ANDREW
El cuerpo de Lea estaba acurrucado, muriéndose de frío. Sin embargo, continuaba profundamente dormida.
Me había despertado cuando la luz del día traspasó la ventana. No eran más de las nueve o nueve y media. Mi mente tardó cero coma algo en recordar con quién me encontraba en la cama y lo que había sucedido ocho horas antes.
Aparté un poco las sábanas de mi cuerpo y volví a mirar a Lea, la cual me daba la espalda. El moño, que se había hecho antes de meterse en la cama, estaba completamente deshecho y esparcido por la almohada. Algunos mechones se le habían escapado y estaban disparados en todas las direcciones. Suspiré de forma sonora, volviendo a caer en mi lado de la cama. Enterré mis dedos en el cabello y clavé la mirada en el techo pensando en todo.
La primera noche que ella se había quedado había sido bueno. Es decir, tenía a la chica que me revolucionaba en mi cama y me mantuve en el salón. Sin embargo, al segundo día, no pude más. Es cierto que el primer motivo por el que me metí fue el de molestarla, el de provocarla cuando me viese a su lado a la mañana siguiente, pero mentiría si dijera que no hubo una vocecita en mi cabeza que me decía que aquello era el resultado de mis sentimientos, de mi necesidad de verla de cerca, a dos centímetros.
Y se convirtió en rutina la primera semana: yo me acostaba en el salón, ella en el dormitorio y a media noche mis pies me llevaban hasta ella. Lea puso medio gritito en el cielo el primer día, pero suponía que la vergüenza de decirme que no durmiese en mi propia cama, aun cuando estaba ella, le impedía decirme algo más.
No esperaba lo que había sucedido en la madrugada, dado que, últimamente, me había convertido en un auténtico capullo. Todas mis acciones hacia ella eran frías y escasas y me reventaba no ser capaz de cambiarlas por el puto orgullo, pero así había actuado. La rabia me cegaba también y la combinación no era nada recomendable. Sin embargo, cuando Lea volvió a casa y se me quedó mirando, reaccioné. Fue como tirar un mechero a una piscina de gasolina. No podía continuar con mi actitud de mierda si quería a esa chica.
Me levanté, sentándome en el borde de la cama. Me agarré al filo del colchón y bufé cuando los besos que nos habíamos dado volvieron a mi mente. ¡Dios! Había sido increíble sentir su cuerpo encima del mío, sentir cómo gemía cuando le acariciaba la parte baja de la espalda y los costados. Su pelo tan lizo y fino se escurría entre mis dedos como la arena y la miré dormir por encima del hombro, deleitándome en la forma tan suave que parecía que tenía para respirar.
Suspiré, apartando mi mirada de su cuerpo: de sus piernas descubiertas y caderas.
Me puse los primeros vaqueros que alcancé encima del escritorio de la habitación y fui a la cocina. Esta vez, Chicle no me siguió y me acerqué a la nevera, tomando el zumo de naranja que Lea había exprimido hacía más de cinco días con la esperanza de que yo le dijera más de seis palabras seguidas. Maldecí en voz baja. Cogí un vaso y una melena rubia llegó a mis pensamientos.
Samantha.
Se me resbaló el vaso y los cristales hechos añicos no tardaron en esparcirse por el suelo y por encima de mis pies descalzos. Volví a maldecir, ahora un poco más alto. ¡Joder! Tenía que hablar urgentemente con Samantha, tenía que confesarle todo lo que estaba sintiendo por Lea. Nada más pensar en dejarla me dolía. Es decir, no era una novia cualquiera, era Samantha: mi chica desde el instituto, la que pensaba que era mi media mitad. En los años que llevábamos juntos, nunca me había fijado más de cinco segundos en una chica, nunca me había puesto a pensar en una vida que no incluyera a Sam. Ella estaba presente en todos y cada uno de los rincones de mi vida. Sin embargo, un día, levanté la mirada y estaba Lea Sanders, ahí, caminando como si nada y todo cambio.
Así de sencillo sucedieron las cosas y allí me encontraba yo, complicándolas.
Me toqué el bolsillo y me percaté de que no tenía el móvil para enviarle un mensaje a Samantha para vernos después. Pensé en volver a la habitación y cogerlo, pero el sonido de unos pies descalzos contra el suelo me borró cualquier pensamiento coherente en mi cabeza.
Estaba preciosa con su pijama de verano y desperezándose, orientándose. Sonreí.
***
Llevaba más de diez minutos en el coche, debajo del apartamento de Sam. Ella vivía en Miller Park, un distrito cercano a la universidad cuyas residencias costaban un riñón. Por ello, la gente compartía los pisos, los gastos y las habitaciones. La zona era bastante tranquilla: no era muy céntrico ni tampoco estaba cerca de las costas que rodeaban Seattle, pero estaba bastante aceptable. Más que aceptable si los comparamos con otros barrios como donde vivía Lea antes.
La radio había cambiado siete veces de canción y yo continuaba si ser capaz de bajarme del coche para cortar con Samantha. Cualquiera diría que no quería hacer aquello, que me estaban obligando. Sin embargo, era todo lo contrario: quería y necesitaba hacer eso. Lo necesitaba yo y Samantha se merecía una explicación tras haber estado unos días en plan capullo integral.
Además, en este panorama estaba Lea. Era un pensamiento, quizás, egoísta, pero tenía que dejar a Samantha para estar con Lea.
Me llené de valor: apagué el coche, crucé la calle y toqué el timbre. Una de las compañeras de piso de Sam me abrió. Subí los escalones con el corazón martillándome. No quería hacerle daño a Samantha y se lo iba a hacer. No quería joder nuestra relación y lo iba a hacer. Quería... quería seguir teniéndola en mi vida, pero de otra forma complemente diferente.
-Está en su habitación.- me dijo automáticamente Kelsey, su compañera. No le contesté. Cerré la puerta y busqué el cuarto de Sam.
Toqué dos veces avisándole de mi visita y no esperé que me contestara. Estaba enfrascada en el ordenador con sus gafas para leer y se giró en cuanto traspasé la puerta. La cerré y el golpe amortiguó mi suspiro.
-No te esperaba.-dijo, sonriendo y levantándose para dirigirse hacia mí. Se enganchó a mi cuello y me rozó los labios antes de que tuviera tiempo de separarme.
-Sí, lo sé. Siento aparecerme sin avisar, pero...- me interrumpió.
-Sabes que me gusta prepararme con tiempo, pero da igual. Puedo ponerme unos vaqueros y listo. – sus manos dejaron mi cuerpo y retrocedió para cerrar el ordenador y ordenar algunas hojas. -esto está casi listo.
-En realidad, no vine a buscarte. Sino para hablar.
-¿Qué pasó? ¿Tu madre está bien?
Cerré los ojos. Sí, suponía que mi madre estaba bien. Hacía semanas que no le cogía el teléfono, que no hablábamos, pero ayer me había llamado de nuevo. Eso significaba que estaba bien, allá con Ally.
-Es sobre nosotros, Samantha. -le comuniqué y se apoyó en el borde de su escritorio. Respiró hondo, mirándome fijamente. Yo tampoco pestañee mientras le decía: -Creo que será mejor que lo dejemos, que nos demos un tiempo.
Por un momento, la cara de Sam no me dijo nada: su expresión continuó siendo la misma, como si estuviera mirando algo sin importancia. La habitación, con paredes azul oscuro y con los muebles esenciales, se quedó en completo silencio. Pero reaccionó, riendo como si no se lo creyera, como si hubiera contado un chiste malísimo.
-Venga, Andrew, ¿qué dices?
La conozco demasiado bien y puedo distinguir sus diferentes tonos de voz. Este es de incredulidad. No me toma en serio, no se lo cree.
-Que quiero dejarlo. Quiero que dejemos de estar como siempre.
Volvió a quedarse sin habla unos tres segundos hasta que apartó la mirada y respiró, de forma sonora, por la nariz. Desde la distancia que nos separa, pude distinguir sus ojos llenos de lágrimas. ¡Joder! Soy un capullo, son un capullo suertudo por haber tenido a esta chica y quiero decírselo, pero no puedo. No quiero que esta sea la típica ruptura de no es por ti, es por mi. No quiero acabar como las típicas parejas que no se pueden mirar a la cara porque yo le debo media vida a ella. Me rompe el corazón destrozárselo a ella, pero ya no estoy enamorado. No sabría decir en qué momento ocurrió, pero es un hecho y tengo que asumirlo.
-Es por ella ¿verdad? Es por Lea ¿no?
No hizo falta decir nada más.
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Durmiendo a su lado
Romance¿Qué se supone que tienes qué hacer cuando no tienes casa ni trabajo? Eso me pregunté yo. ¿A casa de tu mejor amiga? Imposible. Dafne compartía piso con unas cuatro chicas más, además de su novio, Louise. ¿Vas a donde vive tu novio? Ummm... tampoco...