13- A quien no habla Dios no lo oye

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Era la tercera vez que su teléfono sonaba y ya no lo pudo ignorar, abrió los ojos y lo tomó de la mesa de noche, contestó sin fijarse quién llamaba.
¿Que?–
—Joaco...– la chica alargó la "o" —¡que bueno que contestas! ¡te invitamos al antro! vamos a ir a festejar que por fin terminó el semestre– dijo la chica entre grititos, Joaquín sonrió somnoliento.
Ela no tengo ganas, me quiero quedar en mi casita esta noche–
—¿Tú? ¿Joaquín Bondoni quedándose en casa un viernes por la noche?– la chica se rió sorprendida —¿Quién eres y qué le hiciste a Joaco?– Joaquín bufó en el teléfono.

—¡Ya! Es neta, hoy tuve un examen de cuatro horas seguidas y la verdad me quiero meter a mi cama y ver una peli y dormir dieciocho horas– le dijo el chico.
—Esta bien amiguito– Joaquín escuchó a la chica sonreír a través del teléfono —supongo que podremos ir mañana.–
—Si, mañana suena mejor, y oye...– le habló, la chica guardó silencio —y ¿porque no vamos a un bar en vez de a un antro?– le propuso.
—¿Tu desde cuando quieres ir a un bar?– preguntó la chica.
—Ay Ela, desde que en las noticias sale que secuestran mucha gente y violan personas en los antros– susurró Joaquín, Elaine suspiró en el teléfono.
—Tienes razón, mejor vamos a un bar, cenamos rico, nos tomamos unos cosmos y platicamos sólo Niko, tu y yo.– propuso.
—Es el plan perfecto– animó Joaquín


Abrió los ojos agitado, rememoró lo que había soñado, se había sentido tan ¿real?. 

Habían pasado semanas desde la última vez que habló con Elaine, juraba había partes del sueño que si habían sucedido, como la invitación al antro, y su examen de cuatro horas, pero, ¿lo demás? ¿su mente habrá cambiado los hechos? ¿porqué se sentía todo tan... verdadero? 

Un escalofrío le recorrió la espalda, se acomodó en la almohada y se quedó pensando en lo que ese sueño le hizo sentir, se sentía incluso más real que todo lo que había vivido en meses.

Pensó que tal vez era la forma que su cerebro tenía de bloquear los malos recuerdos, o al menos, de enmascararlos, de pintarlos de otro color, para que no dolieran, para que cuando Joaquín quisiera recordar sobre la última vez que salió de fiesta con sus amigos, esos recuerdos que quería eliminar no llegaran, sino nuevos, falsos, pero buenos.

Su estómago hizo un ruido, Joaquín se sorprendió, hacía muchísimo tiempo que no sentía hambre. Se levantó un tanto energizado, miró su reloj, iban a dar las dos de la tarde. Sonrió por dentro al recordar lo último que sus ojos vieron antes de dormirse. Una mata de cabello rizado y castaño, una sonrisa grande, dos manos entrelazadas. Le gustó el sentimiento que ese recuerdo le había dejado, por primera vez en mucho tiempo despertaba con un buen sabor de boca.

Bajó a su paso las escaleras, olió comida y su estómago hizo un ruido otra vez, se puso la mano sobre el torso inconscientemente y entró a la cocina, Emilio estaba ahí, sentado comiendo de un plato hondo, llamó su atención y Joaquín notó como al mover su cabeza para verle sus rizos se movieron con él, se le antojó acariciarlos.

—Mi niño...– se acercó Martha, Joaquín no había notado que su nana también estaba en la cocina. La mujer le acarició la mejilla —Hacía mucho que no dormías hasta tan tarde.– dijo la mujer, Emilio les miró, Joaquín sintió la mirada del chico y le miró de vuelta, regalándose una mirada cómplice que Martha no notó.

Letargo. (Emiliaco)Where stories live. Discover now