Capítulo 1°- El Color del Destino

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Voces. Había tantas y tantas voces resonando dentro de su cabeza palpitante, convirtiéndose en un zumbido perpetuo que la desorientaba, haciendo girar su entorno en un vórtice que se abría bajo sus pies con la intensión de devorarla. Llevó sus manos a cada extremo de su cabeza pretendiendo alejarlas, sin embargo, el molesto murmullo continuaba presente, casi queriendo fragmentarla en dos secciones diferentes una de la otra. Elevó la vista cristalina por las lágrimas, centrándose en el parpadeo constante de la curiosa figurilla que indicaba el paso permitido a los peatones, y con ella, aquel desconocido chico avanzando en una dirección contraria a la suya.

—Espe... —solicitó quedito, un susurro a medias que no fue capaz de concluir mientras alargaba su miembro tembloroso pretendiendo detenerle, llenando sus dedos con la nada—. ¡Basta! —mencionó sin aliento cuando el incesante sonido que atrofiaba su mente se transformara en un ramalazo de dolor inexplicable.

Las frías gotas de sudor las sentía descender aprisa desde sus sienes hasta acumularse en su mentón, estando convencida que pronto perdería el conocimiento. Con esfuerzo trató de ubicar ese llamativo color resaltando entre toda la oscuridad de la noche, consiguiéndolo junto con aquel nauseabundo tono rojizo que veía sobresalir a diario de los dedos de aquellos otros individuos que pretendiendo ignorarle, seguían su camino antes que molestarse en ofrecerle una ínfima muestra de apoyo. Carraspeó con cinismo aún en su situación. Todos ellos eran un maldito saco de mierda.

Concéntrate, Olivia.

Fue la orden que se infiltró en el interior de sus pensamientos desplazando a todo lo demás, tan parecida a una suave y refrescante brisa en medio del desierto. Aprisa localizó a la larguirucha forma masculina que estaba por dar vuelta en una de las esquinas, aprovechando los breves segundos de distracción que le brindó cuando girara para disculparse con la molesta anciana que estuvo por embestir en un momento de torpeza. Estudió con rapidez su atuendo, peinado, accesorios y pertenencias visibles, marcas, posibles tatuajes y señas particulares que le facilitaran reconocerle en un escenario diferente, lo que fuese.

Pequeña acosadora.

Musitó con gracia una vocecilla que le parecía irritante. Espantó las vagas ideas que continuaban surgiendo e inundando su cerebro, regresando a la misión de identificar ese detalle que requería para investigar por su cuenta, ese dato en particular además de su físico que ahora mantenía también guardado en su memoria.

—MIT —pronunció Olivia, alcanzando a leer con claridad las tres letras bordadas en el costado izquierdo de la camiseta negra que portaba. Sonrió arrogante al haber cumplido su cometido, ahora sabría en qué lugar buscar para así obtener las respuestas a las incontables interrogantes que nublaban su juicio.

Sus rodillas golpearon contra el duro asfalto sintiendo un intenso malestar robarle la respiración. Cayó esparcida en la vía pública, jalando con tosquedad del aire que pudiera hacer reaccionar a sus pulmones y devolverle la lucidez, pero parecía ser una misión imposible. Se giró con dificultad, contemplando finalmente la partida del chico que se perdía al doblar la manzana, llevándose consigo aquel hilo roto y sin extremo con el cual unirse. Rio vagamente al borde de la inconsciencia, entendiendo que el destino había jugado sus piezas con tal destreza, que ahora mismo sentía que había sido abofeteada por creer que los acontecimientos eran predecibles. Había sido puesta en su lugar y debía pagar las consecuencias. La presencia de ese joven era similar a recibir un maldito escupitajo a sus creencias y a todo lo que conocía, la identidad del dueño del hilo azul rompía las leyes de todo lo que había aprendido desde niña.

 La presencia de ese joven era similar a recibir un maldito escupitajo a sus creencias y a todo lo que conocía, la identidad del dueño del hilo azul rompía las leyes de todo lo que había aprendido desde niña

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El Chico del Hilo AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora