Brianna

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Jamás había parado a pensar en que todo pasa por alguna razón. Por ejemplo, aquella vez que decidí teñir mi cabello por mi cuenta, y terminó en un desastroso acontecimiento, obligándome a tener un corte de Dora la Exploradora. Ese día me di cuenta que el cabello corto me iba bien, pero que me iba aún mejor largo.

Qué Teah naciera tampoco era una coincidencia. Con tan sólo 13 años me entendía mejor que otra gente, inclusive de mi edad. Cuando me dijeron que iba a tener una hermanita recuerdo haber comenzado a apartar mis muñecas para ella. Cuando era tiempo de tormentas dormíamos juntas, tal vez porque a mi me aterraban los truenos.
Era simple: teníamos una conexión que no tenía con nadie más. Realmente amaba que Teah fuera mi hermana menor.

Sinceramente, creo que nada pasa porque sí. Lo que me lleva a pensar que la rivalidad con Sam Holland tenía una razón: al pecoso le gustaba arruinar mis cumpleaños.

Mis padres vivían en la misma casa desde que nací, hace 17 años. Por lo que conocíamos prácticamente a todos en la calle. Y con quienes se llevaban realmente bien, eran los Holland.

La madre de los cuatro hombres era muy amiga de la mía, y no les miento, Nikki era una señora extremadamente amable y tenía la habilidad de siempre hacerte sentir cómoda. A ella la quería, incluso a su esposo Dom. Pero Sam… él era otro tema.

Recuerdo que en mi cumpleaños número 7 mamá había rentado un enorme brincolin en forma de castillo. Mi vestido era de Rapunzel, y la señora Holland había tenido la fantástica idea de vestir a sus tres muchachos de príncipes, Paddy era un recién nacido, por lo que él y Teah estuvieron todo el día en brazos de sus respectivos padres.

Todo había estado perfecto, mis amigas y yo brincando y jugando, los Holland lejos de nosotras... Hasta que llegó la hora del pastel.

Los invitados se juntaron alrededor de la mesa principal, en donde un pastel con rapunzel de por medio esperaba ser repartido para todos los presentes. Me cantaron feliz cumpleaños, y justo antes de poder darle una pequeña probada a tan delicioso manjar, Sam Holland decidió que era gracioso meter toda mi cara en el pastel.

Lloré alrededor de veinte minutos, mientras él reía a carcajadas junto a sus dos hermanos. Mi madre limpio y lavo mi cara antes de poder enfrentarme a tan horrible monstro arruina cumpleaños.

—¡Ojalá no fueras mi vecino! —grite con enojo, cruzándome de brazos.

—Y ojalá tu no fueras tan fea —me mostro su lengua, y se fue de ahí corriendo a los brazos de su madre, quién desde luego, lo reprendió fuertemente.

Desdé entonces, era tradición que Sam enterrara mi cara en mis pasteles de cumpleaños. ¿Acaso había más razones para odiar a ese terrible ser humano?

Wrong SpellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora