Capítulo 4

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—Todos en pie. El tribunal del honorable juez Queen abre la sesión —dijo el alguacil Clark Kent. La vieja sala del tribunal estaba atestada de abogados y acusados preparados para defender sus casos. El juez Oliver Queen detestaba los lunes. Ese día, la suciedad de las calles se colaba en sus dominios dispuesta a defender su inocencia ante todos los que quisieran escuchar. Lo peor de todo el asunto era que el viejo juez ya no distinguía a los abogados de sus clientes. Oliver había visto cómo a lo largo de los años los pequeños traficantes de drogas y los jóvenes abogados que perseguían a las ambulancias, esperando a hacerse un hueco en la industria legal, se habían apoderado de la ciudad. Desde su atalaya por encima de la refriega, contempló la Avenida Tulane por las grandes ventanas, recordando la primera vez que entró en esta sala. Siendo un joven estudiante de derecho, acudía después de clase para ver cómo se resolvía el juicio de Clay Shaw en los titulares de la prensa nacional. El edificio estaba ahora lleno de los que vendían bolsitas de crack por nada, violadores y matones aficionados a pegar a sus esposas.

Al ver a Samantha Arias, elegantemente vestida y con un montón de carpetas encima de la mesa, pensó que hoy iba a ser un día de “Señoría, ella se lo ha buscado”. Encantador.

—Señorita Arias, ¿qué tiene hoy para mí? ¿Cree que habremos acabado a mediodía? —preguntó el juez.

—Cuarenta y ocho casos, señoría, pero sólo son alegatos, así que deberíamos terminar hacia las diez, si todo el mundo está presente.

Los treinta primeros casos habían alegado culpabilidad tras hacer un trato con la oficina del fiscal del distrito. No cumplirían condena en la cárcel si se comprometían a hacer terapia individual y familiar. Samantha no era una gran defensora de la terapia, pero era lo mejor que podían ofrecer a la situación de las cárceles de la ciudad, que estaban abarrotadas. Tras unas cuantas semanas con un terapeuta, los tipos se dan cuenta de que la culpa de que hayan hecho lo que han hecho es de su madre. Si mamá querida hubiera tenido el valor de dejar al bueno de papá, ellos no habrían aprendido esta conducta. “Así que ya ve, señorita Arias, soy un maltratador, pero tengo motivos, es todo culpa de la zorra de mi madre”. Qué gilipollez.

—Para el último caso, señoría, solicitamos que el tribunal ordene prisión preventiva para el señor Mike Mathews debido al ataque brutal e injustificado contra su esposa, la señora Kara Mathews. La señora Mathews ha tenido que someterse a una larga operación para reparar los daños causados a su persona por Mike Mathews. En opinión de la oficina del fiscal del distrito, el señor Mathews sería una amenaza para la vida de su esposa si sale libre bajo fianza. Nuestra oficina va a presentar cargos de intento de asesinato y agresión con arma mortal —terminó Samantha y se volvió hacia Mike y su abogado para ver qué chorradas iban a decir.

—Señoría, el señor Mathews es un ciudadano respetuoso con la ley que no tiene ni siquiera una multa por aparcamiento indebido. Trabaja mucho y ahora se ve acusado injustamente por una mujer que quiere librarse de su matrimonio y planea cargar a mi cliente con una pensión de manutención desproporcionada —empezó a decir John Diggle, el abogado de Mike.

—Señor Diggle, ¿me he dirigido a usted? —preguntó el juez Queen, clavando su famosa mirada en el joven.

—No, señor —contestó John, tragando con dificultad.

—¿Entonces por qué está hablando? —preguntó el irritado juez.

—Sólo quería exponer nuestra postura, señoría.

—Ya está hablando otra vez. Le sugiero lo siguiente, señor Diggle: aprenda de la señorita Arias e intervenga sólo cuando se le indique. ¿Me entiende, señor Diggle? —preguntó el juez Queen. La sala se quedó en silencio, a la espera de la explosión que sin duda se iba a producir en el tribunal en cualquier momento. Oliver era famoso por comerse crudos a estos jóvenes arribistas y escupirlos después, haciendo dudar a sus clientes de su acierto a la hora de elegir representante. Pasaron dos minutos sin que se oyera un solo ruido salvo el tic tac del reloj situado encima de la puerta—. Estoy esperando, señor Diggle. ¿Me entiende? —preguntó Oliver, recostándose en su silla de cuero.

CÓMO SE ARREGLA UN CORAZÓN ROTO  (ADAPTACIÓN)Where stories live. Discover now