#21

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—Bueno, familia —nos dijo cuando llegó hasta nosotros—, tengo cáncer, y es una verdadera mierda, claro, pero la buena noticia es que en dos semanas empiezo el tratamiento. Porque podría no haber nada para hacer y lo hay.

La mamá de Natalie corrió a abrazarla y la hermana enseguida se sumó al abrazo. El padre soltó una maldición y yo me acerqué a mi amigo, que estaba completamente mudo, y le apreté fuerte el brazo. Aunque quise contenerme, no pude evitar que unos gruesos lagrimones rodaran por mi cara.

—Esto no me va a vencer. Por favor, los necesito más fuertes que nunca para poder ganar esta batalla —nos dijo Natalie abrazándonos y besándonos uno a uno—. Vamos, papá, todo lo que sé de entereza y lucha lo aprendí de ti. Tú me enseñaste lo que el buen ánimo puede hacer por nosotros… Y David, Oscar, compañeros, ¡¿qué les pasa?!

Oscar se había sentado en un banco, o más bien se había desplomado, y estaba pegado al muro, encogido. Seguía sin poder pronunciar una palabra y miraba al suelo.

   Natalie se agachó delante de él y le levantó la cara con las manos.

Jamás olvidaré el total desamparo y la desesperación en los ojos de mi amigo. Ella primero lo besó y luego se abrazaron como dos náufragos en medio de un océano inmenso y solitario. El agua iba subiendo. Había poco por respirar.

Entrar en detalles del tratamiento, de la quimioterapia que la fue dejando cada vez más delgada, con escaso pelo y un malestar casi constante, es penoso. Inútil. Fueron días y días de ver cómo su piel se ponía cada vez más blanca y sus ojos achinados más gigantes, asombrados ante lo que le estaba sucediendo.

Los días de tratamiento los pasaba en el hospital, conectada a una máquina que le pasaba distintos medicamentos. Su


Di Hola Where stories live. Discover now