Extravagancia: El Labial Más Rojo Del Distrito.

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El problema era el aire, no era suficiente.

Estaba lleno de murmullos, llantos y gemidos; impregnado de olor a cigarro, sudor y sexo. Olía a decadencia, y él conocía perfectamente ese olor.

Se desplazó por los oscuros pasillos con rapidez dolorosa para su herido cuerpo, el rechinar de la madera bajo sus pies le susurraba secretos muy parecidos a los suyos. Llenos de sangre, de dolor y soledad. De vacío.

¿Pero a quien le importaba ahora? No era más que una cara "simpática" y un cuerpo vestido de ropas brillantes y perfumadas con detergentes cada dos días. No tenía un lugar al que pertenecer, a donde huir, vamos, ni siquiera tenía el deseo de hacerlo. Ciertamente, no tenía deseo de nada. Ni siquiera de seguir caminando.

Si le preguntaran a Zenitsu que mierda era lo que más deseaba justo ahora, quizá solo pediría llegar a la oscuridad de su habitación compartida y dormir tan profundo que pareciera que no volvería a despertarse nunca. Porque hasta para eso, era un cobarde de primera con demasiado miedo a la muerte y al infierno como para pensar que aquella era su solución.

Una persona sin suerte.

― ¿Zen?

Definitivamente sin suerte.

La hija del dueño, Daki, tenía una voz desagradable a sus oídos, el tipo de voz que identificarías a mitad del barullo en el mercado de las orquídeas al amanecer, inconfundiblemente penetrante, chillona y altanera. El solo hecho de escucharla tras de sí le hizo estremecer y maldecir por no poder marcharse a toda velocidad del sitio.

― ¿Qué diablos crees que estás haciendo?

― He terminado―. Respiró. Hacía mucho que no le costaba tanto hablar ―. Iré a cambiarme de ropa. Esta se ha arruinado.

― ¿Tan lento? ¿Te ha dolido mucho estar con el viejo Gero o que mierda? ―Cierto, la Burla. Siempre había burla en la voz de Daki, y siempre esperaba una respuesta. Aunque no llegó haciéndola chistar―. Como sea, ya Deberias saber que en esta casa el tiempo es oro y estás ahí solo de pie.

Otro silencio. Eso le hizo caminar hacia él.

Mierda. Las clavículas ya amoratadas le ardían a muerte, la respiración se le hacía jodidamente pesada y el solo hecho de imaginar a Daki gritando injurias al ver los golpes en su rostro le hacía doler la cabeza.

De pronto se detuvo. ¿Es que por primera vez dios podía ser generoso?

― ¿Zen? ― Un cambio ―. ¿Es eso sangre?

Claro que no.

Bajó la mirada a sus pies, ni siquiera la había notado. La sangre le bajaba por las piernas hasta el suelo, manchando la piel blanca y la madera oscura, seguramente dejando un rastro evidente de su paso desde el final de ese jodido túnel de la muerte hasta ahí, donde se sostenía de una pared tan sucia como su propia existencia. Mierda. Lo que le costaría limpiarlo luego.

― ¿Piensas decir algo? ¡Zen!

Pero, ya ni siquiera tenía fuerza para contestar. No, ni siquiera para mantenerse en pie.

― ¡Gyutaro! ¡Gyutaro! ― La voz de Daki era jodidamente molesta. Especialmente cuando comenzaba a gritar.

...

Extravagante.

Su palabra favorita. Si le preguntaran todo debía ser extravagante. Después de todo, ¿Qué propósito se podia tener en la vida sino ser alguien? Y ¿Cómo podría serse alguien sin ser único? Sin ser recordado. No había nada peor que el olvido.

El chico del jefe [UzuiZen/Mafia AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora