Capítulo V

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Debo reconocer, mal que me pese, que fue la nefasta soledad que estaba atravesando la que me había empujado a compartir, con el grupo de farsantes que me rodeaban, muchos más momentos de intimidad de los que en verdad ansiaba. 

A diario, después de cenar, permanecía en el bar de la Posada tomando un vaso de whisky barato con el propósito de calentarme y hacerle sentir a mis yertas venas un poco de aquel vigor extraviado. Fue allí mismo donde conocí “al viejo”.  Militar retirado. Todavía conservaba sus aires “honoríficos” y se jactaba de las misiones que había emprendido estando en servicio. “Un héroe de la patria”, así se sentía el viejo, como todo buen militar, pero a mí no me engañaba. 

Cuando el gato lo vio, el eco de su voz mental llegó flotando a mis oídos: ¿te has fijado en su ojo? Me dijo. 

Y sí, el viejo tenía una anomalía en los ojos. Poseía un iris de cada color: uno azul claro casi blanco y el otro negro ónix. Pero, lo que parecía ser una simple heterocromia para el mundo, para nosotros, que estábamos más allá de lo terrenal y lo mundano, poseía otro significado.

Estábamos frente a un ser humano diabólico, cuya maldad, imposible de contenerse, buscaba aflorar por su retina. ¿Acaso no se dice que los ojos son portales del alma? Pues ahí estaba la prueba de la oscuridad en los suyos. 

No puedo negar que, mientras hablaba con el viejo y escuchaba sus hazañas, sentía enormes deseos de masacrarlo, de la misma forma que él había infringido daño a otros, en nombre de la patria. Pero, como dije, soy una persona sosegada. Mi temperamento me impedía montar un espectáculo tan salvaje, por lo menos con público presente.  

Sin embargo, gracias al ingenio de mi compañero gatuno fui capaz de trazar un plan que me permitió ponerme en acción sin causar escándalo. 

La noche que todo ocurrió decidí invertir parte de mi escaso presupuesto en adquirir la mejor botella de whisky que pude conseguir en aquel antro de mala muerte y compartirla con el viejo (todo fuera por el bien de la patria) Necesitaba ponerlo como una cuba, para ofrecerme a acompañarlo hasta su automóvil sin levantar sospechas. 

El plan estaba funcionando a las mil maravillas. El viejo no podía sostenerse en pie y se apoyaba en mi hombro para caminar. Tenía los ojos fijos en el piso y parecía que iba dejando una negra estela de oscuridad a medida que avanzaba hacia la calle.

Una vez fuera, la misma noche se tragó toda aquella tenebrosidad y cubrió nuestras huellas. 

Conduje al viejo hasta el callejón que estaba en uno de los laterales de la Posada y lo dejé apoyado sobre el muro.

Tenía los párpados cerrados.

Sin premura, tomé una maciza piedra del suelo, de esas provenientes de la cantera, y la descargué con fuerza en su cráneo justo cuando él abría los ojos. Sentí el "crac" del hueso al romperse, al tiempo que la oscuridad escapa de su orbe uniéndose a la opacidad de la noche. Mi estómago se agitó levemente. Tuve un impulso vomitivo, que debí reprimir porque no era admisible dejar rastros en la escena.

¡Un loco no podría haber actuado con tal destreza! 

Diario del fin del mundo #PGP2020Where stories live. Discover now