La desconocida

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El pequeño Levi Akerman, de 12 años, había perdido a su madre apenas llegado el otoño, siendo adoptado por su tío Kenny a falta de un padre u otros parientes, pues el hermano mayor de Kuchel no estaba muy contento de ser prácticamente obligado a tener la custodia de su sobrino, con la vida disipada e independiente que llevaba. Se lo llevó a su casa, y a partir de allí, el niño tuvo que apañárselas solo, ya que Kenny vivía todo el día fuera del hogar. Estar con él era lo mismo que estar solo a la buena de la vida.

Habían pasado tres meses del fallecimiento de Kuchel, y Levi aún no se hacía la idea de su pérdida. Siempre tenía la esperanza de que en cualquier momento abriría la puerta de la casa de Kenny para avisarle que había vuelto por él. Pero lo único que veía entrar en esa puerta era al mismo Kenny con la novia de turno. Eso frustraba al pequeño azabache de ojos grises y piel pálida, porque más que nada, quería volver a tener a alguien que se preocupara por él.

Y para tener que vivir con alguien a quien no le caía bien, mejor vivir solo.

Fue por eso que decidió huir de su nuevo hogar apenas pudiera. Y ese "apenas pudiera" correspondía la Nochebuena, ya que su tío estaría de fiesta en fiesta y entonces aprovecharía para escapar.

Era consciente de que esa fecha era la víspera de su cumpleaños, pero no le importaba; a partir de la muerte de su madre ya no esperaba nada bueno de la vida.

Así que esa noche, alistó una pequeña mochila y salió por la ventana de su habitación.

Por suerte se había abrigado bien, pues el viento frío del invierno estaba que pelaba. Se preguntó si sería suficiente y si sobreviviría en la calle y en plenas nevadas. Frunció el ceño decidido y avanzó por las calles. No dejaría que la cobardía por el clima arruinara sus planes de desplegar sus propias alas.

Llegó hasta una plaza donde los colores y las luces navideñas estaban en pleno apogeo. También se veían varias familias de paseo antes de que tocaran las 12. Levi los contempló con envidia y nostalgia: recordaba que solía dar esos mismos paseos con su mamá. Pero ya nada sería como antes...

Estaba tan absorto en sus propias desventuras que no notó cómo una diminuta mano se posó sobre su hombro. Cuando se dio cuenta, dio un respingo y un brinco hacia atrás, para alejarse de quienquiera que estuviera por asaltarlo y poder ver bien su rostro.

Quedó con la boca abierta al ver que no era un malhechor.

Era una pequeña niña pelirroja que lo miraba con preocupación. Levi se sonrojó.

-Tsk... ¿qué quieres? – le preguntó molesto.

-Hola, Levi. – lo saludó ella con una dulce sonrisa. Levi notaba cómo el calor invadía sus mejillas a pesar de frío. Pero también se alarmó.

-¡Oi! ¡¿Cómo sabes mi nombre?! – inquirió alterado.

Ella lo miró a los ojos aleteando sus largas pestañas.

-Lo dice en tu mochila. – explicó ella con simpleza.

A esas alturas, el abochornado Levi Ackerman ya sentía la cara ardiéndole. Se observaron y estudiaron por un rato, en silencio.

-¿Tienes fiebre? – preguntó ella de sopetón.

Él la miró sonrojado hasta el cuello.

-¡¿Qué te importa, mocosa?! – se alteró.

-Perdón. – dijo ella - ¿Vas de excursión o algo así? ¿Dónde están tus padres?

Entonces el pequeño azabache, por alguna razón desconocida, sintió que debía sincerarse con alguien. Y qué mejor que esa niña que le provocaba cosas raras.

-Me escapé de mi casa. – explicó a regañadientes – Odio a mi tío y a sus veinte novias, por eso me voy. – antes de que la niña abriera la boca para preguntar algo, él la atajó – Mi madre murió hace poco y no tengo padre. Pero para vivir así prefiero estar solo.

La pelirroja lo miró con dulzura.

-Deberías volver, hace mucho frío. – le dijo – Trata de poner de tu parte para llevarte bien con tu tío. Me imagino que tampoco debe de ser fácil para él asumir un rol paterno. – él la miró sorprendido por la fluidez y seguridad en sus palabras. Parecía una adulta en el cuerpo de una niña. Se le ocurrió una cosa.

-¿Eres un ángel? – preguntó con timidez.

-¿Un ángel? ¿Por qué?

-Mi mamá siempre me decía que son los seres más bellos del universo. – le explicó el niño, quien ya sudaba frío – Además, son sabios y cuidan a la gente. ¿No es eso lo que estás haciendo ahora?

Ahora era el turno de ella para sonrojarse. Sí que ese niño era directo.

-Si quieres puedo ser tu ángel. – le dijo al fin – Yo te cuidaré. – e insistió - Pero tienes que volver a tu casa.

Levi resopló fastidiado. La niña tenía razón, después de todo. Le enfadaba la facilidad con que ella lo estaba convenciendo.

-Está bien. – dijo derrotado – Pero primero dime tu nombre.

-Qué bueno que vas a volver, Levi. – le sonrió ella evadiendo la petición – Ahora tengo que volver con mis padres, o si no me regañarán.

-Está bien. – aceptó Levi. Se fijó en el reloj de la plaza, ya habían dado las 12 – Feliz Navidad.

-Feliz cumpleaños, Levi.

Estupefacto, Levi le iba a preguntar cómo era que sabía su fecha de cumpleaños, pero la niña fue más rápida y se alejó corriendo de él. Cuando hizo además de querer alcanzarla, una fuerte e inesperada ventisca lo sorprendió, haciendo que se distrajera y perdiera a esa niña pelirroja de vista. Había desaparecido.

Con la cabeza llena de dudas, Levi se ajustó la mochila y se encaminó rumbo a su casa. Con un poco de suerte, Kenny aún no se habría dado cuenta de su ausencia.

Al día siguiente se enteró por medio de la televisión sobre la ola helada que había habido la noche anterior en la ciudad poco después de las 12, llevándose un saldo considerable de víctimas mortales entre indigentes y transeúntes poco afortunados.

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15 años después

El joven Levi Ackerman salía del estudio de arquitectura en donde trabajaba rumbo a distenderse en alguna cafetería. Nada mejor que un té negro después de un largo día de trabajo, más aún con ese chisme de la Navidad cerca.

Entró a un café literario que había abierto hacía poco. Mientras las demás personas se pedían cafés o malteadas alusivas a las fechas navideñas, el joven azabache se pidió su té negro con más de uno mirándolo de reojo. Tal vez pensaban que era raro por no ser víctima del efecto arrastre de las fiestas.

Se sentó en el fondo junto a una gran biblioteca, y se disponía a sacar un libro y leerlo mientras tomaba su querido té, cuando vio algo que le quitó el aliento.

Una persona solitaria leía absorta a un par de mesas de distancia.

Era la misma niña pelirroja que le había hablado y salvado hacía 15 años atrás. Pero ahora era toda una mujer.

El azabache no se resistió y se levantó de su sitio para ir hacia ella.

Se plantó y sentó frente a la joven. Ella levantó la vista confundida, y para sorpresa de Levi, lo reconoció.

-¡Levi, cuánto tiempo! – exclamó muy contenta.

Él simplemente la contemplaba como si fuera una diosa.

-Desde ese día no he dejado de pensar en ti, ni en un solo momento. – le dijo a modo de saludo. Por lo general, era un hombre seco y malhablado, no entendía por qué de repente tenía labia para decir cosas bonitas.

La joven lo miró con cariño.

-Yo tampoco te olvidé. – le correspondió - ¿Todavía quieres que sea tu ángel?

-Sí... Petra. – respondió Levi emocionado y tomando su mano.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Lo dice en tu mochila.

Juntos, la magia es posibleWhere stories live. Discover now