Capítulo 23

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Era el penúltimo día del año, el ánimo festivo había mutado, en cuestión de una semana, desde la tradicional y familiar Nochebuena a la promesa de desenfreno tras las campanadas del reloj de la Puerta del Sol. Y esa predisposición a divertirse se notaba entre los clientes del Kings, entregados más allá de lo habitual con la última actuación de Amelia. Gustavo, Miguel, María y Luisita se las habían visto y se las habían deseado para dar abasto y atender a tanta gente una hora antes, cuando quedaban apenas quince minutos para que la morena se subiese al escenario. Pero, una vez que empezaron a sonar los primeros acordes, habían caído hechizados. Luisi sonrió y negó con la cabeza mientras recogía unos vasos de la barra, había visto repetirse ese mismo efecto una y otra vez. No los podía culpar, a ella le sucedía lo mismo y tenía que hacer un esfuerzo considerable por abstraerse y seguir trabajando.

Escuchó un murmullo entre el público y levantó la cabeza para mirar hacia el escenario. Amelia seguía allí, cantando con la guitarra entre los brazos y los dedos ágiles que parecían hacerle gemir cada nota. Luisi parpadeó con fuerza y se reconvino mentalmente, debía dejar de pensar en esas cosas, eran solo amigas y así les estaba yendo bien. El problema era que no podía. Llevaban casi una semana, desde la cena de Nochebuena, con aquella nueva dinámica platónica en la que ambas creían saber lo que sucedía pero ninguna cruzaba la línea para aventurarse en busca de la otra. La rubia necesitaba tiempo para encajar todas sus piezas y poder sentirse cómoda con el nuevo orden, mientras que Amelia no quería estropear lo que tenían ni volver a poner a Luisita en una posición en la que se sintiera obligada a elegir.

—Vaya, perdonadme —le dijo al público tras terminar la canción—, vuelvo en unos minutos.

Luisita la vio bajar del escenario con una mano en el hombro contrario e ir directa hacia la zona privada del local, el pasillo donde estaban el almacén y el despacho de María. Cuando llegó a la puerta se detuvo, estaba cerrada, giró la cara en busca de alguien que le pudiera abrir y su mirada se encontró con la de la rubia, que ya salía de detrás de la barra e iba hacia allí para ayudarla con lo que fuese que le sucediera.

Luisi se acercó preocupada, abrió la puerta sin preguntarle nada y las dos pasaron al despacho. Justo cuando cerraba, Amelia se dio la vuelta hacia ella y retiró la mano del hombro, el tirante de la camisola cedió y parte de esta cayó hacia delante. Los ojos de Luisita se abrieron desmesurados por la impresión, no esperaba nada así.

—La bandolera de la guitarra se ha debido de enganchar y lo ha desgarrado —decía la morena, compungida, mientras trataba de volver a unir ambos lados.

—¿Es nuevo? —Luisi, algo recompuesta, se acercó para ayudarla.

—Sí, me lo regaló Ana para Navidad...

La rubia torció el gesto de forma casi imperceptible, ellas no se habían regalado nada, ni siquiera se le había pasado por la cabeza algo así. No apoyaba el consumismo exacerbado de aquellas fechas, lo que compraba era por cumplir, por no romper los compromisos tácitos con su entorno. Pero a las personas que quería de verdad trataba de regalarles algo que la implicase a ella misma de alguna manera. Su abuelo todavía usaba sin complejos la bufanda y el gorro que le hizo dos años atrás, cuando había aprendido a hacer punto con tutoriales de YouTube. A Manolín lo que le gustaban eran las experiencias, así que ese año se lo iba a llevar a un circuito de karts, y a su madre al Sing Along de Dirty Dancing. Pero para Amelia no tenía nada.

—Me puedes sujetar aquí un momento, porque como me lo quite —le pidió la morena—, quizás, al ponérmelo de nuevo, lo rompa más.

—Espera...

Luisita tomó el tirante y lo examinó de cerca, era cierto, la tela de raso estaba rasgada y el diseño era tan escueto que apenas había material para hacer un nudo. Necesitaban otra cosa. Fue hasta una cajonera, donde su hermana guardaba todo tipo de cosas, y hurgó allí hasta dar con lo que buscaba.

ContigoWhere stories live. Discover now