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Domingo 19:02
57 horas de atraco.

La enfermedad de Berlín era muy cabrona. Pidió que no nos compadeciéramos, que no estuviéramos tristes. Y mucho menos yo. Lo veía como si fuera un afortunado, o al menos bromeaba con ello, al fin y al cabo la padecían una de cada cien mil personas.

Hizo un brindis. Quería que celebráramos por la vida, porque, al fin y al cabo, todos vamos a morir. Hizo una broma con mi hermano. El plan iba como un tiro. No puedo estar feliz, ni un segundo. No ahora que sé que mi novio se está muriendo.

—¡Tierra!—grita mi padre. Tokio y yo estamos haciendo guardia por toda la fábrica. Ha sido coincidencia que, en el momento en el que mi padre ha encontrado tierra, estuviéramos ahí.

En la radio suena el Bella Ciao, que mi padre acompaña a gritos y bailando como si se le fuera la vida en ello.

—¿Que pasa?—pregunta Tokio mientras entra en la cámara con una sonrisa. Mi padre no deja de cantar.

—¡Lo tenemos!

Todos nos abrazamos de alegría y seguimos bailando esa canción partisana que el Profesor nos había enseñado. No sé qué me hacía más feliz, si el haber superado los cuatrocientos millones o el haber encontrado tierra.

Berlin aparece y sonríe, también se une a los cánticos y los bailes. Coge tierra y la deja caer entre sus dedos. El siguiente en unirse es Denver. Verles bailar es lo más gracioso que he visto nunca. Y al fin se une la que faltaba. Mi loca favorita. Mi Nairobi.

Los billetes vuelan, la canción termina pero no se va la felicidad que sentimos. No desaparece. Y en esa felicidad me permito besar a Berlín delante de todos, incluidos mi padre y mi hermano. Seguro que algo me dirán pero me siento tan feliz que, no sé, me importa una mierda.

Pero había algo que le comía la mente. Ese algo era más bien alguien. Ni más ni menos que el corderito. Ni más ni menos que nuestro salvoconducto, que se escondió en una caja fuerte, traicionando la confianza de Nairobi y de estar a dos segundos de cargarse el plan. Nuestro plan y nuestro futuro. Alison Parker se había metido en problemas.

Mientras tanto, en los baños, estaba sentado Río hablando con la inspectora. Había hecho lo que el Profesor nos había adelantado, irían a por el eslabón más débil. Río. El joven e inocente Río. Y aplicarían algo que ya aplicó Roma y Napoleón en su momento, el divide et imperia. Divide y vencerás.

Raquel no contaba con algo, algo tan sencillo como que nos habíamos aplicado tanto que nos habíamos aprendido el Código Penal. La debilidad no está en nosotros, es en lo que está fuera. Río tenía familia fuera. Al resto no nos quedaba nadie, o estaba tamb dentro.

Ya habíamos cometido todos los delitos que se podían cometer, así que estaríamos encerrados setecientos veintitrés años, y lo mínimo que nos podían ofrecer son ciento setenta y tres años. Pero Río iba a pedir lo que queríamos pedir. El indulto del presidente.

El Profesor quería tener un plan B, por si algo saliera mal, y ese plan B era el indulto del presidente, para que nos redujeran la condena ¿nos iban a decir que nos lo dan? Por supuesto ¿lo cumplirían? Lo dudo mucho. Y Mis cojones 33 podría haber sido un buen número de grupo de música grunge. Pero ya no íbamos a ganar más tiempo. Nuestro plan para burlarnos más de la inspectora no había funcionado.

No iba a estar presente en la conversación entre Berlín y Alison. Tenía otras cosas que hacer. No me apetecía escuchar una sarta de amenazas contra una niña y su familia.

Me tocaba atender la llamada de control del Profesor. Se hacían cada seis horas y siempre las atendía Berlín, pero, esta me tocaba a mi. El teléfono suena, dejo la pistola en la mesa y lo descuelgo.

Montauk | LA CASA DE PAPELWhere stories live. Discover now