Entre la espada y la pared

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— Gordi, ¿estás bien, bebita? — Wallace entró a la cocina, donde Cecilia atacaba un pote de helado de vainilla.

— No me llames así. Ya no soy tu bebita. — Se quejó la morena llevando un gran bocado de helado a su boca.

— Tú siempre serás mi bebita. — La arrinconó contra la encimera y limpió el helado que escurría por la comisura de la boca de la muchacha.

— Wally, no hagas esto. — Cecilia no podía dejar de mirar aquéllos ojos azules que por años fueron su perdición, cada detalle de él. Cada peca, el lunar debajo de su ojo que lo caracterizaba.

— ¿Qué cosa, bebita?— La tomó de la cadera y la cargó en el mueble acomodándose entre sus piernas. Su cuerpo respondió como si de un muñeco de trapo se tratara. — ¿Ser tu Papi?

—No tengo ganas de jugar, Wallace. — Su voz decía que se alejara pero su piel gritaba para sentir aquéllos labios sobre los suyos.

—Tú dices eso pero ésos pezoncitos dicen lo contrario. — Pellizcó el pecho de la morena y ésta dio un respingo.

— Es frío. — Se cubrió con la bata con vergüenza. Odiaba que su cuerpo la traicionara.

— Vamos, bebita. Tú y yo sabemos que la humedad de esas bragas no es por el  frío. — Mordió el lóbulo de la oreja de la morena y ésta dejó escapar un suspiro. — Tu papi quiere jugar.

— Tengo novio,Wally. — Trató de apartarse pero el espacio donde estaba era reducido.

— No soy celoso. — Colocó sus manos por debajo de la falda de la muchacha estrujando su trasero y trayéndola contra su cuerpo haciendo que ella sintiera y  chocara con su hombría.

— Pero él sí. — Lo apartó de manera brusca. La última neurona que le quedaba viva luego de tenerlo tan cerca reaccionó.

— No me vuelvas a tocar, Wallace. Eres un puerco. — Se sentía sucia e infiel. A pesar de que no había pasado nada, ella  sentía que traicionó a su niño.

— Vamos, gordita. Siempre serás mía. — Trató de detenerla junto a la puerta haciendo que ella quedara contra la pared. — Estamos hechos el uno para el otro.

El rubio quiso besarla pero lo único que sintió fue la rodilla de la morena impactar en su entrepierna.

— Dije que no. Quiero a Shawn y lo respeto.

Wallace trataba de recomponerse del golpe en sus nueces.

Cecilia salió de la habitación sin mirar atrás con dirección al garaje, tomó las llaves de uno de sus autos y salió de la casa sin saber adónde ir. Necesitaba aclarar sus ideas, tomar aire.

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— ¡Ya va! Quien sea, espero que sea de vida o muerte. — Cecilia golpeaba la puerta desesperada y la voz de su mejor amigo se filtró por debajo de ella.

— Wallace está en mi casa. — dijo ni bien abrió la puerta el muchacho.

—Okay, eso sí es una emergencia— El muchacho la hizo pasar. — Frijolito, vístete tenemos visita.

— Perdón si interrumpí algo, pero no sabía adónde ir. — Cecilia estaba histérica.

— ¿Por qué mejor no te sientas y me dices qué paso mientras yo abro un vino? — El muchacho fue a la bodega y sacó un vino rosado de cosecha del 92 y tres copas.

— Shawn y yo preparábamos el desayuno y tocaron el timbre.  Pensamos que era la vecina molesta y mi bebé fue a atender para encontrarse con mis padres y el innombrable en la puerta.

Sweaters Boy ||S.M||Where stories live. Discover now