En la batalla del risco, el rey en el norte, Robb Stark fue herido, una flecha atravesó su armadura e hirió su hombro, el rey fue llevado al castillo para ser curado, pero sus heridas eran tan graves que llamaron a Leonor de Castamere, una bruja de...
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Las tierras del oeste 299 d.C.
El joven señor despertó al día siguiente tal y como ella lo había previsto, pero la pérdida de sangre lo tenía tan débil que solo comió un poco y volvió a caer en un profundo sueño.
Tres días duro su encierro con el joven señor, tres días de encierro silencioso y solitario.
Los hombres hicieron caso a las instrucciones que ella había dado, y solo iban a las habitaciones a darles comida y agua, aunque Leonor podía ver en sus miradas la duda de sí su señor despertaría.
El primer par de días, el joven no parecía estar del todo consciente, no hablaba, ni se movía, solo abría los ojos y Leonor corría a su lado con un trapo húmedo para hidratar sus labios y tratar de que probara bocados de comida.
De esa manera crearon un pequeño ritual en la soledad de la habitación, el joven señor se recuperaba de su herida recostado en el lecho con su lobo a los pies, y ella sentada en un rincón, observándolo, esperando el más mínimo movimiento que indicara una mejoría.
Tocaron a la puerta y ella abrió, era Elyse, la chica de las cocinas que les llevaba la comida.
—Es sopa de avellanas y un poco de carne para el lobo.
—Gracias.
—¿Aún no despierta?
Leonor negó con la cabeza y cerró la puerta, puso la sopa en la mesa cercana al fuego y acercó un banco para sentarse delante, el lobo levantó el hocico oliendo la carne, pero no dejo su lugar al lado del joven señor.
El carnicero le enviaba la carne cruda, pero poco había tardado ella en darse cuenta que Viento Gris la prefería asada, así que tomó una vara, pincho la carne y la puso a las brasas.
—Ven Viento Gris, sabes que no puedes comer ahí, ven —el lobo se levantó y no sin pensárselo un poco bajó del lecho para sentarse a su lado y mordisquear su carne.
Leonor acarició su lomo, se había ido ganando la confianza del animal poco a poco, al grado de ya no temerle, acariciaba sus orejas, pero sintió su sangre helarse cuando Viento Gris se levantó de golpe, dejo su carne y saltó al lecho donde el joven señor había despertado.
Se acercó a él, humedeció sus labios y garganta, él la vio y murmuró.
—¿Cuánto tiempo llevo dormido?
—Esta es la cuarta noche mi señor.
—¿Y has estado todo este tiempo a mi lado?
—Así es mi señor, estabais demasiado débil, tanto que vuestros vasallos no estaban seguros de sí despertaría, me ordenaron cuidarlo hasta que lo hiciera.
Él asintió y miró a su alrededor, Viento Gris se había vuelto a recostar en sus pies.