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—Se acabó —declaré firmemente, arrojando a Sean en su cama

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—Se acabó —declaré firmemente, arrojando a Sean en su cama. Cayó de espaldas con los ojos cerrados, aún atontado por el alcohol —. No voy a seguir cargándote por todos lados solo porque tú eres un imbécil que no tiene nada mejor que hacer más que embriagarse y fumar.

Mi amigo gruñó y arrugó las cejas.

—Shh; cállate Colson —pidió con voz ronca y pastosa —. Solo, cállate.

Lo ignoré y descolgué sus gafas de sol blancas de mi playera, para dejarlas sobre la mesita de luz.

—¡Por Dios! —gimió, alargando las palabras con agonía. Giró sobre su espalda hasta quedar boca abajo y abrazó la almohada más cercana —. Mi cabeza va a estallar...

—Deja de quejarte, idiota —lo regañé, al mismo tiempo que enterraba los dedos en su espeso cabello negro. Tiré de él, obligándolo a levantar la cabeza y mirarme, para poder examinar su estado. Aún no veía con claridad, (a causa de los efectos del gas con el que esa chica me había rociado), pero podía notar que sus pupilas estaban tan dilatadas que el color verde de sus iris era indistinguible; eso sin mencionar que la parte del ojo que debería ser blanca estaba muy enrojecida. Coloqué mi mano libre en su frente para tomarle la temperatura. Estaba ardiendo...

Pero respiraba con normalidad.

—Se te pasará —pronostiqué, soltándolo con brusquedad.

Él dejó caer la cabeza nuevamente sobre la almohada.

—¿Dónde estamos? —preguntó con voz débil.

Entreabrió los ojos y yo ahogué una maldición. «Aquí vamos de nuevo».

No era la primera vez que nos encontrábamos en aquella situación. Desde hace unas cuantas semanas, esa habitación se había convertido en un infierno para él, y sabía exactamente cómo reaccionaría si le decía la verdad. Por unos cuantos segundos permanecí en silencio, intentando determinar cuál sería la mejor manera de lidiar con la escena. Sean estaba tan borracho que ni siquiera se había dado cuenta de dónde se encontraba, así que tenía la posibilidad de mentirle, marcharme y fingir que nada había pasado... Pero a la mañana siguiente él despertaría allí, y mi intento por evitar que se sintiera terrible sería en vano.

Solté un profundo suspiro y me rendí.

—Estamos en tu habitación, Sean —respondí susurrando en voz muy baja, conservando la esperanza de que él no me oyera.

Pero claro que lo hizo. De pronto, la sobriedad regresó a su cuerpo. Abrió los ojos de par en par y se incorporó, tan despierto como si hubiera ingerido uno de esos refrescos energizantes que promocionaban en la televisión. Se removió en la cama, alterado, e intentó ponerse de pie mientras negaba rotundamente con la cabeza.

—No, no, no —repitió una y otra vez —. No voy a dormir en esta habitación.

—Sean... Sean.

Love At First LieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora