Ingrávidos (y 5)

151 17 17
                                    

"Espérame a la salida en el cuarto de baño de empleados que hay en la tercera planta, dentro de la biblioteca".

El mensaje, escrito por Camus aquella misma mañana, había provocado en ella tal nerviosismo que el teléfono se le cayó de las manos.

- ¡Que te cargas la pantalla! -Judith lo recogió y examinó los daños- Se te ha rajado un poco, pero creo que aún puedes usarlo.

- Estoy torpe, tía, debo dormir más -admitió Leah, ojerosa a causa de sus escapadas nocturnas con Camus.

- Ese pelirrojo va a terminar contigo. Deberías dejar un cepillo de dientes en su casa por si acaso -bromeó Judith.

Durante toda la mañana, Leah fue incapaz de concentrarse. A la hora de comer, Camus pasó por su mesa, con la excusa de dejarle la copia impresa de un estudio, posándole la mano en el hombro con todo descaro. Ella lo ojeó en la primera ocasión que tuvo, descubriendo una nota manuscrita en la segunda página:

"No te olvides de nuestra cita, preciosa. Tengo tantas ganas de verte que casi me meto en tropicales con la botella vacía. Me tienes atontado."

Ella sonrió. Cualquiera que fuese el plan del pelirrojo, lo secundaría sin dudar.

A última hora de la tarde, Leah entró a escondidas en la biblioteca, una dependencia que las nuevas tecnologías habían reducido a un resquicio del pasado. Dado su escaso uso, nadie la custodiaba y no tuvo problemas para llegar al cuarto de baño y sentarse a esperar a su chico de pelo rojo, que no tardó más de tres minutos en aparecer ante ella, todavía con el uniforme.

- Lele, hoy he estado a punto de besarte en el comedor -confesó, abrazándola.

- Bueno, mañana es mi último día aquí, así que pronto no hará falta disimular nada...

- Ya, es un rollo que prohíban las relaciones entre empleados. Me alegro de que termine tu beca, no te ofendas -rio él-. Ven conmigo, quiero enseñarte una cosa -la tomó de la mano y la guio hasta el área de los acuaristas.

Camus había preparado minuciosamente aquel encuentro, con intención de sorprender a Leah, y a juzgar por la expresión de su cara, lo había conseguido con honores:

- ¿Qué es esto? -preguntó ella, paseando alrededor del pequeño tanque con la palma apoyada en la lisa superficie.

- Es mi sorpresa para ti... En esta sala estaremos solos. He avisado a Esteban, el vigilante jefe de esta noche, de que tenía que quedarme a preparar un entorno. Nadie nos molestará.

- Sigo sin entender qué es lo que... ¡Camus! ¿Qué haces?

El pelirrojo estaba quitándose la ropa ante ella y no paró hasta que todo su cuerpo pecoso quedó expuesto. Se acercó y le desabrochó el botón de sus pantalones de vestir.

- Este tanque es para nosotros... ¿No decías que te gustaba verme bucear? Pues esta noche lo haremos aquí...

- Pero... Yo no sé bucear...

- Yo no he dicho que vayamos a bucear, he dicho que "lo haremos". Pensaba que dominaba los juegos de palabras en español... -levantó la ceja, fingiendo perplejidad.

Ella soltó una carcajada y se deshizo del pantalón y de la blusa. Camus la abrazó y se adueñó de su boca, con tal pasión que la hizo chocar con el tanque, terminó de desnudarla y la llevó de la mano hasta el otro lado, donde una escalera les permitiría acceder al interior. Leah comenzaba a entender en qué consistía la idea de Camus: el tanque, de no más de seis metros de diámetro y tres de profundidad, carecía de plantas o animales en su interior y apenas dos chorros de aire repartían burbujas por todo su volumen.

Destellos doradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora