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—¡Y luego de invitarme a su fiesta, me abrazó! —exclamó Nolan, entusiasmado —

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—¡Y luego de invitarme a su fiesta, me abrazó! —exclamó Nolan, entusiasmado —. Me congelé completamente, así —dijo deteniéndose unos segundos para mostrarme cómo había reaccionado —, y estoy seguro de que me sonrojé. —Se tocó las mejillas con las manos —. Ay, no. Sigo rojo, ¿verdad? —preguntó, parándose en seco nuevamente.

Me miró con los ojos muy abiertos. Solté una carcajada y alboroté su cabello.

—Sí. Aún estas rojo, tomate —respondí asintiendo.

Nolan rió nervioso y se frotó las mejillas.

—Maldición, Bea seguramente se ha reído de mí —comentó, pateando el borde de la baldosa rota que había a sus pies.

—Y se reiría aún más si te viera ahora —bromeé. Mi hermano observó como los trocitos de la baldosa repiqueteaban en el suelo y a través de su sonrisa tomó una profunda bocanada de aire para recuperar el aliento. Desde que lo busqué en la entrada de la escuela no había dejado de parlotear sobre lo que había sucedido con la chica que tanto le gustaba, así que era natural que se encontrara cansado como si hubiera hecho el mayor esfuerzo físico de su vida.

Pocos pasos después volvió a abrir la boca con la intención de comentar algo más pero, como si hubiera estado calculado, antes de que pudiera decir lo que sea que fuera a decir la chica de la que había estado parloteando pasó junto a él.

—Adiós, Noly —saludó, dándole un rápido y sorpresivo besito en la mejilla antes de correr hacia el auto que la esperaba frente a nosotros.

Nolan suspiró un débil saludo, sonriendo como un tonto. Soltó una risita estrangulada y se llevó dos dedos al lugar del beso, como si quisiera atraparlo entre las manos.

—¿Qué significa eso? —preguntó, mirándome con las cejas levantadas.

Tuve que respirar hondo para ahogar una carcajada antes de responder.

—Eso, hermano mío, puede ser una gran oportunidad —dije, rodeando sus hombros con mi brazo. Nolan volvió a reír y agitó una mano tímidamente en dirección al auto que abandonaba el estacionamiento, aquel en el que se había montado Bea.

Aguardé unos segundos para que mi hermano suspirara una vez más y luego comencé a dirigirlo en dirección al estacionamiento, para buscar mi coche. La entrada de la escuela estaba atestada. Era el final del último día de clases, por lo que montones y montones de estudiantes de todas las edades se reunían en los rincones para parlotear sobre lo que harían en el verano y prometer paseos, campamentos y fiestas.

Acabábamos de atravesar un grupito de adolescentes cuando alguien pasó junto a mí y me empujó con fuerza al grito de:

—Hazte a un lado, marica.

Love At First LieOù les histoires vivent. Découvrez maintenant