6- Presentación

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Joaquín abrió los ojos, todo estaba negro, parpadeó varias veces para acostumbrar sus ojos a la oscuridad que le rodeaba, tocó su cara, estaba húmeda, estaba sudando.

—¡Ven acá! ¡Ven acá! ¡Deja de gritar, carajo! ¡Deja de gritar o te juro que te mato ahorita, cabrón, ahorita mismo te mato! ¡Cállate y quédate quieto!–

Volvió a tener esa horrible pesadilla que le acechaba y le aterraba. Se incorporó en la cama, el reloj marcaba las 4:34 am, ya no iba a poder volver a dormir. Volteó hacia la ventana por un momento y trató de despejar su mente. Sintió su garganta arder por el nudo que se había formado. Sus ojos se nublaron. Inconscientemente llevo una mano a su muñeca y apretó, deseando sentir algo. Le dolió e hizo una mueca. Maldijo en un susurro. Se quedó mirando hacia afuera un rato, hasta que el canto de las aves se comenzó a escuchar.

Extrañaba sentirse feliz. Extrañaba sentirse tranquilo.

Añoraba los días en los que su sonrisa era lo predominante en su cara, odiaba sentirse como se sentía, odiaba verse como se veía, odiaba verse al espejo y que le mirara de vuelta su rostro demacrado, delgado, lleno de nada, odiaba las profundas ojeras, sus ojos hundidos, sus labios resecos, su piel pálida, odiaba verse delgado, casi esquelético, odiaba no tener energía para hacer nada, que su cuerpo doliera seguido, que sus pies no se movieran. Añoraba los días en los que tenia las ganas de comer, de cantar, de correr, de vivir.

Extrañaba todo aquello que alguna vez dio por sentado y ahora no tenía.

Cuando sus pensamientos se aclararon un poco el reloj marcaba ya las 6:17 am, ya estaba amaneciendo, su estomago se removió e hizo un ruido así que se dispuso a quitarse el edredón de encima, pararse y ponerse una sudadera sobre su enorme playera y unos pantalones deportivos, se había cansado desde que se puso se pie y se le fue la respiración cuando se equilibró en un pie al quedarse el otro atorado dentro de la pierna del pantalón de felpa. Odiaba cansarse así, cansarse por nada. Pronto se había vestido y con propia lentitud salió de su habitación, un reflejo de tiempos pasados hizo que sus manos ademaran cerrar una puerta que no estaba ahí. Tardó cinco minutos en llegar hasta la cocina, donde su madre y Martha compartían una jarra de café y tostadas con mermelada. Su madre le sonrió y quiso levantarse con la intención de ayudarle, Joaquín la detuvo con una mano y la mujer se quedó a medio parar mientras el chico se dejaba caer en una de las sillas frente a ella y se acomodó en la mesa. Cuando terminó de sentarse soltó un gran suspiro, estaba cansado.

—Martha, ¿me das café?– su nana le miró.

—Joaquín sabes que tienes prohibido el café, corazón– dijo, pero aún así se levantó y le sirvió menos de la tercera parte de una taza cafetera. Elizabeth miraba a Martha sobre su propia taza con ojos divertidos y Joaquín dejó sus labios curvarse hacia arriba un poco.

—Eres la mejor– le susurró cuando le puso la taza en frente, lo tomó de dos tragos, no le puso azúcar ni crema.

—¿Quieres desayunar?– le preguntó su nana mientras abría un gabinete y sacaba tres frascos de pastillas, los abrió y depositó en su mano una píldora de cada frasco, sirvió agua en un vaso y se los dio a Joaquín, el hizo una mueca de disgusto pero tomó las píldoras con sus delgados dedos.

—Hoy quiero bananas– susurró metiendo la primer píldora a su boca y pasándola con ayuda del agua. —Dia-ce-pam– susurró, haciendo una mueca mientras sentía la pastilla pasar por su esófago, introdujo la segunda —Vi-ta-mi-nas– y después la tercera —Do-xe-pi-na– con los ojos de su madre vigilando sus acciones, Joaquín la miró y sacó la lengua, enseñándole que había tragado las tres píldoras. Martha dejó frente a el su desayuno, dando por terminado el ritual que hacían cada mañana y cada noche, Joaquín miró el plato, era plátano picado en rodajas con miel encima y algo parecido al amaranto, pensó que en serio extrañaba un buen corte de carne a la parrilla, pero no lo dijo, no podría comerlo de cualquier forma.

—¿Porqué te despertaste tan temprano, amor?– le preguntó su madre, tomando el ultimo trago de su café.

—Tuve la pesadilla y no me pude volver a dormir– susurró Joaquín, su madre suspiró y estiró la mano para tomar la suya, él también tuvo que estirar su mano para que su madre completara la acción.

—Joaco, ¿porque no volvemos a ver al doctor Trejo? Te haría muy bien regresar– el chico negó con la cabeza y tragó el bocado que masticaba. —Después de la ultima sesión y de lo del coche siento que no debiste dejar de ir– terminó su madre, Joaquín seguía negando.

—Ese doctor no ayudó, ma– dijo, soltó la mano de su madre y siguió desayunando con la mirada fija en el plato, dando por terminada la conversación.

Joaquín se hundió en sus pensamientos, tratando de evitar el recuerdo de esa ultima sesión, que regresaba abruptamente a su memoria, tratando de evitar el recuerdo de lo que pasó en el coche, a media calle, maldijo a su mente, ya no quería recordar, ya no quería tener esos recuerdos en su cabeza, pensó que no valía la pena acordarse, porque dolía muchísimo, pero otra parte de el maldijo haber fallado ese día. Su cabeza era un nudo, era un nudo enredado y apretado y no sabia como descifrarlo, maldijo otra vez ya que en ese momento tenia dos pares de ojos viéndole, siempre vigilando, siempre atentos, su mente maldijo porque deseaba intentarlo por cuarta vez pero no podía. Quería que dejaran de verlo, de vigilarlo, pero sabia que para que eso pasara tenia dos opciones: mejorar o no fallar la próxima vez.

-

Joaquín estaba sentado en la sala leyendo un libro, pues afuera el ambiente estaba fresco y su cuerpo se sentía muy mal para soportar la brisa del día, estaba más inmerso en su cabeza que en su libro pero últimamente todo era siempre así. Sintió un contrapeso a su lado en el sofá, el olor de un suave perfume le pegó en el rostro y la confusión de no identificarlo hizo que separara la mirada de su libro y volteara a su lado.

—Hola, ¿que lees?– preguntó el amigo de su hermano, a una distancia considerable de Joaquín, él sabía que probablemente el chico solo estaba aburrido y por eso había bajado, sabia que no había mucha posibilidad de que en serio le interesara lo que estaba leyendo así que contesto vagamente, en esa voz que susurraba mas que hablar.

—Un libro– el chico de rizos soltó una carcajada y Joaquín le miró con confusión, levantó sus manos y Joaquín en un reflejo se alejó un poco de él al ver el súbito movimiento y el mayor pareció notarlo, dejando sus manos descansar en su regazo.

—Ya vi eso– le dijo, dejando de lado la acción sobre su movimiento repentino, cosa que Joaquín agradeció muy dentro de sí mismo —Pero ¿qué libro?– preguntó, removiéndose en el lugar donde estaba sentado, como reprimiendo sus movimientos, tomando una distancia más razonable pues se había querido acercar para ver la portada del libro que Joaquín tenia en sus manos.

—No es importante– habló Joaquín, cerrando el libro y dejándolo boca abajo en la mesa de centro, Emilio tomó eso como una cerrada de boca. El chico miró sus propias manos y jugo un poco con sus uñas, visiblemente incomodo.

—Oye– le llamó, Joaquín le miró de reojo sin contestar. —me llamo Emilio, no nos presentaron cuando llegué– le dijo, Joaquín le miró por primera vez, no solo lo miró, le observó, observó su cabello rizado y despeinado, sus ojos achocolatados, sus cejas definidas, su nariz respingada, un suave color rojizo que adornaba sus mejillas, observo sus labios rozados y humedecidos, dándole una sonrisa pequeña, su barbilla con una pequeña cantidad de vello naciente, y volteó hacia abajo, estaba extendiéndole la mano. Joaquín dudo por un minuto pero lentamente estiró su mano derecha y tomó la de Emilio.

—Yo soy Joaquín– dijo en un susurro, el chico de rizos extendió su sonrisa, apretando su mano, el agarre de Joaquín no era para nada débil, era fuerte para alguien de su complexión y Emilio pensó en ese momento que enserio desearía que el chico le sonriera de vuelta.

Joaquín se sintió temblar, Emilio no le soltaba la mano, su sonrisa le gustaba, porque se veía sincera, y sus ojos le miraban como si no se viera como se veía, pero no le soltaba la mano, cosa que no incomodaba a su cuerpo pero si incomodaba a su mente. ¿Cómo?

Joaquín pensó en ese momento que en serio desearía sonreírle de vuelta.

Letargo. (Emiliaco)Where stories live. Discover now