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—...así que supongo que podríamos reunirnos en...—Una pausa, un resoplido—. Él no me está prestando la más mínima atención, ¿cierto?

—Para nada —Le confirmó Zach, frunciendo los labios de ese modo en que hacía cuando pensaba que estaba siendo empalagoso. Por supuesto que a él no podría haberle importado menos.

—Harry —Cedric lo codeó para intentar capturar su atención, en vano. Tenía los ojos puestos en Draco, en la distancia, agachado frente a Fang, el perro del guardabosques, con quien cumplía el último castigo del año, por haber molestado a unos Gryffindor que, si tenía que defenderlo (no justificarlo, claro), eran bastante odiosos—, Harry. ¡Harry!

Un murmullo de sus amigos. Él aún tenía los ojos puestos en el Slytherin.

—...bien —Cedric soltó un dramático y largo suspiro—. Harry, ve con él.

El aludido dio un brinco y observó a sus amigos con ojos enormes, por primera vez en los últimos veinte minutos que llevaban sentados en la entrada del castillo, desde que vio a Draco salir del Bosque Prohibido detrás del semigigante, con su expresión hastiada de costumbre.

—No- yo-

—Si vas a estar aquí, fingiendo que escuchas y mirándolo como un crup a su hueso, sólo vete —Señaló Zach, rodando los ojos con exasperado afecto, e hizo un gesto teatral para apuntar en la dirección en que estaba el Slytherin. Cedric le palmeó la espalda.

—Ve por él, Harry. Lo mínimo que esperamos es que consigas otro beso.

Harry cambió su peso de un pie al otro, jugueteó con sus dedos, y evitó la mirada de sus compañeros de Casa. Él nunca les mencionó el beso, lo tomó como un secreto de acuerdo común entre ambos, dada la manera tan aislada en que Draco coexistía con el resto de los estudiantes de Hogwarts; sin embargo, tampoco fue necesario.

Con encontrarlo en la Sala Común, divagando con los ojos puestos en la ventana mágica que cambiaba paisajes a petición de los Hufflepuff, tocándose los labios en que aún podía percibir el contacto fantasmal de los de Draco, y sonriendo a la nada, les quedó claro lo que ocurrió. Tampoco tenía ganas de negarlo. Sólo podía esperar que no lo dijesen donde el Slytherin pudiese escucharlos y percatarse de lo que sus amigos sabían.

—Ve —Cuando no se movió, Cedric se posicionó detrás de él, dándole leves empujones en la espalda alta—, ve, ve. Es el último día y vas a dejar de verlo por una semana, Harry, ¿recuerdas?

Aquello encendió un estado de alerta dentro de él, obligándolo a enderezarse y cuadrar los hombros. Era cierto; por haber permanecido en el castillo para el Baile de Yule y la navidad, tenían permitido retirarse una semana, que abarcaba los últimos días del año y los primeros del siguiente, para estar con sus familias.

Una vez que saliesen en el expreso tardío, no sabría de él por siete días enteros. Y ya que no hablaron de escribirse por cartas, Harry no se sentía con derecho a tomarse esas libertades.

Para ganarse el afectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora