Capítulo 2

370 13 0
                                    

Después de vagar durante horas por el llano, y habiendo parado el ruido que venía de los árboles, decido aventurarme entre ellos en busca de Krog, pues sin él no veo otra forma de permanecer a salvo mientras encuentro la manera de regresar a mis tiempos. Pero no pasa ni un par de segundos, cuando mi vista se vuelve a nublar por una intensa luz, y escucho el mismo zumbido de cuando accioné la máquina que me trajo aquí.

Una cálida y suave mano acariciando mi hombro, mi cuello, y finalmente mi rostro, me hace despertar y, entre mi incertidumbre, susurro de manera casi inconsciente.

— Oh, sí, sabía que volverías —Con mis ojos aún cerrados, visualizo la mano de Krog y comienzo a besarla delicadamente, hasta que encuentro la punta de sus dedos índice y medio con mis labios. Abro mi boca y, entre gemidos, dejo que entren para después atraparlos entre mi lengua y mi paladar—. Aahh, Krog —suspiro esta vez jadeando.

— ¿Krog? —dice una voz que no reconozco y que hace que mis párpados se separen. Definitivamente no es Krog; no es alto y fuerte como él, sino todo lo contrario. Escupo sus dedos de mi boca.

— ¿Quién eres tú? —le digo. Él solo me observa y no responde. Parece nervioso.

Me levanto y observo a mi alrededor, dándome cuenta de que he vuelto al laboratorio. Además del sujeto de hace un momento, hay dos más que, igual que él, solo me observan nerviosos. Entonces el dueño de los dedos empapados con mi saliva habla.

— ¿Estás bien? ¿Qué le pasó a tu ropa?

Es en ese momento que recuerdo que lo único que conservo son mis zapatos, y rápidamente trato de cubrir mis senos con mi brazo izquierdo, y mi entrepierna con la mano derecha. Puedo ver cómo gotea sangre de la nariz de uno de los tipos. El mismo chico de hace rato vuelve a hablar.

— ¿Qué fue lo que pasó allá? Tus piernas se ven quemadas. ¿Cómo perdiste tu ropa?

— ¿Antes me podrían dar una toalla o algo? —les solicito.

Uno de ellos se pone a buscar, y rápidamente me da una. Me cubro con ella, y comienzo a contarles todo, omitiendo la parte en la que tuve sexo con un cavernícola. Les pregunto por la hora, y es entonces que me doy cuenta de que el tiempo ha seguido pasando cuando me fui. Luego me explican que fueron ellos quienes me teletransportaron de vuelta. Al parecer les sorprendió el desastre que dejé en el laboratorio, revisaron todo el lugar, y se dieron cuenta de que la máquina había sido utilizada.

Al principio me encuentro temerosa de que vayan a acusarme, pero rápidamente uno de ellos se delata sin querer, haciéndome saber que ninguna autoridad de la universidad sabe sobre el laboratorio, mucho menos sobre la máquina del tiempo. Al final, son ellos quienes me ruegan que no lo cuente a nadie, yo acepto y, vestida con la ropa prestada de uno de los jóvenes científicos, me voy a casa.

Durante la noche, el recuerdo de Krog no me deja dormir. Me preocupa demasiado lo que le pudo haber pasado, y siento que tengo la responsabilidad de ir a buscarlo.

Al día siguiente, regreso al laboratorio para devolver la ropa que me llevé. Pero no encuentro a nadie. Se me ocurre la idea de volver a meterme en la máquina para ir en busca de Krog, pero justo cuando estoy por entrar, aparece alguien.

— ¿Qué crees que haces? —me dice.

— Solo estaba viéndola la máquina —le respondo.

— Ibas a meterte, ¿verdad?

El chico lo sabe. Después de todo, si no fuera tan inteligente, no habría podido crear una máquina así con sus otros amigos.

— Por favor, déjame ir. Hay algo que tengo que arreglar allá.

— ¿Tienes idea de lo peligroso que es? Tuviste suerte de no haber muerto.

— Sí, es peligroso. Pero lo que tengo que hacer es muy importante. No podré vivir conmigo misma si no lo arreglo.

— No, imposible. Yo... aunque yo accediera, los otros no lo permitirían.

— ¿Cuándo volverán?

— Se fueron a casa. No vendrán hasta mañana.

— ¡Estupendo! Entonces puedo ir y regresar sin que se den cuenta.

— ¿Ah? Pero si te acabo de decir que no puedes ir.

— Por favor. Tienes que ayudarme. Déjame ir —le ruego.

— No. Me gustaría ayudarte, pero no pue...

—¿Qué tengo que hacer para que digas que sí? —le pregunto casi desesperada.

— No, nada. Simplemente no es pos...

— Pídeme cualquier cosa.

Sometida por la prehistoriaWhere stories live. Discover now