17 de marzo

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Querido Phillip:

Tardé un poco más de lo que acostumbro en escribirte. Lo lamento. Mi padre aumentó la producción de la empresa esta semana y no tuve opción más que estar encerrada trabajando el doble de lo que normalmente me corresponde. Estuve muy inquieta y al pendiente por si recibía alguna noticia tuya. Me encuentro en mi habitación. Mis manos me arden pero intentaré escribirte lo más claro que me sea posible.

Paré de escribirte cuando recién comencé a relatarte de mi inesperado enamoramiento con Eduardo Linton. Después de darme un breve recorrido por la casa, él empezó a preguntarme cada mínimo detalle acerca de mi vida, sobre mis padres, mi forma de vida, la relación que tenía con cada uno, mis sueños, mis aspiraciones, mis conocidos. Realmente cuando una vive encerrada intentando salvar a una familia de la muerte no tiene muchas cosas buenas que contar, pero al parecer a él parecía impresionarle. Recuerdo que me llamó valiente y fuerte. Él también me contó a mí una infinidad de anécdotas a lo largo de su vida. Al parecer el tampoco había salido nunca de la Granja, todo lo de afuera era traído por sus sirvientes. Su padre y madre fallecieron hace ya unos años y su hermana y él al principio sobrevivieron con su herencia. Después de unos años, cuando Eduardo supo que tenía que tener algo de dinero propio, creó un sistema de mensajería entre el pueblo y las montañas. Todas la cartas que quisieran llegar ya sea provenientes de arriba o provenientes de abajo, pasaban por las manos de Eduardo Linton, quién con todos su libros, había trazado una guía hasta casi cualquier lado dentro del estado. Contrató a mensajeros y estos iban y repartían las cartas. No había carta alguna que no fuera entregaba en máximo 24 horas de ser enviada. ¿Te imaginas? Lo único que se tenía que hacer era poner el nombre de la persona y Eduardo sabría exactamente a dónde mandarla. Si, yo te mando cartas por este medio y cuando tú me mandes unas probablemente siga pasando por sus mano. Era un servicio perfectamente organizado. No había falla alguna. Dudo que alguna vez alguien pueda igualarlo. Por supuesto, las personas interesadas en otros pueblos comenzaron con su propio registro de cartas en los suyos en cuanto oyeron del gran éxito de la producción de Eduardo, y ahora estaban empezando a aliarse para hacer entrega de cartas no solo internamente pero externamente. Solo un hombre con absoluta inteligencia pudo desarrollar algo de tal magnitud sin la necesidad de salir de casa.

Había conocido a mi madre hacía algunos meses. Al parecer ella había tocado a la puerta buscando una distracción. Le contó a Eduardo la historia entera, excepto claro, la parte en la que yo existo. Eduardo se apiadó de ella y le ofreció su casa para cuando ella gustase quedarse. Al parecer después de eso se volvieron muy buenos amigos. Mencionó a Isabel. Ella nunca había destacado de inteligencia y su hermano siempre la había consentido inigualablemente para que no le sucediese nada en absoluto. Esto por consecuencia, hizo que la llegada de mi madre le causara cientos de sentimientos de egoísmo y celos. Y ahora lo hermanos no se llevaban de la mejor manera.

—¿Por qué permitir que una desconocida se quede en su casa, señor Linton? ¿No le pareció algo inapropiado?

Eduardo soltó una pequeña risilla.

—Si señorita, tiene usted toda la razón. Sonará un poco descabellado, pero vi pureza en los ojos de su madre. La pureza siempre me ha llamado la atención de una manera inexplicable. Es paz. Es plenitud. Es una cualidad que mucha gente no posee. Y usted, hermosa y pequeña dama, conserva los mismos ojos que su madre, con el detalle de que los suyos son más grandes y más bellos. Por eso también he accedido a que se quede en casa. Y no me arrepiento de tal decisión. Es una niña increíble y llena de cualidades. La admiro mucho por sus relatos. Cualquier otra muchacha tonta pudo haber solo dejarse morir y ya. Pero usted no, es diferente; y ahora, el destino decidió darme la dicha de gozar de su compañía esta tarde. Muchos hilos uniéndose para situarnos justo en este momento. No sé qué opine usted, pero yo no creo en las casualidades.

¿Usted quiere a mi madre señor Linton?-Pregunté de repente.

—Claro que si. No hay duda alguna que de tal palo, tal astilla. Es una mujer impresionante que me ha dejado ver su lado más hermoso. ¿Por qué la pregunta señorita?

—Usted sabe que tengo un padre. ¿Cierto?

—¿Usted cree? Déjeme decirle algo señorita, no me encuentro yo en la mejor posición para dar una opinión al respecto, pero una persona cuya idea de la vida consiste en abandonar a las dos damas que lo acompañan en su existencia, no merece ser llamado padre ni esposo. Esas palabras tienen una unión y un significado mucho más profundo que la propia sangre.

Recuerdo quedarme asombrada antes sus palabras. De alguna manera comprendía ahora porque mi madre no quería regresar a casa, teniendo tantas atenciones de este lado y pensamientos de rencor hacia mi padre.

No se muy bien cuántas horas pasaron mientras platicaba con Eduardo. Perdí la noción del tiempo y pronto oscureció. Fuimos entonces todos a cenar. Exquisitos platos hechos por la sirvienta, Elena, nos fueron servidos. Todos estuvieron muy en silencio pero yo no me preocupé mucho ya que estaba demasiado concentrada en la forma en la que mi paladar gozaba cada bocado. Al terminar, me ofrecieron una alcoba hermosa que se encontraba a un costado del jardín. Una cama. Tenía años que mi cuerpo no reposaba sobre una. Fui directamente hacia ella. Estaba doblada una pijama color rosa justo del tamaño de mis proporciones y una carta de Eduardo como sorpresa. Ésta decía:

"La he mandado a pedir un poco después de tu llegada, es para que duermas cómoda. Espero puedas tener una buena noche, pequeña valiente." -Eduardo Linton

Mi corazón y mi alma durmieron como nunca antes esa noche. Estaba feliz. Debo decir, fue el día en que más dicha y tranquilidad había sentido hasta ahora. Pero como era de suponerlo, la luz sólo existe durante el día y la noche se deja ver de la forma más exacta para destruirnos.

Así finalizaré hoy, querido amigo. Mis manos arden en verdad. Esperaré a que sanen un poco para seguir relatando mi historia.

Alice

Querido Phillip:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora