistir con el penetrante llanto de su nuevo hermano, que había tomado el lugar del niño más pequeño del orfanatorio. Por regla general el niño más grande era líder de su cuarto y el encargado de la gemidora habitación era un pequeño macilento de rostro maligno. Se puso furioso al escuchar los alaridos del bebé y preguntó a sus compañeros: ¿De dónde salió este llorón? al ver que nadie respondía, aseguró: No nos va a dejar dormir si no lo callamos. Buscó consentimiento en el rostro de sus compañeros quienes, molestos por el llanto, movían aprobatoriamente la cabeza. El pálido y amarillento niño pidió que le pasaran una almohada y con ella cubrió el diminuto rostro angelical. Liutprando sintió como las pequeñas plumas de la almohada se introducían en su nariz y boca, comenzó a mover el cuerpo con movimientos muy bruscos lo que hizo que el malvado chico presionara aún más... se ahogaba, se asfixiaba, y no podía gritar...

Pero fuerzas más grandes lo protegían, pues uno de los pequeños había avisado del atentado con la madre superiora. Helena entró rápidamente al cuarto y vio la horrible escena: los niños gritaban como animales sedientos de sangre mientras uno de sus compinches celebraba la bestialidad y el crimen al tratar de asfixiar a un indefenso bebé. La madre superiora no lo pensó 2 veces y descargó un feroz golpe sobre la cabeza del pequeño homicida, los niños enmudecieron, el niño se puso a llorar y después de la reprimenda y el castigo físico nunca volvió a intentar silenciar el llanto de un bebé poniéndole un almohadón en la cara. Después del estremecedor incidente Liutprando fue reubicado. Como única posesión trasladaron el catre oxidado a un pequeño cuarto polvoso y atiborrado de cajas con libros y pedazos de muebles.

El tiempo pasó, las palabras que Liutprando pronunciaba eran contadas y muy elementales, desde que cumplió tres años comprendió que tratar de interactuar con los demás era una pérdida de tiempo. Al parecer, las personas comunes y corrientes no podían comprenderlo. Se sentía solo, aislado, no entendía bien cuál era su situación ni cuánto tiempo tendría que permanecer en aquel triste lugar. Su aspecto solitario y su misterioso espíritu provocaba el desprecio y la burla de sus compañeros, huelga decir que vivía entre seres realmente bárbaros e ignorantes; debido a su peculiar carácter lo llamaban loco, maniático, y sólo tenía cuatro años.

ANGEL CAÍDOWhere stories live. Discover now