Capítulo 5.

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Andrew.

No hay nada comparado a la satisfacción de saber que las cosas van como tú quieres. 

El cielo parece reconocer lo que se avecina, y no lo oculta, viéndose gris y problemática. 

Apreciar cómo el clima justo el día de hoy contradice la estación actual en Londres, me complace al saber que de esa forma los planes de esta noche cambiarán. Estamos a diecisiete de agosto, un día de por sí pautado para hacer lo que a mis hermanos se les dé la gana en la fecha de su cumpleaños. 

Para mi desgracia, no tengo ni puta idea de lo que quieren hacer, y tampoco necesito que me involucre. Las posibilidades de que me ocupe son altas, como las de que no me encuentren hasta la próxima semana, y si todo sale bien y es así, no podrán meterme en su paquete cumpleañero. 

Los mellizos han estado en mi casa desde anoche, invadiendo mi espacio hasta el punto de querer echarlos a patadas. El que se queden no me molesta hasta cierto límite, el cual Matthew rebasa cuando mete mujeres sin avisarme antes o Breena invita a sus amigas, como si necesitara más servicio del que tengo. 

Mi paciencia está rota, estoy en un momento de mi vida en que incluso dudo que exista. Se pone a prueba en lo que mi entorno respecta, como ahora.

Breena entra a mi habitación sin tocar, aún sabiendo que debería hacerlo antes de irrumpir en lo fuera que estuviese metido. Da pisadas fuertes, con los puños apretados a sus costados, chocando la suela con el piso de madera pulida mostrando su ira de una manera innecesaria. Para ella no es suficiente la cara de asco que trae desde antes de entrar, le encanta llamar la atención solo para que le pregunten qué le pasa. Pero sabe que no lo haré, así que arroja lo que trae en las manos a la cama y se asoma por el balcón que da al patio trasero, sacudiendo la cabeza. 

—¡Estoy harta de él! —exclama, asomándose por la ventana.

La rubia bota humo por las orejas en lo que toma el vaso de agua que está en mi mesa de noche y se dirige de nuevo a las puertas corredizas de cristal. Le faltan los tornillos cuando discute por lo que le disgusta, y no es la excepción cuando tira el líquido con todo y recipiente al piso de abajo. Se escuchan las quejas de dos voces al unísono cuando impacta en el piso.

Mis pulmones me obligan a tomar aire para no sacarla y pedirle que se medique. 

Es una maldita cría de veintidós años. 

—¿Qué mierda te pasa ahora? 

—Está follando a una de sus putas abajo.

—¿Y? 

Manotea el aire, haciendo señas de lo que para ella es obvio. No soy retrasado, pero no capto ni mierda de lo que intenta interpretar. 

—¡¿Y?! ¡Luis está comprando un maldito regalo que le cuesta dos meses de salario y él se folla a la primera zorra que se le pone enfrente! 

Saco mi cajetilla de cigarros del pantalón y me llevo uno a los labios mientras camino hacia el balcón, ignorándola. Breena me sigue como perro a su dueño cuando tiene hambre. 

—¿No vas a decir nada? 

Doy una calada, pensativo, apoyando los codos sobre la baranda mirando hacia adelante. No me importa en lo absoluto lo que haga con su polla. Si se folla a una, si se folla a otro, no le incumbe a ella ni a mí; sabrá él qué mierda hace con su aparato. Lo único que me hastía es que sea en mi jodida casa y que ella crea que puede hacer lo correcto. Ambos están lo suficientemente grandes como para meterse en los asuntos del otro cada vez que se molestan. 

La Realidad De Una Mentira [ ARDOR #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora