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Notas: capítulo sin editar ni corregir.

El invierno era más crudo en Tokio que en Seúl, aunque no era como si pudiera sentirlo. Lo notaba en la ropa de las personas, en el vapor que salía de sus bocas cuando hablaban. Toda la ciudad estaba teñida de gris y blanco y luces de todos los colores, convirtiéndolo en un escenario extraordinario.

De noche era cuando más asombraba, todos los árboles estaban decorados con luces navideñas y las tiendas de regalos estaban abiertas hasta casi media noche. Si Nueva York era la ciudad que nunca dormía, Tokio era la ciudad de la luz eterna, porque siempre había algo encendido, aunque fuera de madrugada. Y a esa hora, a las cuatro de la mañana, la sangre roja brillaba contra la nieve en un contraste difícil de borrar.

Las luces navideñas parpadeaban en distintos colores y convertían a la sangre en distintas manchas. Un segundo era azul, al siguiente negra, y luego volvía a ser tan roja como cuando circulaba en los cadáveres que el vampiro había dejado sobre la acera.

Para ser honesto, se sorprendió de lo fácil que había sido asesinar a esos cazadores. La ciudad de Tokio era la más vigilada de todo el continente y siempre estaba custodiada por cazadores que reprimían a los vampiros que intentaban vivir en sociedad e incluso a los humanos que apoyaban las vidas sobrenaturales. Era una ciudad casi utópica, cerrada y controlada. Todo lo que entraba y salía tenía un código de identificación, estuviera vivo o muerto. Todo quedaba registrado. Todo tenía un nombre y un apellido, algo con qué identificar el espacio que ocupaban en esa ciudad.

Y aquí estaba él, caminando tranquilamente por las calles, asesinando cazadores como si fuera una actividad más en su paseo nocturno.

Por supuesto, asesinar personas no era algo que acostumbraba, no por placer al menos. Sí lo hacía más a menudo que antes, pero eran las consecuencias de un sistema tan rígido. Como ahora, que había salido sin intención de pelear o beber sangre, pero había terminado haciéndolo igual cuando vio que tres cazadores perseguían a unos vampiros jóvenes de su grupo. Habría sido una perdida perder a esos neófitos, él sabía lo mucho que el líder de su grupo apreciaba la cantidad de vampiros por sobre los años que llevaban existiendo. Nunca discriminaba a nadie, incluso si tenías un día de convertido o cien años huyendo de tu pasado. Era un líder que recibía a todos con una sonrisa, ocultando detrás de esta la crueldad que le esperaba a todo aquel que se uniera a su clan.

Así le había ocurrido a él, aunque ya estaba acostumbrado a eso. Y, por alguna razón, creía que su líder podía percibir esas cosas, porque a pesar de lo duro y violento que podía ser con otros, jamás le había levantado la voz o la mano en su dirección. Siempre lo trató con cierta ternura que lo volvía enfermo mientras más lo pensaba, porque él no estaba para soportar las palabras dulces de los demás. Hace mucho tiempo que había dejado de hacerlo.

Los vampiros a los que salvó se encontraban recogiendo las partes de los cazadores. Tal vez se había dejado llevar un poco y mutiló de más, pero bueno, al menos parecía un crimen cometido por una horda de vampiros enloquecidos y no por uno demasiado tranquilo para la situación. Los otros estaban temblando, y es que eran demasiado jóvenes. El menor apenas tenía una semana de convertido y ya había tenido que huir de un escuadrón de cazadores armados. Lograron matar a uno de los vampiros que iba con el pequeño grupo, y el resto no recordaba dónde había quedado el cuerpo.

Él suspiró cansado, su chaqueta había quedado sucia con sangre y la ropa que llevaban los cazadores estaba igual de mutilada que sus cuerpos. De todas formas, pensó, ni siquiera era su estilo.

—Gracias, Haru —dijo uno de los vampiros, Daiki si mal no recordaba, y su rostro expresaba lo agradecido que estaba. Apenas tenía dos meses de convertido, era apenas un bebé, y por su apariencia física, no debía de tener más de catorce años cuando lo mordieron.

bloodline ー bangtanWhere stories live. Discover now