Un final inesperado (p. 2/2)

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Aristotéles dio un pasó al frente, pero tanto Cuauhtémoc como Audifaz lo detuvieron de los hombros, aún así habló.

—Ubaldo por favor. Deja a mi hermano, mira conmigo... haz lo que quieras, ¡pero dejalo! ¡Por favor, te lo suplico! —Dijo con los ojos repletos de lágrimas.

—Claro, que me lo pida Temo. —Dijo con una diversión enferma en la mirada. Estaba disfrutando de verlos sufrir. —Temo... Temo, Temito. —Dijo y sonrió, un escalofrío recorrió el cuerpo del castaño. —Escoge... ¿tu cuñadito o... tu Aristotéles?

Cuauhtémoc no entendió.

—¿Que? —Musitó él castaño tragándose las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. —Ubaldo yo-

—¡Escoge! —Dijo asustando a todos.

Carlota que se había mantenido callada habló.

—¡Ubaldo no puedes hacerle eso! —Dijo llorando, su madre y padre estaban a su lado.

—¡Tu callate... perra! —Dijo a la joven.

—¡No le hables asi a mi hija! —Dijo Olegario, pero Ubaldo simplemente lo ignoró.

—¡Maldita cualquiera que jugó a la detective! Sientete orgullosa... querida, que por tus favores y trabajitos metiste a estos dos en un problema que no es suyo. —Le hechó en cara y ella asintió llorando.

Ya que ciertamente era verdad... Si no hubiera cometido aquel error.

Ubaldo asintió.

—Tienes razón, mucha razón. —Dijo él y los padres de Carlota negaron.

—¡No hija! —Dijo Elsa protegiéndola, pero la chica se sentía todas las palabras de aquel hombre tan ciertas como el peligro que representaba en ese momento.

—No caigas en las manipulaciones de este tipo. —Dijo Olegario, pero Carlota tenía la culpa clavada en el pecho y dio un paso al frente ignorando las palabras de sus padres.

—Por eso... desquitate conmigo... no con ellos. —Dijo ella.

Sus padres gimieron de horror, Elsa trató de ir por su hija, pero su esposo la detuvo, él también estaba desesperado, pero un movimiento inadecuado y alguien saldría lastimado antes de tiempo.

Ubaldo y Carlota compartieron una mirada, la mirada vacía, carente de emoción positiva de Ubaldo observó los tristes y desesperados de la chica.

Y habló, habló demostrando todo el veneno que podia.

—Tu ya no me sirves de na-da. —Dijo y ella soltó un sollozo. —Y jamás me serviste de algún modo. Solo eras como las demás, sin chiste alguno. —Dijo y Carlota negó y aspiró aire.

—¿Y como querías que estuviera? Si estar con él asesino de mi hermano era como lanzarme a un pozo sin fondo. Como si me clavara mil agujas en el corazón, por que me dabas asco. —Dijo ella y Ubaldo poco le importó.

—No me interesa tu triste historia. ¡Y tu ya decidete! —Le dijo a Cuauhtémoc apuntándolo con el arma.

—¡No tengo nada que decidir! —Dijo el castaño con desespero. —Matame si eso te hace feliz pero no les hagas daño.

Aristotéles intervino.

—¡No, matame a mi, a ellos no los toques! —Dijo Aristotéles desesperado.

—Pero que romántico. Romeo muriendo por amor... ¡¡Decidete Cuauhtémoc!! —Gritó colérico, no podia esperar más, tenía que acabar con todo pronto.

Olegario habló.

—Ubaldo, estas rodeado. No compliques más las cosas. Si sigues así, la policía no va a ser considerada contigo.

Los Matices Del Amor (Aristemo)FinalizadoWhere stories live. Discover now