Capítulo 5

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— ¿Quién es él, Alessia? ¿Y dónde está Rodrigo? —pregunta alguien mientras mi vista aún se encuentra borrosa. Conforme se aclara, me doy cuenta de que mis pies siguen sin tocar el suelo mientras el atarantado cavernícola homicida me sostiene en el aire.

Está tan afectado por el viaje, que logro zafarme de su brazo, cayendo fuertemente al suelo, pero sin hacerme ningún daño. Apenas siento las pantorrillas, y solo logro dar algunos pasos hacia el centro del laboratorio mientras trato de equilibrarme antes de caer sobre mis rodillas. Elevo la mirada, y veo a tres sujetos en bata. Uno de ellos apunta temblorosamente al cavernícola con una especie de pistola de agua que no me sorprendería que en realidad sacara algún tipo de rayo láser.

— Lo... lo lamento. Pasó algo allá. Ro... Rodrigo.... Perdónenme. Prometo que lo arreglaré —digo tratando de aguantar las lágrimas—. Solo necesito viajar unos minutos antes de que...

— No lo entiendes —dice otro de los científicos interrumpiéndome—. No podemos simplemente robarnos al Rodrigo de otra dimensión. Ninguna dimensión es exactamente igual, y él notará las diferencias ya que incluso las leyes físicas de nuestra dimensión podrían ser ligeramente distintas a las de la suya.

— ¿Qué? Pero ¿qué estás diciendo? Traeremos al Rodrigo de esta dimensión. Solo hay que viajar al pasado del...

— ¿Pasado? —preguntó el mismo científico enojado—. No existen los viajes en el tiempo, Alessia. Has estado transportándote al presente de una dimensión en la que los ancestros del ser humano no han terminado de evolucionar, ni se han extinto. Una dimensión en la que la desaparición masiva de los dinosaurios nunca ocurrió. El Rodrigo que conocemos está muerto para siempre.

— ¿Qué? —Mi voz se quiebra, y vuelvo a soltar en llanto. Siento un cosquilleo en el pecho y toso. Mis pulmones se están cerrando.

— ¡No te muevas! —grita el sujeto con la pistola. Giro mi cuello y me doy cuenta de que el Neanderthal ha comenzado a recuperarse.

Sus ojos se abren, y por unos segundos su mirada se centra en mí. Luego mira a los científicos, y enfurece al identificarlos como una amenaza. Uno de ellos grita de terror, y a medio metro de mí veo una onda de luz salir disparada en dirección al cavernícola. Parece que sí era una pistola de láser después de todo. Sin embargo, no es muy efectiva, ya que el impacto apenas le genera una ligera quemadura en el pecho.

Mi estado de conmoción es tal, que cuando me doy cuenta, se encuentra junto a mí, apretando con fuerza la muñeca del científico, haciendo su pistola caer al suelo. A su lado se ve aún más grande de lo que recordaba.

Después de superar el shock inicial, logro comenzar a gatear en reversa hacia la máquina mientras observo cómo su primera baja es arrojada contra una de las mesas, para luego colocar su mano sobre la cabeza de su próxima víctima.

Mis ojos se cierran en reacción a lo que sé que vendrá, y luego escucho un fuerte crujido, como si un vehículo acabara de pasar sobre una sandía, aplastándola y haciendo chirriar su cáscara. Sé que mi mente no podrá con la escena que hay frente a mí, así que giro mi cuerpo en dirección a la máquina y decido no volver a mirar atrás. Cuando llego hasta ella, me pongo de pie y, con las piernas temblando, abro la pantalla digital, tratando de localizar a Krog.

Detrás de mí, escucho los gritos ahogados del último sobreviviente, que pronto son enmudecidos para siempre. Comienzo a presionar los botones del panel, que de alguna manera es muy interactivo. La presencia del cavernícola se siente cada vez más cerca de mí cuando consigo presionar el botón de activación y retrocedo para hacer espacio a mi salvador, chocando mi espalda y mis glúteos contra el colosal cuerpo del malvado Neanderthal, quien rápidamente me atrapa entre sus brazos. Ante nosotros, un Krog salvaje y desorientado aparece.

— K-Krog —logro decir con el poco oxígeno que la sofocante presión de los brazos del Neandertal genera sobre mi cuerpo.

Como si nos conociéramos de toda la vida, Krog identifica mi voz, y su mirada se alza. Pronto, sus ojos se ven enfurecidos, y su rostro cobra una apariencia tan malvada como la del Neanderthal que me mantiene cautiva dentro de su enorme físico.

— ¡Alessia! —grita pronunciando mi nombre perfectamente. Alcanzo a formar una sonrisa mientras mi vista se va oscureciendo por la falta de aire.

Krog lleva su cabeza hacia atrás y suelta un grito que me hace recordar a Tarzán, para luego volver a enfocar su atención al frente y, con un paso largo y sólido, impulsarse al frente para impactar su puño contra la quijada del otro Neanderthal, haciéndolo salir lanzado hasta caer sobre su espalda.

Por sorprendente que el puñetazo ha sido, el Neanderthal no me ha soltado en ningún momento, y he terminado cayendo sobre él, golpeando mi espalda baja con su pelvis, aún sujeta entre sus brazos. El dolor me hace soltar un lloriqueo desesperado, lo que hace que Krog vuelva a aullar al techo como la criatura selvática que es.

Sin que el Neanderthal haya podido recuperarse de la reciente colisión que sufrió, Krog llega hasta nosotros y abre su mandíbula de una manera que me hace temer que sus músculos risorios vayan a desgarrarse, y clava sus dientes sobre uno de los brazos que me aprisionan. El otro Neanderthal grita de dolor, pero se rehúsa a soltarme. La presión que su otro brazo comienza a ejercer en mi vientre me hace sentir que algo dentro de mí está a punto de romperse, pero Krog lo nota y rápidamente comienza a luchar contra la fuerza del Neanderthal, atrapando su antebrazo con su mano izquierda. El alivio que me genera la liberación de la presión en mi cuerpo se vuelve incluso placentera cuando mis pulmones vuelven a llenarse de oxígeno de forma desesperada como si acabara de salir del fondo de una profunda piscina.

Cuando parece que el Neanderthal se ha recuperado de la caída, enaltece su cabeza para mirar a Krog con odio y, concentrando toda su fuerza en el brazo cuya muñeca se encuentra entre sus dientes, lo agita de forma brusca, lanzándolo lejos de nosotros. Es cuando su cuerpo se mueve en cámara lenta por el aire que me doy cuenta de la profundidad de la mordida de Krog, pues entre sus dientes permanece la misma mano, ahora desprendida, con la que el cavernícola asesino aplastó la cabeza de una de sus víctimas apenas unos minutos antes.

El dolor lo invade, y las fuerzas en sus brazos desaparecen, permitiéndome liberarme y escapar hacia donde el cuerpo sólido de Krog ha aterrizado. Justo antes de llegar hasta él, encuentro la pistola láser que el otro científico soltó, la tomo y llego hasta donde está Krog. Me doy cuenta de que el golpe lo ha dejado inconsciente, y rápidamente apunto a donde está el otro cavernícola para comenzar a disparar en su dirección una y otra vez. Sin embargo, los impactos del arma nuevamente resultan inútiles, e incluso puedo ver cómo la temible criatura comienza a levantarse.

Vuelvo a mirar a Krog, que está completamente inconsciente, y comienzo a caer en desesperación. Ahora que el otro Neanderthal ha visto del lado de quién estoy, no dudará en asesinarnos a ambos. De pronto, una idea viene a mi mente.

— Lo siento, Krog —digo antes de disparar el arma contra su pecho varias veces, hasta que llega una reacción.

Krog recupera la consciencia mientras gruñe varias veces, y luego fija su mirada al frente cuando su cuerpo es cubierto por una gruesa sombra. Me paralizo, pero él no, y antes de que ocurra lo peor, una poderosa patada vuelve a enviar al cavernícola hasta el otro lado del laboratorio. Inmediatamente, Krog se pone de pie, y empieza a correr con zancadas solemnes hasta llegar a donde está el Neanderthal, dando un salto en el último segundo, elevándose en el aire para luego aterrizar incrustando sus rodillas sobre su vientre, rompiendo sus costillas, inhabilitándolo permanentemente. Los chillidos del cavernícola moribundo hacen notar cómo sus pulmones perforados comienzan a llenarse de sangre, que de forma encolerizada intenta expulsar por su boca, bañando a Krog. Pronto, sus movimientos concluyen.

La adrenalina en mi cuerpo comienza a diluirse, y me doy cuenta de que era lo único que me mantenía con energía cuando dejo de ser capaz de activar mis músculos, y quedo recargada sobre los restos de la mesa rota detrás de mí, completamente inmóvil.

Dirijo mi mirada hacia mi derecha, solo para observar los cuerpos sin vida de los demás, regados sobre el laboratorio destrozado.

Krog llega hasta mí, y me carga, para luego sentarse en el suelo, cruzando sus piernas. Percibo tristeza en sus ojos.

— Está bien. Me siento muy débil, pero creo que no tengo nada roto —digo intentando tranquilizarlo mientras mis ojos comienzan a cerrarse lentamente, hasta que pierdo el conocimiento.

Sometida por la prehistoriaWhere stories live. Discover now