I

61 3 25
                                    


Eme llevaba en mi vida años.

No llegó pisando fuerte como lo hicieron Naza o Laura. Ella se deslizó por mí con la suavidad de una pluma y se instaló en mi pecho de forma perenne. En una época en la que yo vivía a caballo entre dos ciudades y no conocía el hogar fijo, Eme se construyó uno en mi alma.

No fue la primera ni la única. Venía de la mano de Naza como una sombra silenciosa y nos veíamos a veces. Recuerdo que teníamos pocas cosas en común, o al menos yo no me había parado a mirarlas. Hablamos poco al principio y creo que ninguna de las dos sabíamos que aquellos intercambios cordiales se convertirían en lo más bonito y lo más triste del mundo, aunque quién podría saber eso.

Eme llegó antes del desastre (a.D.), y en parte eso me hizo verla como un frente inamovible ante una tormenta de arena. Como un recuerdo de tiempos mejores, o de los que yo sabía quién era. En parte eso me hizo no odiarla cuando pensaba que todo el mundo estaba en mi contra, porque ella estaba antes y no estaba en medio. Porque ella estaba fuera de todo eso.

Mi cabeza es de fiable con los recuerdos como lo es un borracho con las cantidades, pero creo recordar que Eme y yo nos vimos en Tablas. También la vi en la Feria de las Muestras y en Alcalá, incluso una vez en el parque frente a mi casa. La vi en un Vips, en un Burger King de Gran Vía y la vi una semana en mi casa. Traía siempre consigo los ojos más bonitos del mundo, la sonrisa de gata y la energía de un niño metido en un cuerpo diminuto que podía cubrir al completo con el mío en un abrazo eterno. Trajo el pelo largo, teñido y luego más corto y a capas. Trajo los ojos pintados, la sonrisa ladina. Trajo su ropa más bonita. Trajo sus manos y sus besos. Trajo todas sus ansias de estar conmigo. Eme era una variable incomprensible pero siempre fue estable en dos cosas: me trajo un cacho de mí que yo no sabía que tenía y me trajo su olor.

Un olor dulce a verano.

Eme estaba lejos la mayor parte del tiempo y luego el destino nos regalaba un día y entonces yo recordaba por qué seguíamos siendo lo que éramos. Infinitas, como el universo.

Estuvo presente siempre, aunque de formas distintas. La conocí en soledad y la conocí enamorada. La conocí triste y la conocí derrotada. La conocí lamiéndose las heridas y regalándome palabras bonitas y la conocí cogiéndome la mano mientras caminábamos. La conocí bonita y la conocí sin quererse y aún así sentí que no la conocí durante años. Todas las veces que fuimos dos en un mismo sitio fueron para volver a conocernos y en todas aquellas veces yo volvía a quedarme con ella, con su aroma tostado, con su recuerdo de oro.

Eme a.D. era todo risas y bromas. Era cariño infinito y amistad desbocada. Eme era la dueña de la ciudad más bonita del mundo y cada vez que la pisaba era para verla a ella. Eme era amor, verano, hogar. Eme estaba loca por comerse el mundo y yo cada vez más loca por comérmela a ella.

Eme p.D. (Post-Desastre) era paciencia, mimos y tristeza. Cuidó de mí sin cuidarme y yo siempre supe que tenía un sitio seguro en el lugar donde siempre soñaba con escapar. Ella me besaba las heridas y yo no podía parar de pensar en todo lo que podríamos haber sido antes de que todo desapareciera, triste y desgarrador. Desastroso. Imperdonable.

Pero Eme me lo perdonaba todo.



--



- Te he dejado algo en tu cuarto. - Exclamó, tan risueña como siempre. Yo no levanté la mirada del suelo. - Noah, ¿me has escuchado?

- Sí. - Murmuré.

- Pues ya está todo listo. ¿Nos vamos?

- Tu autobús sale en dos horas y estamos, literalmente, a quince minutos de la estación. ¿Tenemos que ir ya?

el aroma del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora