III

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Había tanto que hacer a su lado que las horas se esfumaban en apenas segundos.

Eme madrugó y cocinó y yo la observé desde la esquina del colchón, agazapada entre las sábanas y abrazada a la almohada en la que se había apoyado ella, aspirando su olor como una droga.

Me saludó y me despertó entre besos y yo remoloneé mimosa y traté de arrastrarla de nuevo sobre mi cuerpo y enredarla en la vorágine que era mi rutina desganada, pero ella salió en seguida y se puso en marcha como un barco de vela.

Eme era del viento.

Cuando la miraba, ella me sonreía como a una niña pequeña y yo sentía cómo algo florecía y moría simultáneamente en mi pecho. Yo quería ser suya, que ella fuera mía, pero al verla vivir con tanta energía supe que no podría nunca igualar eso.

Nunca podría ser tan buena.

Eme era la superación, la brisa fresca y el aroma a bizcocho horneado. Eme era la nieve de las montañas, el calor de la mañana, los suizos con mantequilla. Eme era tablas, la gran vía, Eme era nuestra ciudad en plena luz de día. Eme traía a mi vacío tantas cosas para llenar que yo no sabía si era yo o era ella, toda ella.

Cuando me puse en marcha ya era la hora de la comida. Me arrastré hacia ella como un perro abandonado y me pegué a su luz para cegar mi oscuridad. Sus besos me sabían a miel.

Cuando me acarició la espalda y me mimó las inseguridades, yo sentí un peso salir y entonces quise llorar pensando en lo mucho que le estaba quitando. En toda la energía que le estaba sorbiendo.

Yo estaba muy rota y no la quería cortar.

La tarde desapareció a toda prisa y lo único que saqué en claro fueron sus ojos de un verde infinito. Me acurruqué entre sus palabras bonitas y su paciencia eterna y me consolé imaginando una realidad paralela donde eso pudiera ser para siempre. Ella era tanto y yo era tan, tan poco.

Alargué los besos y rocé su piel de terciopelo con el belcro de mis dedos y noté como la rasgaba sin querer. Me comió la tristeza a cada segundo pero seguí bebiendo de su cariño pensando que sería capaz de parar. No pude y no supe.

Me hice adicta a la droga de su cuerpo más deprisa de lo que quise creer.


--


Eme tiró de mi brazo como de una marioneta y me arrastró hasta la casa de Naza. Era tarde y estábamos cansadas pero aún así bromeábamos y hablábamos de cualquier cosa. Creo que vimos una película. A penas recuerdo cómo era el lugar dónde estábamos pero recuerdo sus dedos bajo la sábana acariciando mi brazo de forma distraída. Yo contuve el aliento. Ella contuvo mi tristeza.

Nos quedamos dormidas tarde, tardísimo. Me abrazó por la espalda y me apretó contra ella como si fuese un salvavidas, sin saber que la que me mantenía a flote era ella a mí. Mis noches eran eternas y sufridas y aún así ella eligió pasarla despierta acariciando mi cuello bajo el pelo. Me protegió de todos los temblores y todo el dolor y me acompañó esas horas donde la tristeza se hacía con todo lo que yo era.

Caí por fin en un sueño profundo y tranquilo con sus manos en mi pecho y las mías agarradas a ella, tan fuerte como mis ganas crecientes de quedarme a su lado siempre.


--


"Mándamela."

Me quedé un segundo en silencio mirando el móvil fijamente, esperando a que me llegase otro mensaje en el que confirmase que era simplemente una broma.

Como si me leyera el pensamiento, Eme mandó otro mensaje, pero no era lo que yo esperaba.

"Si ya no huele a mí, métela en un paquete y mándamela. La llevaré puesta unos días y te la volveré a enviar."

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⏰ Last updated: Aug 28, 2019 ⏰

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el aroma del veranoWhere stories live. Discover now