3. El rayo congelado

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Quirón PoV

Era una mañana cualquiera de este verano cuando del bosque surgieron Artemisa y sus cazadoras. Lo extraño llegó cuando veo que van con un joven, que las sigue. En cuanto se acercan un poco veo que el joven es Percy, pero ha cambiado físicamente, su azabache pelo está largo, es más alto y está extremadamente pálido, va con una chaqueta de cuero amarillo y pantalones tejanos negros.

—Hola Quirón, ¿cómo estás? —me dice Percy, entonces corro y lo abrazo.

—Mucho mejor ahora que has vuelto, vamos dentro tenemos mucho que hablar.

—Aún no, Artemisa me debe algo —y la mira —. Os he acompañado ¿no?

—Cierto —dice ella, entonces se le acerca y le da un beso en la frente. Un brillo plateado aparece en los ojos de Percy.

—¿Le acabas de dar tu bendición? —digo sin creérmelo, es el primer hombre que la recibe.

—Sip, vamos dentro. —Se guarda algo brillante del suelo en el bolsillo y entra, entro también y nos sentamos alrededor de la mesa.

—¿Dónde has estado?

—Si te lo digo, en cuanto me vaya mandarás a alguien, para que vuelva como ahora. Ten en cuenta que solo estoy aquí por la bendición de Artemisa y como ya has visto, la tengo. Por lo que no creo que me quede mucho.

—Hay una nueva profecía.

—Hay un nuevo hijo de Poseidón.

—Habla de alguien que desapareció del Sol, de la Luna y de la Tierra. Y como ya sabes Apolo y Artemisa llevan buscándote tres años y no estabas sobre la Faz de la tierra.

—¿Cual es la profecía?

Otros lucharán, otros perderán, pero sin el que la tierra perdió, al que el Sol de alumbrar dejó y al que la Luna lloró, el Olimpo bajo tierra quedará. Como ves no es otro más que tú.

—Me niego a salvar de nuevo al Olimpo. Ya lo hice una vez y ya ves de lo que me sirvió. Tengo mi futuro pensado y ahora que soy inmortal, física y temporalmente. No necesito a nadie más y si el Olimpo no quiere caer que se defiendan ellos mismos, para algo son dioses.

Percy PoV

No pienso jugármelo todo de nuevo, que fijación tienen conmigo las parcas. Entonces apareció el Señor D.

—¿Estás rechazando ayudar a tus Dioses? —me pregunta el Sr. D.

—Sí, ¿por qué tardó tanto en salir?

—Que vencieras a Kronos no implica que puedas serme impertinente. —respondió él, no entiendo como se puede ser tan desagradecido.

—Yo de ti tendría cuidado, no estoy de humor. No creo que quieras acabar en el Tártaro o donde quiera que vayan los dioses muertos.

—¿Me estás amenazando?

—¿No me he hecho entender?

—Ya basta los dos. No quiero peleas. —dijo Quirón.

—Lo siento Quirón, pero no estoy dispuesto a luchar por ellos.

Entonces el Sr. D. se convirtió en un destello y de golpe estábamos en la Sala de los dioses en el Olimpo. En pocos segundos aparecieron el resto de Dioses.

—¿Por qué no acabamos aquí la conversación? —dice el Sr. D.

—No pienso luchar y no hay discusión posible.

—¿¡CÓMO QUE NO VAS A LUCHAR!? —grita Zeus.

—Mejor relajate, podría destruiros a todos en cuestión de segundos. ¿Verdad Artemisa? —digo dándole la espalda a Zeus y mirándola a ella.

—Padre, relájese, por favor. —dice ella.

—¿¡Y encima le das la razón!? —dice enfadado pero sin gritar.

—No es el Perseo que conocíamos, destruyó un monstruo. Con solo levantar una mano, le sacó el agua de dentro.

—¿Enserio hiciste eso hijo? —dice el con una sonrisa en la cara —no sabía ni que podíamos hacer eso, estoy muy orgulloso de ti, aunque espero que no me lo hagas.

—Tranquilo papá. Te echaba de menos. —se levanta y me da un abrazo, huele igual que siempre, a mar.

—Perseo —dice Hefesto —, ¿qué es eso de bronce celestial que se mueve en tu bolsillo?

—Es Emilia —digo mientras la saco de mi bolsillo.

—¿Me dejas observarla —se la llevo —? ¿La hiciste tú —asiento —? Es digna de uno de mis hijos más hábiles. Será leal a ti siempre. —dice mientras me la devuelve y me ponela mano en la frente. —Te has hecho merecedor de esto

—Muchas gracias, señor.

Dos bendiciones en un día, esto no me lo creo ni yo.

—HEFESTO —grita Zeus —¿¡DICE QUE ES CAPAZ DE DESTRUIRNOS Y LE DAS TU BENDICIÓN!?

—Es una obra maestra, incluso a mí me habría costado hacerla.

—Volvamos al punto principal, Perseo —dice Hestia —, ¿por qué no quieres ayudarnos?

—Soy feliz como soy, con mis planes de futuro, con Emilia, con mis otras tres creaciones y no pienso perderlo por gente como él —digo señalando a Zeus —, o él —digo señalando al Sr. D.

—¿Qué futuro puedes tener si el Olimpo cae? —dice Hera.

—Uno lejos de vuestra influencia.

—No hay lugar donde no tengamos influencia —responde Atenea.

—No eres tan inteligente como piensas.

—¡¿PERDÓN?!

—¿Acaso les has contado que el motivo por el que desaparecí tiene que ver con la zorrería de tus hijos y del plan que tú llevaste a cabo? —entonces Poseidón se levantó y lo cogió por el cuello.

—¿¡ES COSA TUYA QUE HAYA PERDIDO A MI HIJO!?

—Papá, suéltala. Si no fuera por ella no sería tan fuerte como ahora, ni tan inteligente —y la soltó. —. En definitiva, no tenéis nada con lo que amenazarme ni nada con lo que recompensarme, ya soy inmortal parcialmente, tengo la maldición de Aquiles y ahora inmune al fuego, entonces me marcho que tengo mejores cosas que hacer.

Entonces doy la vuelta y empiezo a caminar, de golpe oigo un grito de rabia. De reojo veo a Zeus levantarse y disponerse a atacar. En el mismo momento que el me lanza un rayo yo convierto el vapor de agua del aire que hay alrededor del rayo en hielo, capturándolo dentro. Agarro el rayo antes de que caiga al suelo y se lo lanzo al incrédulo Zeus.

—Creo que se te ha escapado. —y me marcho, dejándolos a todos en silencio.

Cuando llego a la planta baja del Empire State aparece Artemisa a mi lado.

—Por favor Perseo.

—No, me vuelvo al Laberinto y como enviéis a alguien lo único que conseguiréis es que se pierda y posiblemente muera. En cuanto mis autómatas acaben el mapa no me volveréis a ver, viajaré por todo el mundo, hasta encontrar el lugar donde pasar la eternidad, que me has concedido.

—No eres inmortal, Perseo.

—Tu bendición me protege del paso del tiempo, ser hijo de mi padre de morir ahogado, la bendición de Hefesto del fuego y la Maldición de Aquiles me protege de las heridas y nadie sabe donde está mi punto débil y en el caso de que alguien lo descubriera, está bien protegido. Por lo que puedo decir que soy inmortal.

—Lo tienes bien pensado. Pero tal y como ha dicho Atenea. Si el Olimpo cae no tendrás sitio donde disfrutar tu 'eternidad'.

—¿Por qué tenéis tantas ganas de que me muera? Habéis vivido eones alguno de vosotros se podría sacrificar por el Olimpo.

—Nadie quiere que mueras, además ya has demostrado que podrías vencernos a todos juntos. Por lo que la amenaza que se acerca no es algo con lo que podamos lidiar solos.

—¿Qué consigo a cambio de salvaros de nuevo?

—A mí.

La soledad del Héroe del OlimpoWhere stories live. Discover now