· MINKOFF ·
Haya se sobresaltó dentro de su cubículo móvil. La trasladaban a su respectiva celda cuando reaccionó después de que la atrapara su propio amigo, Watt. No recordaba cómo, sólo que se le apareció de frente y disparó.
Los blancos pasillos adornados de luces inmortales en incandescencia le iluminaban la cara a través de los escasos barrotes que tenía su perfecto prisma de metal. Espió tras incorporarse en silencio. Watt la escoltaba junto a otros siete Manekkers.—Maldito traidor —masculló casi imperceptible.
El androide la vio por sobre el hombro y siguió al frente.
—Debí dejarte morir en ese derrumbe, hijo de... ¡Reverenda mierda! ¡Reverendo hijo de puta!
—Usted no tiene idea de lo mucho que la hemos buscado —levantó la voz él—. La creí más inteligente. ¿Será por eso que nosotros gobernamos?
—¡Basura! ¡Pedazo de hojalata mierdera y traidora!
El transporte se detuvo y el Manekker hizo señas a los demás de retirarse. A sus espaldas esperaban dos compuertas grisáceas claras. Haya parpadeó sin entender cuando Watt se acercó a su encierro, abrió y señaló una camilla en cuya superficie reposaba una bolsa para cadáveres. ¿Para qué quería y tenía una bolsa tal? ¿La mataría? ¿Se atrevería a hacerlo después de tanto que hizo por él? Todas esas dudas llenaban a Haya mientras veía al androide en una mezcla de enojo y temor. Pero su reacción terminó por empujarla nuevamente al enojo: él, caballeroso, le ofreció una mano para ayudarla a descender de su encierro. Desde luego que la joven se negó a aceptarlo después de semejante desplante traidor.
—¿Qué demonios estás haciendo? —exigió.
—Le ayudo a bajar. Hay dos escalones de alto. —Respondió inmutado.
—¡No! ¿Qué estás haciendo con eso? —Apuntó con un dedo hacia la bolsa—. ¿Vas a matarme por asfixia?
—Por supuesto que no, señorita Haya. Sería incapaz, usted no me ha hecho nada. Los insultos que escupió hace unos minutos siquiera llegan a la media de «suficiente».
—¿Entonces? ¡No me toques! ¡Eres un traidor! —Apartó su mano de ella y descendió de un salto. Echó un vistazo a su alrededor.
—Sepa disculparme, señorita Haya, por mi tan confuso proceder. Sepa que fue necesario, hubo un problema. La traje hasta aquí porque es el único rincón donde no hay cámaras. Toda comunicación y control cesa aquí.
—¿Qué problema? Espero que la razón valga la pena, maldito aparato.
—Revisé los archivos recientes de los sumidos en IQ Stratosphere. —Levantó su muñeca y de ella salió un holograma mostrando un archivo—. Vea su índice IQ.
Haya se acercó a la reproducción holográfica con desconfianza. Leyó el archivo que exhibía Watt y quedó perpleja ante ello; miró a su androide y luego al sujeto en la imagen. No renacía de su asombro; negaba, incrédula.
—No es posible, Watt. Debe ser un robot, alguna cosa de esas. Hoy en día los androides son más humanos de lo que...
—Este sujeto no es un robot —interrumpió seguro—, sino humano, señorita Haya. Le aseguro que lo es.
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STRATOSPHERE ©
Science Fiction- CIENCIA FICCIÓN - AÑO 2077 Durante 25 años he vivido en una especie de ensueño profundo. Un sueño recurrente, de una mujer que desconocí fue el disparador de esta rebelión personal. Ese sueño alteró las síntesis repetitivas de rutinas diarias que...