Capítulo 26

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—¿Te duele mucho? —me pregunta Roi, pasando un trozo de algodón con agua oxigenada por mi ceja. Estamos en el cuarto de baño de su habitación y la luz blanca del techo no deja de recordarme a los halógenos de los hospitales. Por la ventana, se cuela la oscuridad de la noche aún veraniega, aunque no falta demasiado para el amanecer. Con la mano, me sujeto una compresa de hielo contra el pómulo derecho, que ha comenzado a hincharse.

—No, está bien —esbozo un intento de sonrisa porque, aunque lo haya negado, el escozor me está matando. Me empiezan a doler los moratones del resto del cuerpo y el cansancio empieza a abatirme. Necesito descansar, la adrenalina del miedo está empezando a desvanecerse. Y, a la vez que la adrenalina desaparece, yo empiezo a ser más consciente de lo que ha pasado. Sergio me ha pegado, y no una simple bofetada.

—Así que te has caído en la calle, ¿no? —vuelve a inquirir Roi por enésima vez desde que he cruzado el umbral de la puerta de su casa. Mi coartada no parece demasiado creíble, pero volví a asentir—. ¿Y qué hacías por la calle a estas horas? ¿Venías de estar con alguien o…?
—Ehm… Sí, venía de cenar con una amiga y me tropecé con algo que alguien debió de tirar. Mira que es maleducada la gente, en vez de usar las papeleras…

—¿Y por qué no cogiste un taxi? —frunce el ceño y se separa de mí, comenzando a guardar todo lo que ha usado de nuevo en el botiquín.
—Pues porque me apetecía caminar. No hace demasiado calor y me apetecía caminar, ¿algún problema?
—Sí, que me estás mintiendo —vuelve a sentarse frente a mí y me mira con expresión seria. Me muerdo el labio, nerviosa y evito sus ojos—. Y no pienso moverme de aquí hasta que me cuentes lo que ha pasado de verdad.

Empiezo a mover el pie y cruzo los brazos, fijando la mirada en la noche casi acabada que se ve por la ventana. Llegados a este punto, tengo dos opciones, contarle la verdad o seguir fingiendo y mintiendo como si no hubiera pasado nada. Si escojo la segunda, sé que él nunca se la terminaría de creer, pero al menos dejaría de hacer preguntas incómodas hasta que… ¿hasta que fuese demasiado tarde para hacer algo? No, Sergio nunca llegaría a ese extremo.

En cambio, si le cuento la verdad, no tengo ni idea de cuál sería su reacción. Al fin y al cabo, Sergio también es su amigo. ¿Y si se pone de su parte? ¿Puedo soportar que uno de mis mejores amigos me haga sentir culpable por lo que ha pasado? La respuesta es probablemente no. Sin embargo, puede tener la reacción contraria, de culparle a él y ayudarme a mí. ¿Estoy yo preparada para salir del infierno en el que de un momento a otro me he visto sumida? Ni yo misma lo sé. Quizás haya sido solo fruto del enfado repentino, quizás haya tenido un mal día… ¿Puedo juzgar a Sergio por lo que ha pasado esta noche?

—Ha sido él, ¿verdad? —insiste de nuevo y, con suavidad, coge una de mis manos, acariciándola—. Puedes decírmelo, sé que no es la primera vez y no tengo aún muy claro como puedo ayudarte, pero eres mi amiga y no quiero que pases por lo que estás sufriendo. Sé que es muy complicado reconocerlo, que te sientes sola, pe-
—Sí, ha sido él —le interrumpo con lágrimas en los ojos. Ni yo misma estoy segura de lo que acabo de decir, pero al admitirlo en voz alta siento como si una enorme losa que yacía sobre mí desaparece. Pero la sensación de culpabilidad empieza a invadirme de nuevo—. Pero, Roi, es que pasé la tarde con Alfred y cuando llegó a casa estaba muy enfadado porque le había mentido y… —los sollozos apenas me dejan hablar y me froto los ojos—. Estaba muy enfadado, no sabes cuánto, quizás…

—Eh, no, ni se te ocurra plantearte nada de eso —me coge las manos para ayudar a tranquilizarme, aunque siento que él se ha puesto nervioso de repente—. Nadie, nunca, nadie tiene nunca ningún motivo para pegar a otra persona. Da igual lo que haya hecho, con quien haya estado o lo que sea. Así que no te culpabilices. La culpa de todos estos golpes es suya, no tuya.

Som Amics? ~ AlmaiaWhere stories live. Discover now