La voz irresistible (3)

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Una vez llegaron al hotel donde tendría lugar el evento, recogieron sus acreditaciones. El evento parecía bastante pijo y no era tan solo por la necesidad de identificarse como invitado: el personal de servicio iba tan arreglado como si fuese a atender una boda y la decoración del salón tenía pinta de haber sido realizada con vistas a aparecer en una revista profesional.

Ricardo, su comercial, las recibió e intentó darles dos besos; ellas, fieles a su costumbre, prefirieron estrecharle la mano amistosamente.

-       Es verdad, las de Armenteros no dan besos, siempre se me olvida -rio.

-       Oye, Ricardo, ¿nos vais a presentar a la plantilla de la empresa?

-       Sí, claro, después de mostraros la nueva línea haremos un pequeño cóctel previo a la cena y tendréis ocasión de charlar con ellos. Os dejo, voy a saludar a otros clientes, ¿vale?

Las chicas pasaron a la sala donde tendría lugar la presentación, un amplio espacio en el que los organizadores habían colocado varias mesas altas, alrededor de las cuales pequeños grupos charlaban bulliciosamente mientras los camareros circulaban ofreciendo bebidas y minúsculos canapés de diseño para picotear. Esther escogió una posición estratégica, desde la que dominaban toda la estancia, y comenzó su proceso de descarte:

-       Estos son del centro auditivo de Daza y aquellos son de la clínica universitaria, o sea que no puede ser. Aquel tiene pinta de reparar cosas, pero es muy feo. Esas no, que son todas chicas...

-       ¿Y aquellos? –Cirenia señaló un grupo de chicos trajeados que hablaban entre sí con aire serio.

-       Oye, pues no están mal... Quizá alguno sea tu angelito con voz de semental...

-       ¡No le llames así! ¡Me da vergüenza!

Ricardo les presentó al director general de la empresa, llegado de Dinamarca para hacer la pelota a los principales clientes del país, y dio comienzo al acto, una "americanada" durante la que pretendían que coreasen consignas y se maravillasen de la revolución tecnológica que la nueva línea de audífonos supondría para sus pacientes. Las dos amigas se aburrieron en un educado silencio y continuaron su labor de espionaje, sin llegar a ninguna conclusión.

Terminada la charla, les hicieron pasar al gran comedor, en un extremo del cual habían situado un estrado elevado para continuar dándoles la chapa entre plato y plato. Ricardo las localizó y las guio hasta la zona donde el personal de la empresa estaba saludando a sus clientes:

-       Mira, Mónica, estas son Cirenia y Esther, de Armenteros.

-       ¡Encantada de conoceros! Anda, que ya es casi como si fuésemos familia, a fuerza de tanto hablar... -Mónica, la afable chica de marketing, era tal como Cirenia la había imaginado: bajita, rubia y súper sonriente.

-       Yo soy Abel, de contabilidad, y estos son mis compañeros Charo y Martos -indicó un veinteañero alto y espigado, señalando a dos personas más. También se parecían a los personajes que ella les había diseñado en su cabeza.

El comercial continuó presentándoles gente que a ella le importaba tirando a poco, hasta que llegó el turno del departamento técnico. Cuatro personas con las que había hablado en alguna ocasión, pero ni rastro del italiano de la voz rasgada.

-       Analía, ¿dónde está el jefe? -inquirió Ricardo.

-       Dijo que llegaría para la cena, quería terminar unas reparaciones urgentes -explicó su compañera de departamento.

-       Bueno, ya os lo presentaré luego; es que es muy responsable -dijo el comercial, mientras ella masticaba su decepción.

Pasó el resto del cóctel charlando con Esther y Mónica hasta que los camareros les pidieron que ocupasen las mesas que les habían asignado para cenar: en cada una de ellas habían ubicado a ocho personas, identificándolas por sus nombres. Esther y ella estaban en la número ocho, acompañadas por una pareja de otro centro auditivo y cuatro trabajadores de Heiberg. Su amiga, más avispada que ella, leyó todos los rótulos antes de ocupar su asiento:

-       Cire, no te pongas nerviosa, pero en esa silla de ahí se va a sentar Angelo –le indicó, señalando el hueco que quedaba frente a ellas.

-       No me lo puedo creer... -respondió ella-, me estás vacilando.

-       Que no, mira -sacó el móvil y le enseñó la foto que le había hecho a la tarjeta.

-       ¿Te ha dado tiempo a hacer una foto y todo? Tía, como espía eres lo más -siempre conseguía hacerle reír, incluso ahora que los nervios amenazaban con provocarle un ataque.

Siete de los ocho comensales estaban ya sentados frente a sus platos vacíos, admirando las imágenes que el proyector láser imprimía sobre la mesa y que hacían referencia a la revolución auditiva que se avecinaba, según la brasa que el director general de Heiberg les estaba dando desde el estrado, pero Cirenia solo podía pensar, mientras miraba a aquella especie de coach súper entusiasta, que no quería quedarse con las ganas de conocer a su italiano de voz sexy. El director terminó la charla, para alivio de los presentes, y prometió que enseguida comenzarían a servirles la cena, así que todos se enderezaron en sus sillas y fue entonces cuando vieron llegar al ocupante de la última: estaba a punto de tomar asiento frente a ellas.

-       Buenas noches y perdonad la tardanza; soy Angelo, del departamento técnico -sonrió, exhibiendo una dentadura perfecta y erizando el vello de la nuca de Cirenia con aquella voz que evocaba una mano masculina deslizándose sobre un vestido de terciopelo.

Le miró de arriba abajo, petrificada por la sorpresa: su imaginación la había traicionado por completo, no se parecía ni remotamente al chico de sus fantasías.

-       Tranquilas, mi jefe puede parecer un poco "edgy" al principio, pero es un trozo de pan -explicó Analía, a la vez que él rodeaba la mesa para estrechar las manos de todos uno a uno-. Angelo, estos son Roberto y Claudio, de Hipoacusia Soluciones Avanzadas, y Esther y Cirenia, de Armenteros.

-       Cirenia... Por fin te pongo cara -usó ambas manos para apretar la suya, demorándose un segundo más de lo normal en torno a la piel suave de su muñeca y haciéndola sonrojar con aquel timbre de voz tan caliente como lava volcánica.

Mientras terminaba su ronda de saludos y se quitaba la americana, Cirenia le observó, maravillada del abismo que se abría entre su imaginación y la realidad: Angelo llevaba un parche de color gris sobre el ojo izquierdo que no ocultaba por completo la larga cicatriz que corría desde la ceja hasta mejilla, y al menos seis pendientes en cada oreja, incluidas sendas perforaciones en ambos tragos. Su curiosa barba, arreglada con esmero, estaba dividida en dos pequeñas coletas decoradas con cuentas al estilo vikingo. Entre su cabello corto, oscuro y estudiadamente revuelto, asomaban algunas delgadas trenzas rematadas con cuentas a juego con las de la barba. Pero lo que más llamó la atención de Cirenia fue su ojo derecho, de un precioso color azul zafiro y perfilado con lápiz negro. Sintió que la boca se le secaba y, sin pensar, dio un gran trago a su vaso hasta casi atragantarse. Angelo debía de ser un hombre con mucha personalidad. O, quizá, un gran fan de Jack Sparrow.

Remataba el conjunto su traje gris marengo, que parecía cortado a medida, por el modo en que envolvía sus hombros. Terminó de colgar la americana en el respaldo de la silla, exhibiendo una camiseta blanca en vez de las sosas camisas y corbatas que lucían los demás invitados masculinos. Cirenia se perdió en la contemplación de los tatuajes que decoraban sus fuertes brazos, desde las muñecas hasta las mangas.

Ese hombre, diferente a todos, era Angelo, el italiano de la voz sensual.

Destellos doradosWhere stories live. Discover now