Prólogo

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Se detuvo junto a la vieja silla mecedora en la que su abuela solía matar las tardes mirando hacia el cielo desde el amplio ventanal que por las mañanas llenaba de luz la habitación, llevaba consigo aquella bebida que todas las tardes su madre preparaba para su abuela. En cuanto ella notó su presencia, rompió el silencio.

-Todavía puedo recordarlo como si hubiera sido ayer -relató la mujer en un tono tan nostálgico que le estremeció el corazón al punto del dolerle-. Hay cosas en la vida que jamás se olvidan...

Ethan colocó la pequeña taza de porcelana con té de jazmín, sobre la mesilla de noche; y sin necesidad que hubiera palabras, Anna le agradeció con solo una mirada llena de amor.

-Abuela, creo que deberías intentar dormir un poco, mamá dice que...

Anna comenzó a menear la mano lentamente para interrumpirlo. Lo último que deseaba era que interrumpieran su momento de recordarlo a él. Ethan guardó silencio y suspiró desganado; después de que su última pareja le rompiera el corazón el verano pasado, había cerrado la puerta de su corazón con tres cerrojos y había echado las llaves al mar, lo que menos quería oír en ese momento era todas las memorias de su abuela sobre ese verano que cambiaría su vida entera, cuando cumplió los diecisiete años.

-A veces perdonarse y dejar ir el dolor es el punto de partida, Ethan -susurró la mujer esbozando una sonrisa dulce pero melancólica que le hizo sacudirse por dentro.

-Abuela, ahora no, de verdad todavía no... -suplicó viendo venir una larga charla-. Prefiero matar el tiempo jugando ese videojuego que compré hace un par de meses y todavía no termino...

-Entiendo mi niño, sólo recuerda que el tiempo no perdona a nadie, y que los diecisiete años jamás vuelven aunque los añores mucho.

La mujer tomó entre sus manos la pequeña taza con té y la apuró a sus labios para degustar su té favorito. Salió de la habitación de su abuela y cerró la puerta detrás de sí, iría a dejar la bandeja vacía a la cocina, donde su madre todavía charlaba por teléfono con alguna amiga suya con la que parecía estar "poniéndose al día", y que la última vez que lo habían hecho ya tenía más de tres años. Así como dejó la bandeja sobre la encimera, su madre le indicó con señas que se sentase a su lado; entornó los ojos con fastidio y la obedeció de mala gana.

Aparte del intenso calor que hacía en su ciudad por ser verano, la nostalgia de su abuela y los favores que su madre le pedía constantemente porque "no estaba ocupado", le tenían de un mal humor que era capaz de incomodar a su padre.

-Tu padre dejó las compras en la entrada, guárdalas por mí, ¿quieres? -le había pedido su madre sin dejar de sostener su móvil contra la oreja.

Se levantó sin ganas y fue a la entrada, su madre no había interrumpido su conversación por más de 5 segundos. Levantó las bolsas de papel llenas de víveres, que su padre había dejado botadas en el vestíbulo de entrada a la casa de su familia.

Estaban pesadas, al menos agradeció que fueran sólo un par que podía bien llevarse en un solo viaje. Fue separando las cosas entre enlatados, frascos y cosas para refrigerar para después acomodarlas donde les tocaba. Su madre solo le veía ir y venir sin dejar de platicar con entusiasmo.

Una vez que terminó de guardar las cosas, se aseguró de escabullirse sin que su madre le viera, para evitar algún otro "favor" que ya no tenía ganas de hacer.

Subió las escaleras a toda prisa y se encerró en su habitación, iba a dormir una larga siesta e ignoraría al mundo entero si era necesario. Encendió el ventilador y se dejó caer en la cama con pesadez. Nunca había sido muy amante del verano, ni del calor, ni de las vacaciones familiares en Boca Ratón; y no era porque le molestara convivir con su abuela materna, o porque su padre se había hecho de amigos en la zona y todos los días se iba a pescar o beber café por horas después de hacer los mandados; ni tampoco era porque se llevara mal con su madre quien planeaba todo desde seis meses atrás, y se entusiasmaba como si fuera una adolescente.

Y tal vez si no se hubiera enamorado de Robert hacía dos veranos ahí mismo, quizás compartiría ese ánimo veraniego de vacacionista que invadía a su madre cada año. Pero en realidad sabía bien que lo que pasaba era que estaba aterrado de encontrárselo por algún lado y verlo acompañado de alguien más.

Aquella casa de veraneo a la que solían ir cada año como tradición familiar, la había construido su abuelo poco después de que su madre nació en el invierno de 1974; y desde que la obra de construcción fue terminada año y medio después, la familia de su madre iba a pasar el verano entero ahí; así que, cuando su madre decidió casarse con su padre que era originario de Miami, era obvio que la tradición iba a mantenerse.

Sus padres se conocieron durante el verano de 1991 ya que por casualidad coincidieron en Mizner Park, se gustaron de inmediato y charlaron por horas hasta que él se ofreció a llevarla de regreso a la casa de vacaciones de sus padres, y después de eso se vieron algunas veces más antes de despedirse por el fin del verano y el regreso de las vidas rutinarias; por supuesto quedaron de verse en ese mismo lugar cada 3 de agosto para conmemorar el que se habían conocido ahí. En ese entonces su madre tenía 17 años y su padre 19; llenos de sueños y planes para el futuro, justo como él debería estar.

A pesar de que habían quedado en verse en Mizner Park cada 3 de agosto, su padre, Thomas Cole solía aprovechar algunos fines de semana en viajar a Orlando para visitar a su amada Helen. Aquella promesa juvenil pudieron cumplirlo durante 3 años seguidos, hasta que la enfermedad de la madre de su padre hizo que él no pudiera viajar a Boca Raton ese verano de 1995, había sido el turno de Helen de ir a visitar a Thomas y apoyarlo en uno de los momentos más complicados de su vida: la muerte de su madre debido a un derrame cerebral.

Desde ese momento se hicieron casi "inseparables", a pesar de vivir en distintas ciudades, permanecieron en constante comunicación y en la primavera de 1997 hicieron sus votos matrimoniales con ambas familias como testigos de ese amor. Sus padres disfrutaron del romance de recién casados durante 3 años en los que trabajaron duro y viajaron hasta el puerto de Veracruz, en México, para conocer a la familia de la hermana de su abuelo materno, Rosario Torres, donde ellos pasaron un par de meses conociendo algunas de las calles por las que el abuelo Martín caminó durante su niñez. Volvieron a Orlando durante el verano del 2000 para descubrir que Helen estaba embarazada, esperándolo a él; por supuesto, toda la familia estalló en júbilo por la noticia y para el 2 de marzo del 2001, todo estaba listo para recibirlo con amor.

La casa de sus abuelos maternos en Orlando estaba llena de viejas y nostálgicas fotografías en algunos muros de la sala de estar y los pasillos; la mayoría eran en blanco y negro y las pocas que había a color, mostraban a su abuelo Martín en compañía de sus dos hermanas mayores y su hermano menor frente al faro del puerto de Veracruz o en el Malecón de la ciudad. Incluso podía recordar haber visto alguna vez una fotografía enfrente de un café, en la que sus dos abuelos aparecían junto con su madre a los seis o siete años y un bebé en brazos de su abuela, su tío Arthur.

Su madre había aprendido perfecto español gracias al abuelo; desde que Helen aprendió a hablar, Martín se había esforzado por hacer que su hija hablara tanto el inglés como el español, y era gracias a su madre que él lo había aprendido, aunque todavía no le había encontrado mayor utilidad más que aprobar la asignatura de la escuela.

Comenzó a sentir sueño de tanto pensar y recordar. Se amodorró sobre su cama y emprendió el viaje al mundo de los sueños sin importarle demasiado el calor que hacía todavía.

[BL] Una vez en la vidaWhere stories live. Discover now