doce

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Mientras Temperance dormía cómodamente en la posada de camino a Kent, su esposo era acompañado por su primo, un amigo de éste y su archienemigo de la infancia a una peculiar reunión que se llevaría a cabo en una de las zonas más desagradables de Londres.

El East End, nombre con el que se designaba al barrio situado en la parte este de la ciudad, y frecuentado por gente "de mala vida", originalmente nació como un barrio marginal y comercial, habitado por migrantes con pocos recursos, obreros y pobres, derivando, con el paso del tiempo y ante la inmensa migración de población rural a la ciudad producida por el desarrollo industrial, en el sector ideal para encontrar los tugurios de mala reputación que buscaban los hombres acaudalados cuando deseaban hacer negocios de aquellos que no podrían realizar cómodamente en sus clubes. Contaba, además, con el atractivo particular de que en el sector innumerable mujeres ofrecían sus servicios en casas regentadas como la de Madame Cherrybottom, y también en sus propias habitaciones e inclusive en las mismas calles.

Whitechapel, calle que Charles Hardinge conocía bastante bien, era una de sus arterias principales y más representativas. Desde ella, unas cuadras hacia el río se hallaba la torre de Londres, la famosa prisión de la ciudad, el St. Katharine Docks, muelle moderno y pequeño, construido a costa de expropiar los hogares de cientos de pobres trabajadores, y la zona de construcción del Tower Bridge, que se anunciaba como una gran solución a la necesidad de un nuevo puente sobre el Támesis, nacida del creciente desarrollo industrial de la zona.

Era a este punto de la ciudad, en la orilla este del Támesis, al que se dirigía el improvisado grupo.

Edward, siendo un Conde austero, sereno y respetable, no frecuentaba dichos barrios, pero no por ello podría decirse que se viera intimidado. Muy por el contrario, cuando el carruaje se detuvo tras los almacenes del muelle, fue el mismo quien dirigió la comitiva a bajarse y tomar posiciones. Dudley, en cambio, parecía asqueado con la idea de pasear en la mitad de la noche por esa zona, o tal vez, pensaba Charles, la terrible expresión de nauseas que plasmaba su rostro pudiera tener más que ver con el pestilente aroma que despedía el contaminado río, que con el lugar en el que se hallaban en particular. Hamilton, por su parte, siempre había tratado con pillos y rateros, como aficionado por naturaleza a dicho mundo y como mera entretención, por lo que no era el barrio la causa de su creciente enfado, sino más bien, las circunstancias que le habían movido a realizar la mencionada expedición.

Antes de partir desde St. James, y fuera de la vista de sus otros acompañantes, el duque de Hamilton se lo había dejado perfectamente claro al flamante esposo de su sobrina: había sujetado por hombro de Charles, sin ninguna delicadeza, obligándolo a observarle a la cara, para espetar una amenaza que no oía hasta ahora:

-Si la dejas viuda hoy, te mataré, Hardinge.- bufó, furioso.- No se te ocurra...

El Barón de Penshurst sabía bien que más le valía no contradecir al Duque en esas circunstancias, por lo que prefirió guardar para sí los comentarios que pudiera realizar sobre la imposibilidad fáctica de que cumpliera su amenaza. Si ya estaba muerto, no veía como pudiera asesinarle...

La noche estaba fría y profusamente neblinosa. Apenas podía verse entre los almacenes del muelle St. Katharine, lugar sindicado en la nota que Madame Cherrybottom le había entregado a Charles para realizar el pago de la deuda, y en el que se habían detenido.

-Usaremos la niebla a nuestro favor.- señaló Edward con un gesto de cabeza, que buscaba tranquilizar a su primo.- Podremos escondernos más cerca de ti.

-Lo ideal sería atrapar a quién sea que venga a buscar el dinero.- apuntó Dudley, lanzando una mirada nerviosa a su alrededor.- E irnos de aquí inmediatamente. Podemos dejarlo directamente en la Torre de Londres, nos ahorraríamos mucho tiempo.

La Única (Versión Borrador)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant