Capítulo 14

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Abrió la puerta del portal del edificio de Amelia y salió a la calle, el golpe del aire de diciembre en Madrid sobre la cara le enfrió la piel, pero no las ganas. No podía ir así a su casa, las horas que eran, estaría su padre dando de merendar a sus hermanos pequeños y se lo iban a notar. El primero, Manolín, que estaría haciendo como que estudiaba en el sillón del salón, cuando en realidad tenía el móvil debajo del libro y se dedicaba a mensajearse con el instituto entero y parte de extranjero.

Al Kings no podía ir tampoco, ni loca. Si Miguel la viese aparecer así, sacaría conclusiones y Luisi no sabía qué sería peor, que acertaste o que supusiera cosas que no eran con gente que a saber. Y, por ese mismo motivo, no podía ir a ningún sitio donde la conocieran, con lo cual, quedaban descartados El Asturiano, la casa de su hermana María y su cuñado... vamos, la Plaza de Los Frutos al completo. Así que decidió seguir caminando, no es que hiciese una buena tarde para ello, pero hacer ejercicio le vendría bien, se relajaría y podría pensar sin tener que estar pendiente de disimular lo que le sucedía ni dando explicaciones de nada.

Pensó que perderse en Madrid, aunque en todo momento supiera dónde estaba, era fácil, así que se cerró bien el abrigo hasta arriba y se entregó a esa sensación de anonimato como no había podido hacerlo un rato antes a lo que le estaban despertando las caricias de Amelia.

La cabeza de Luisi era una vorágine de cuestionamientos y conclusiones dudosas. ¿Cómo le había pasado aquello? ¿Cómo podía haberse excitado con las caricias de su mejor amiga? ¿Por qué Amelia había conseguido con unos minutos de caricias inocentes lo que no habían logrado ni Pablo ni ningún otro? ¿Se sentía atraída por ella? ¿Es que ahora le gustaban las mujeres?, pero si ella nunca, nunca, nunca... ¿Verdad? Y, sobre todo, ¿cómo iba a mirarla a la cara después de lo que había sucedido? ¡Que se había puesto malísima porque le había tocado un poco el pelo con la misma ternura que ella lo hacía con sus hermanos pequeños para que se durmiesen! Justo eso era lo que había pretendido en un principio, el contacto tranquilizador y reconfortante que ayuda a que llegue el sueño y, obviamente, así lo había interpretado Amelia. ¿Se habría dado cuenta de lo que le estaba pasando?

De pronto, se sintió sucia y muy culpable. Había transformado una expresión de cariño inocente en una sesión erótica sin siquiera darse cuenta, y eso podría costarle su amistad. Porque si algo tenía claro era que a Amelia le gustaban los hombres, siempre estaba rodeada de ellos tras cada actuación y ella solía mostrarse muy receptiva, Luisita se había dado cuenta de eso. Además, si cabía alguna duda, estaba el engominado de Hugo, que ya le daba unos antecedentes muy de hetero a su historial, del que tampoco tenía muchos datos. Y que, bueno, era su mejor amiga, si hubiese algo que contar al respecto, estaba segura de que se lo habría dicho con naturalidad. ¿La misma que iba a usar ella cuando le dijese que, de pronto, había empezado a sentirse atraída por otras mujeres? ¡Pero cómo se lo iba a contar si esas otras mujeres solo eran una, en concreto, la propia Amelia!

Estaba tan confundida y se sentía tan mal, tan asustada y tan perdida que, al final, en medio de la calle cedió ante el llanto. Le dieron igual las miradas furtivas de algunos y declinó agradecida la oferta de una señora mayor de sentarse a tomarse un chocolate con churros en San Ginés, tanto había caminado. En algún momento tendría que volver.

***

Cuando Luisi cerró la puerta de su apartamento, Amelia se había puesto de pie pero luego no había sido capaz de moverse. Una parte de ella le había gritado que saliera corriendo detrás de la rubia y le pidiese disculpas, que intentase aclarar lo que había sucedido antes de que todo fuese a peor. Sin embargo, otra, la que había ganado aquella batalla, la había arrastrado hacia el desasosiego del miedo, miedo a perderla, a sufrir y hacerle más daño a Luisita.

ContigoWhere stories live. Discover now