47. Mercado Gaudí. Parte I.

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Cuando comencé a trabajar en la fonda con mi mamá también empecé a recibir un salario constante y gracias a eso podía salir con Mariana y Martín de vez en cuando, pero una de mis actividades favoritas era simplemente ir al centro comercial con Mariana y probarme toda clase de ropa. No se trataba de las compras, sino de la experiencia.

Dormir en una cama era mucho más cómodo que hacerlo en el piso o en mi carro y finalmente sentía que podía relajarme así que no desperté sino hasta que el sol estaba en lo alto. Normalmente Bunny estaba a mi lado cuando despertaba, pero ese día no la encontré en mi cama así que me levanté rápidamente y comencé a buscarla. Mi conejita había bajado al comedor y estaba sentada en la mesa esperando la comida. Al verme, Aradia me dedicó una sonrisa y me pidió que me sentara. Había preparado un par de huevos cocidos, algo de pan y café. No sabía que el café existía en ese mundo, pero fue un hallazgo delicioso que mejoró mi día.

Solo Bunny desayunó conmigo, al parecer las trillizas habían despertado desde mucho antes y ya habían tomado su primer alimento del día. Amara se encontraba limpiando la casa y Aradia estaba en el jardín con Arthur revisando el espacio para el huerto. Tenía pensado plantar algunas cosas ahí y con su experiencia posiblemente podríamos tener buenos resultados.

Mientras comía le confesé a Aradia que aunque al verlas trabajar era fácil reconocerlas, si se paraban una al lado de la otra me resultaba imposible diferenciarla de sus hermanas y ella se disculpó, ofreciendo incluso cortarse el cabello para facilitarme las cosas, por supuesto, rechacé la idea de inmediato

Pasé una parte de la mañana preparando algunas de las cosas que había conservado de mi viaje. Tenía suficientes hojas, polvos y rocas para llenar una docena de cajas y vasijas. El sótano iba a ser mi espacio para experimentar así que las llevé con la ayuda del Bolsillo Infinito de Bunny. Las trillizas se sorprendieron cuando descubrieron la habilidad de mi conejita y yo me sentí orgullosa de ella, ¿así se sienten los padres cuando halagan a sus hijos?

Ya que Amara todavía estaba limpiando le pedí a las otras dos chicas que la ayudaran ya que tenían algo de tiempo libre y cuando la casa estuvo limpia pudimos irnos juntas hacia el Mercado Gaudí, aunque conocía bien el lugar gracias a los libros de Yrsa, no sabía cómo llegar así que seguí las instrucciones de Aranea. Por cierto, aunque las hermanas eran trillizas y habían nacido solo con minutos de diferencia, Aranea era la mayor y Amara la menor de las tres.

Arthur tiró del carro en el que viajaban las trillizas mientras yo conducía con Bunny en el regazo. Las hermanas dijeron que no era normal que la jefa condujera, pero ya que ninguna sabía hacerlo, no tuvieron más opción que dejarme el mando a mí, no sin antes hacerme prometer que les enseñaría a manejar para evitar que la situación se repitiera. Si fuera un auto moderno me gustaría ser yo quien esté detrás del volante, pero un carro tirado por Arthur era completamente diferente, las riendas lastimaban mis manos y el asiento era incómodo así que acepté la propuesta y agendé un día para tener clases de manejo con ellas.

Durante el trayecto Aranea me habló sobre el jardín y algunas cosas que quería comprar para trabajar la tierra antes de poder sembrar cualquier cosa. También habló mucho sobre Arthur y lo bien portado que era o lo mucho que le gustaban sus plumas. Aunque había muchos lefi en la ciudad, Arthur tenía una apariencia más amenazante que el resto -incluso siendo más pequeño que los demás- sobre todo por la llama que brilla a su costado, pero a pesar de su apariencia, la gente no lo consideraba extraño. Todos los lefi son diferentes después de todo, Arthur solo era un poco más diferente del resto.

Tal y como era descrito en La Sinfonía de Yrsa, en el Mercado Gaudí había tanta gente que parecía imposible detenerse a mirar cada una de las tiendas y puestos ambulantes. Entramos en cuanto nos fue posible a una tienda en la que había diferentes modelos de abrigos en exhibición y compré tres diferentes para mí. El frío del otoño se volvía cada vez más fuerte y ya había experimentado mi primera nevada así que necesitaba estar lista para la llegada del invierno. Las trillizas miraban la ropa con curiosidad, pero ninguna se atrevía a tomar las prendas, solo las señalaban a un empleado, preguntaban el precio y se movían a la siguiente. Entendía su sentimiento, ver la etiqueta de una blusa que querías podía llegar a ser doloroso, pero en esos momentos yo tenía suficiente dinero para comprar sin mirar el precio así que me acerqué a las niñas y les pedí sus identificaciones para transferirles 10 monedas de oro a cada una. Las trillizas se pusieron nerviosas y trataron de devolverme el dinero, pero les pedí que no lo hicieran y que usaran la mitad de ese dinero para comprar lo que necesitaran para su trabajo y la otra mitad para comprar lo que ellas quisieran, la única condición que les puse fue que necesitaban tener al menos tres cambios de ropa.

Morí y ahora vivo en mi libro favoritoWhere stories live. Discover now