Capítulo XXVI

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 Multimedia: James y Jennifer. Dibujo hecho por mí. 

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  - ¡Corran! - se escuchó la voz de Annabeth a lo lejos.

  Maldito tobillo. Ahora tenías que torcerte.

  Mi tobillo eligió el mejor momento para torcerse. Sí, justo cuando nos perseguían tres grifos decidió tropezarse y torcerse.

  Corría cojeando, con James tomando mis hombros, tratando de ayudarme como podía.

  - Si tan solo tuviera una maldita botella de agua - mascullé.

  A lo lejos se escuchó un chillido de águila y un grito de Annabeth.

  Me di vuelta para encontrar a Annabeth con un grifo encima, tirada contra el suelo y las garras del grifo clavadas en sus hombros, a Emily tratando de disparar tres flechas en distintas direcciones a la vez y a Sam defendiéndose con su espada de dos grifos.

  - Tengo que ayudar - dije.

  - Quédate aquí - me pidió mi novio James. - Yo los ayudo.

  Me dio un rápido beso en la mejilla mientras desempuñaba la espada. Corrió hasta donde estaba la hija de Atenea y trató de separarla del híbrido de águila y león.

  Traté de dar unos pasos, pero fue inútil. Ni siquiera podía mover el pie.

  Supongo que debo explicarles en dónde estábamos y cómo llegamos has ahí. Desde los escorpiones, ningún monstruo se había aparecido a molestar, lo cual era raro, pero genial. Llevaba una semana de novia con James. Casi sin detenernos, a lo largo de esa semana logramos llegar la noche anterior hasta las playas de Santa Mónica, Los Ángeles, lo cual significaba que estábamos cerca de los estudios EOB(El Otro Barrio), donde se encontraba la entrada al Inframundo, según lo que me había contado Annabeth. Pero esta mañana, apenas nos levantamos, descubrimos que los monstruos habían decidido volver a atacar, enviando tres grifos.

  - Agua - pensé. - Una maldita gota de agua.

  Miré a mí alrededor. Estábamos en una parte completamente abandonada. Solo había edificios viejos, una pequeña plaza con juegos oxidados que aparentaban no haber sido utilizados en años, y un callejón oscuro, pero al final de él se podía leer un cartel que decía "Palacio de las Camas de Agua Crusty". Por algún motivo, el nombre se me hizo terriblemente familiar, y no cuando algo te da nostalgia, si no que te da un escalofrío. El negocio también parecía abandonado hace años.

  En las plazas hay bebederos, pensé. En los bebederos hay agua.

  Giré mi cabeza de nuevo hacia la plaza. Detrás de un árbol muerto, había un pequeño bebedero. Estaba lejos, prácticamente en la otra punta de la plaza, pero si lograba llegar podría ayudar a mis amigos.

  Me paré como pude, usando mi espada como un bastón.

  Si lo sé. Muy inteligente.

  Miré a la escena de mis amigos. Había un grifo menos. Annabeth estaba inconsiente en el suelo. Había sangre a su alrededor. Tenía seis feas marcas profundas en los brazos y un golpe bastante grande en la frente, del que salía un hilillo de sangre.

  - Rápido, Collins - me ordené en voz alta.

  Entre quejidos y luego de unos tres minutos, llegué al maldito bebedero, para encontrarme con que estaba completamente seco. Probablemente no había sido utilizado en años.

  Seguramente estaba más seco que el desierto del Sahara, pero me dio igual. Extendí la mano hasta el bebedero y "llamé" al agua. No pasó nada.

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora