Capítulo 2.

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—¡Ya es tarde! –un grito molesto se escuchó desde el primer piso– Es un maldito día importante y ese niño torpe no se apresura –gruñó en frustración–.

—Tranquilízate, no vale la pena enojarse tan temprano –la castaña quitó las manos de su esposo y se apoderó de la desordenada corbata que, en un intento fallido por su molestia, el alfa no pudo atar correctamente–.

Pasos suaves se escucharon desde el segundo piso y, en un segundo, Jimin apareció ante ellos.

—No, ni se te ocurra ir así –Jiyeong tomó bruscamente del brazo a Jimin y lo jaló escalera arriba hasta llegar a la habitación del castaño más pequeño–. Cambia tu ropa a algo formal, no te llevaré vistiendo como un vago.

—Pues, así me visto y si no te gusta no me lleves, por mí estaría mejor –Jimin cruzó los brazos y le dio una mirada asesina a su padre–.

A pesar de ser un omega, él nunca se doblegaba por nadie. Ya no más. Un par de años atrás, pasó un mal rato en la escuela media. El maltrato y acoso por parte de sus compañeros de escuela no era su predilección. Lloraba todas las noches, curaba sus raspones y escondía sus moretones con maquillaje, esperando que el día siguiente fuera mejor. Cuando comprendió que nadie lo salvaría, algo en su interior se rompió y desarrolló una naturaleza cortante. Un escudo que lo alejó de todos aquellos que lo molestaban. Si no había un héroe que lo salvara, él mismo se salvaría.

Sorprendentemente después de todo eso, la voz alfa ya no le afectó, al menos no de los alfas de su edad, aquellos estúpidos que buscaban cualquier cosa con piernas para poder poseer. La de aquellos más imponentes le llegaban a marear, su naturaleza omega se sacudía con la orden, pero su determinación era más grande.

Las barreras que estaban en su exterior solo se quedaban ahí, afuera. Porque nadie realmente lo conocía lo suficiente como para darse cuenta que su interior era frágil y lleno de sentimientos adorables. Él consideraba su naturaleza omega totalmente ingenua y soñadora, pero eso no significaba que todos debían saberlo. Estaba seguro que solo la voz de aquel complemento podría afectarlo y, entre más pasaba el tiempo, más seguro estaba de eso.

Algunos llegaban a creer que era un beta por la falta de sumisión y su carácter seco y solitario. Sin embargo, su embriagante olor lo delataba.

—Te daré dos minutos para que bajes –lo amenazó–.

—¿Y si no, qué? –levantó una ceja, invitándole a seguir con su amenaza–.

—Le diré a tu tía que pasarás todas tus vacaciones con ella –sonrió victorioso al ver la expresión horrorizada de Jimin–. Dos, ni uno más.

Jimin azotó la puerta cuando su padre salió. La tía Jyon era peor que una bruja, si sus padres lo odiaban con toda su alma, estar con ellos era estar en el paraíso a comparación de estar en la casa aislada de la alfa.

Abrió su armario y tomó lo primero que encontró, se cambio por ello. Pero, no sin antes agregarle su toque.

—No sé si eres tonto o simplemente me quieres matar con todos los disgustos –Jiyeong apretó el volante hasta que sus nudillos se volvieron blancos–.

—Tal vez eso sería pertinente, ¿no lo crees? –preguntó casualmente con los brazos cruzados y una mirada aburrida en su rostro–.

—¿Y entonces quién te mantendría? –su sonrisa burlona revolvió el estomago de Jimin– ¿Quién crees que querría a un omega inútil como tú? Al parecer aún sigues creyendo que alguien te elegirá y desechará la oportunidad de conseguir algo mejor.

Jimin no contestó, solamente volteó hacia la ventana cuando vio la sonrisa victoiosa de su padre. Dolía, dolía una y otra vez ¿Acaso nadie se daba cuenta que lo lastimaban? ¿Cuál fue su error para ser tratado así por sus propios padres? No lloraría, ya no más por cosas estúpidas.

Él no era alfa, eso no podía cambiarlo a menos que volviera a nacer.

—Toma esto –Jiyeong colocó una carpeta llena de documentos desordenados sobre el escritorio–, y esto también.

Seguido, varias carpetas negras con el logotipo de la empresa aterrizaron a su costado. Una enorme "J" dorada con detalles intrincados en su interior adornaba el centro. Era muy elegante, aquel emblema de la poderosa familia... ¿Jeong? ¿Jyen? ¿Jun? ¿Jyeon? Realmente no le importaba, odiaba con su vida a todas esas familias aristócratas llenas de arrogancia y desprecio. Estaba totalmente en contra de ir y ayudar en eso que tanto le causaba aversión. Pero, ¿qué más le quedaba? Era eso o ir a un infierno peor.

—Necesito que saques una copia de cada hoja –señaló la carpeta amarilla– y las coloques en las carpetas –esta vez, señaló la montaña negra–.

—¿Algo más? ¿No quieres también que las lleve hasta su oficina y le prepare el café? –preguntó con sarcasmo–.

—Ahora que lo dices... eso estaría muy bien –Jiyeong quedó pensativo y después sonrió–. Apresúrate, en una hora los quiero en la sala de juntas del último piso.

—¿Y tú qué harás? –preguntó indignado–

—Mejores cosas que eso –se encogió de hombros y, sin más, salió de la minúscula oficina donde se encontraban la fotocopiadora y un Jimin enojado–.

El castaño suspiró molesto, abrió la carpeta y comenzó a meter las hojas en la máquina. Minutos más tarde entendió a que venía tanto alboroto en los pasillos. Tenía la vaga idea de lo que sucedería, un evento importante.

Cinco minutos después de escuchar los cuchicheos detras detrás de la puerta y oler las hormonas alborotadas de omegas femeninas, averiguó que el primogénito J sustituiría a su padre.

Todo tenía que estar perfecto para cuando el envanecido heredero llegara. Nada de errores que causaran dolores de cabeza al idiota de traje perfecto y porte soberbio.

¿Qué sucedería si en lugar de las letras aburridas se subiera a la fotocopiadora y sacara imágenes de su trasero y las colocara? Se mordió el labio divertido, pero un segundo después se olvidó de su genial idea al comprender que su padre lo echaría de casa, después que lo echaran a él de su trabajo. No tenía un maldito lugar al cual ir y, al ser consciente de su naturaleza, no quería sufrir algo peor.

Suspiró resignado y volvió a hacer lo que faltaba.

Diez minutos después de tener todo listo y estar seguro que completó lo debido, su ropa incomoda comenzó a pasar factura. La camisa blanca era ajustada y totalmente molesta, le ajustaba ligeramente el torso, su ligero vientre a creado de comida chatarra se notaba a través de ella. Su madre tenía la maravillosa costumbre de recordarle una y otra vez lo gordo que estaba. Gracias a ella y todas las personas que se lo decían, él terminó sintiéndose incómodo en su propia piel.

Demasiadas curvas para ser un hombre, nada de vellos, cabello suave y brilloso, muslos torneados que se marcaban visiblemente en sus ajustados pantalones: el epítome perfecto de un omega. El único consuelo que tuvo ese día, fue poder conservar las vans que cubrían sus pies.

Alejó todos sus pensamientos desastrosos y aflojó la corbata mal anudada, volvió a colocar los lentes sobre su nariz y tomando todas las costosas carpetas emprendió camino al elevador. Todos los papeles y sus cubiertas eran pesados, con suerte podía rodearlas con sus brazos. Soñó despierto lo que podría estar haciendo en lugar de caminar por los suelos lujosos de ese gigantesco edificio. Pulsó el botón del elevador con un suspiro frustrado, adentrándose cuando las puertas metálicas se abrieron. La música clásica e irritante lo recibió, Jimin tenía unas ganas inmensas de estampar su cabeza una y otra vez contra el espejo hasta que su pesadilla acabara. Pulsó el botón del último piso y, en el segundo antes que las puertas cerraran, una voz surgió desde el otro lado y una mano se interpuso entre las metálicas puertas.

—Espera –la voz lenta hizo que hasta la última de sus células se agitaran y calentaran–.

Tal vez esa mano no solo se interpuso para no quedarse fuera del elevador, quizás fue para detener el rumbo caótico de la vida que llevaba Jimin. Posiblemente, detuvo su caminar hasta el abismo, despejando la niebla que cubría sus estrellas.

El impredecible destino hace movimientos súbitos que pondrían su vida totalmente de cabeza.

Trágicamente omega || Adap. KOOKMIN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora