II

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Eme tenía un hueco dentro de mí.

La primera vez que lo noté en todo su esplendor fue hace tiempo, sentada en un banco sucio de un parque cercano a mi casa. Yo nos recuerdo juntas, cantándonos y pintándonos los brazos con palabras bonitas. Ella defiende que hubo más gente ese día. Si realmente la hubo, yo no me di cuenta. Sólo tuve ojos para ella.

Cuando me cogió la mano y la acarició con esa naturalidad y frescura que la caracterizaban, a mí se me difuminaron las esquinas y me quedé embobada en un limbo blanco. En esos milisegundos en los que ella me sonrió, noté como todo cobraba sentido y algo chocaba dentro de mí. Me odié por un segundo por mirar sus ojos verdes y verlos brillar más que de costumbre. Me puso sus bosques delante y yo, lobo perdido, caí de lleno dentro. De repente cualquier cercanía era poca y yo me maldije en silencio. Ella no era para mí.

Eme tenía una facilidad casi ridícula para hacerse querer y aún así le habían destruido el corazón tantas veces que se había vuelto de una fragilidad translucida. Yo la había conocido fuerte y segura y la vi resquebrajarse en la ansiedad y ahogarse en la tristeza. Yo la vi pasar de la energía juvenil al cansancio de alguien que ha vivido mucho en un corto periodo de tiempo y siempre pensé que nadie la sujetaba por donde debía, que nadie le daba los besos en la frente o la acunaba antes de dormir.

Y yo pensé que aún así, ella no era para mí.

Ella se pensaba secundaria y yo no sabía cómo decirle que para mí era la única protagonista válida. Se comparaba con su al rededor y yo no entendía cómo podía esconder tanta inseguridad detrás de esos ojos grandes. Me acompañó en la desesperación cuando las dos caíamos desde lugares distintos y aún así supo sujetarse y sujetarme y nunca pude devolverle el amor que me dio cuando a mí no me quedaba nada.

Yo me marché aquella noche con el brazo lleno de promesas bonitas y el corazón dando saltos en mi pecho. Ni vi ni quise ver más allá de aquel sentimiento caliente que se instauró en mi estómago cada vez que recordaba esa sonrisa tan pura y tan sincera. Ella no era para mí.

Pero ojalá lo hubiera sido.

Partimos caminos como siempre hacíamos, como siempre habíamos hecho. Todo el amor se concentraba en una despedida y luego desaparecíamos. No fue diferente a otras veces, pero la tristeza se quedó acampada en mis pulmones un par de días más de lo normal. La distancia que poníamos entre nosotras dejaba los sentimientos en stand-by, enterrados con una capa de arena fina y ambas volvíamos a la rutina con recuerdos fugaces del encuentro y pensando a veces cuándo sería la próxima vez. Aquel reflejo de normalidad me hizo pensar que la idea de amor que me había inundado había sido simplemente una confusión y que sus ojos eran del mismo verde de siempre.

Pero mi subconsciente había visto toda la gama de colores y ya no quería volver atrás.

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"Llevo tu camiseta puesta y te echo de menos"

Mandé el whatsapp junto a una foto mal hecha y dejé el móvil en la mesa. Habían pasado tres días y aunque ya no nadaba en desesperación, aún notaba un deje melancólico en cada uno de los movimientos roncos de mi cuerpo entumecido. Me disponía a dormir, o al menos a intentarlo, cuando llegó su respuesta como un soplo de aire fresco.

"Ay, mi niña. Yo también te echo de menos."

No era distinto a cualquier otro mensaje de cariño que nos habíamos mandado, pero me embriagó de tristeza igualmente. Lejos de curarme el corazón entumecido, me llenó la cabeza de dudas. Me preguntaba cuánto había significado esto para ella, si también le costaba volver a la rutina, si también le había sido imposible continuar como siempre habíamos hecho, sin mirar atrás. Quería preguntarle si me quería, si de verdad había sido tan bonito como yo lo había sentido. Quería preguntarle si esto había sido simplemente otra aventura más, si yo era otra más. Quería saber tantas cosas.

el aroma del veranoWhere stories live. Discover now