PRÓLOGO

11.2K 628 178
                                    


Mi anorexia nerviosa se diagnosticó a mis 13 años, mi enfermedad mental a los 18, y mi pecado —según mi padre— a los 15. Desde que tengo memoria me hicieron describirme con una sola palabra... enfermo.

Aún puedo recordar el día en que mi mundo se derrumbó, y nadie estuvo ahí para evitar que cayera a pedazos. 14 de Febrero del 2017: un beso de lo más inocente entre dos adolescentes de 15 y 17 años, siendo el motivo suficiente para que mis padres lograran restringir mi libertad por primera vez.

A lo largo de seis meses me encargue de destruirme sin siquiera estar consiente de lo que sucedía a mi alrededor. No tenía razones para seguir viviendo, ni fuerzas para morir. Me resigné; dormía días enteros, sin comer, sin ver la luz del día, sin contacto humano alterno a mi familia... solo yo y mi depresión.

Cada mañana a las nueve en punto, Raquel sube el desayuno hasta mi habitación. Espera a que ingiera un poco de alimento, al no recibir respuesta de mi parte, decide llamar a mi padre, quién esperará a que coma alguna porción o simplemente obligarme, amenazado con hacerle daño a Ale.

Pero esta vez es diferente, mi padre no está aquí; solo dos hombres con ropa blanca mirando fijamente en mi dirección. La inanición ni siquiera me permite emitir palabra, deseo gritar y aferrarme a las sábanas pero no puedo moverme, sólo puedo pensar que he comenzado a alucinar.

Uno de los hombres revisa mis signos vitales: coloca un estetoscopio en mi pecho, me levanta un poco apoyando mi cabeza sobre su hombro y ahora lo coloca en mi espalda. El otro sujeto mide mi presión.

Ahora puedo ver a mi madre llorar desde el marco de la puerta. Se acerca delicadamente para tomar mi mano.

—Mi amor, todo va a estar bien, pero necesito que pongas de tu parte.

—¿P-podrías expli... explicar qué es-está pasado? —pregunté con dificultad.

—Irás a una clínica, mi amor... irás con ellos, te van a ayudar. Todo estará bien, te lo prometo —cubrió su boca, ahogando los sollozos, para después salir huyendo de la habitación.

—No, no, no. Yo no... no quiero ir... con —mi respiración agita, y mi ritmo cardíaco se acelera tanto que logró sentir como golpea mis costillas.

Tranquilo Samuel, solo será por un tiempo ¿quieres vivir, no es así? Tienes que luchar. Tú puedes hacerlo —habló el sujeto.

—No puedo hacerlo —mis lágrimas se soltaron sin querer.

—Busca solo una razón para luchar, no la consideres una batalla perdida. Yo sé que tú puedes, cree en , no te rindas tan fácil.

—Ale... —susurré.

Entonces hazlo por Ale —habló el enfermero sin siquiera saber a lo que me refería. Pero tiene razón, mi mundo colapsó y Ale es la única persona que puede salvarme.

Me rendí ante los brazos de aquel hombre, no puedo seguir por mí cuenta, si me dejan un segundo más aquí... moriré. Me levantó fácilmente, me cubrieron con una manta, y por primera vez en meses salí de esa habitación.

Todo a mi alrededor se mueve en cámara lenta, y no puedo distinguir la realidad; frente a mí, se encuentra mi familia despidiéndose.

—Tú puedes campeón, te amo —se limitó a decir mi hermano mayor.

—Te amo —dijo mi madre.

—Quiero ver a Ale —hablé.

—Eres una vergüenza —respondió mi padre.

BICOLOR Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα