Capítulo 3.

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Los días han pasado y me siento renovada, como hace meses atrás, no le doy cabeza al tema desde que papá está aquí, y me ha ayudado. No ha dejado de buscarme para hablar, más que nunca le interesa saber cómo me encuentro y en mis adentros se lo agradezco.

Es lindo cuando por fin alguien se preocupa por ti. 

No porque no valore a Selene, sino porque se siente diferente cuando viene de un lazo más fuerte. 

Richard me da importancia y no me limita como lo hace Sophia, que no me deja ir tranquila por la vida si no es con Carlo. El moreno me escolta desde hace tres años, y a pesar de que estamos en confianza, me hastía tenerlo pegado al culo todo el tiempo. Luego de tantas horas con él es como si me robara oxígeno, tiempo y privacidad. 

Por este tipo de cosas me agradan los escasos momentos en que Richard se queda por las semanas. No exagera como mi madre, a la que temo que me ponga un rastreador mientras duermo; la intención, se la veo, no me voy a engañar. 

O le importo mucho, o no le importo nada. Punto medio no hay. 

Suspiro, no hay manera de cambiar la relación.

Dark Horse de Katy Perry suena en los altavoces del salón y me dedico a tararearla mientras me desplazo sin esfuerzo por el piso. No sé si la livianez se deba a lo que estoy tomando por las noches, pero si lo es, espero que no se termine el efecto. Soy capaz de saltar en un pie si me doy la oportunidad. 

Vuelvo a concentrarme en los ejercicios de gimnasia que sé desde que tengo memoria. Mi método para distraer la mente, y funciona. Toda mi vida la he practicado a la par de las danzas, la costumbre no se pierde y la pasión tampoco, menos los días que me siento tan tensa, los aprovecho para estirar. 

—Me duele cada vez que te veo hacer eso —se queja Carlo en una esquina del cuarto cuando me llevo la pierna hasta la cabeza. 

El moreno que me saca como tres cabezas de altura y parece que desayuna esteroides, a sus veintinueve años no soporta ver algo tan simple. Por dios, un brazo suyo son tres míos. 

—Tan fuerte, y sensible como una mariposa —musito, jugando con mis pies en el piso de madera recién encerado. 

Deja las manos detrás de su espalda y bufa, negando con la cabeza. Es difícil hacerlo perder la compostura, por eso Selene y yo amamos buscar los puntos sensibles como si fuera un ratón de laboratorio. 

Reconozco que Carlo es guapo, tiene lo suyo; una mandíbula cuadrada bien marcada adornada por un rastro de barba recién cortada y unos ojos chocolate muy bonitos, combinados con un cabello castaño oscuro de corte bajo. Nunca lo he visto perder el estilo, lo luce más con el zarcillo de oro que tiene en la oreja izquierda. Lástima que no le quite que tenga el alma de un viejo que sirvió a la guerra. 

—¿No tienes huesos? —me jode otra vez. 

—Lárgate. 

Acata mi orden y sale dejando la puerta abierta. Sophia no está en casa, así que no hay nadie que se queje de la música. Una preocupación menos cuando no corre por ahí como la tirana que es. 

Sigo practicando con la voz de Sia en casi toda la planta baja. No pasa mucho tiempo cuando Selene entra avisando que Richard le pidió que lo acompañara a elegir unos regalos para mis tíos, por lo que somos Carlo, Mariana (la encargada del servicio) y yo. 

Voy por una botella de agua y me la encuentro bailando un merengue que no dudo en seguirle apenas lo oigo. Me gusta la música que pone cuando cree que está sola. No se aflige al verme, todo lo contrario, me aplaude al verme tan feliz. 

La Realidad De Una Mentira [ ARDOR #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora