Epílogo

958 127 28
                                    

La brillante luna llena se reflejaba en las cristalinas aguas del lago, que colindaba con la enorme mansión perdida en el bosque. Diferentes siluetas se podían divisar vagando por todo el perímetro de lugar. Guardias que se mantenían siempre atentos ante cualquier cosa, pero ajeno a lo que sucedía dentro de los muros de aquella imponente construcción, la cual tenían orden de custodiar y nadie de los que estaba allí era tan valiente como para ir en contra de su señor. Un hombre que no perdonaba la insubordinación sin importar de quien se tratase, era por eso que prácticamente su palabra se había convertido en una ley absoluta que todos debían seguir sin objeción. Pero custodiar los dominios de aquel lugar era una tarea tranquila, se encontraban en una época relativamente pacifica o en donde por lo menos las batallas no se veían mucho. Los guardias casi siempre tenían que lidiar con alguno que otro curioso que salían de sus ciudades para buscar “el palacio perdido del bosque”, que era como comúnmente se le había apodado a ese sitio. Los humanos resultaban ser criaturas inofensivas, pero ciertamente muy molestas, aun así se les tenía prohibido lastimarlos, sus órdenes solo eran enviarlos de regreso a la ciudad, con la esperanza de que no regresaran. Era difícil entender cuál era la obsesión de esos seres por acercarse a la mansión, pero más que nada era por el hecho de lo raro que era encontrarse una construcción tan vistosa en medio de la nada, incluso el camino que conducía a la mansión era de un viejo empedrado, al cual tampoco se podía entrar fácilmente. La enorme propiedad de cercana a las 900 hectáreas se encontraba rodeada por un espeso bosque, pero que además poseía muros de tres metros que envolvía el perímetro, haciendo que las únicas vías por donde se pudiese ingresar fuese por la carretera y luego desviarse por el camino de piedra, el cual era bloqueado por colosales puertas metálicas que era vigilada constantemente por guardias que despachaban a cualquier invitado indeseado y en los pocos casos que lograsen traspasar los límites, aún tenían que hacer un largo recorrido a pie para poder llegar hacia la mansión, pero que nunca llegaban a verla, puesto que eran detenidos al instante. Ese enorme misterio que rodeaba al lugar era la razón por la cual llamaba tanto la atención, no tanto de los lugareños que ya estaban acostumbrados, pero resultaba emocionante para muchos viajeros. 
  
La mansión poseía un estilo clásico e imponente en contraste del sobrio paisaje que le rodeaba, sus cuatro pisos de altura competía sobrepasando alguno de los arboles a su alrededor y cuyo techos oscuros se podían confundir al caer la noche. Los jardines frontales saludan con alegre colores a sus visitantes en primavera, pero ahora, todo se mantiene en  las tonalidades de anaranjados. Por otro lado el interior del recinto ofrecía una impresionante imagen al momento de ingresar al vestíbulo, donde se podía apreciar los techos altos y el delicado estilo imperial, con agradables tonos claros y cremas. Había finos detalles a cada rincón que se mirara, puestos con gran precisión para que todo se mantuviese en equilibrio. Las enormes ventanas permitían que la luz natural pudiese ingresar con suavidad hacia el interior, pero cuando el sol se escondía, era entonces que los preciosos candelabros de cristal  se encargaban de proporcionar la claridad necesaria. Los muebles eran  delicadas obras de arte trabajadas a mano, en las cuales se podía ver los detalles que habían puesto en ellos. Todo lo que componía el interior no era más que valiosas piezas de lujo y buen gusto, las cuales eran mantenidas en tan buen estado gracias a la servidumbre, un mayordomo, una ama de llaves, dos doncellas de dama, un ayudante de cámara, nueve institutrices, 19 mucamas, 12 sirvientes, 6 choferes, 3 porteros y 7 jardineros eran los encargados darle el cuidado y mantenimiento a la mansión. Toda una jerarquía perfectamente funcional y que se mantenían funcionando como los engranes de un buen reloj.

Una mujer de largo vestido oscuro paseaba por uno de los pasillos de aquella mansión. En ocasiones se topaba con alguno  de los muchos sirvientes o guardias que circulaban por el lugar, los cuales se detenían y hacían una pequeña reverencia ante la señora de la casa. Una mujer de largo cabello castaño claro que normalmente lo ata en una trenza, pero que hoy simplemente lo deja caer suelto por su espalda, sus labios rojos como el carmín destacaban sobre aquella pulcra piel pálida, la cual parecía ser tan suave como la misma ceda. Una dama dotada de gran belleza una que era difícil de ignorar incluso para aquellos que la veían a diario, pero aquellas miradas la traían sin cuidado, ella continuo con su camino manteniendo aquella tenue sonrisa que la caracterizaba tanto. 

Bloody FateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora