3. Óleos, lienzos y una nueva forma de mirar

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Desde el momento en que doña Maite me ofreció sus clases de pintura, no pude parar de pensar en esa idea. Aprender de una gran pintora, como me habían dicho que era la señora Zaldúa, me tenía literalmente flotando de la emoción. Siempre me había gustado dibujar, pero desde que mi vida dio un giro inesperado, había encontrado en mi libreta y mis carboncillos la vía de escape a mis miedos y problemas. Como si fuera un remedio para todos los males, mis dibujos me extrapolaban a una vida que deseaba vivir con todas mis fuerzas, sin embargo, la realidad me tenía retenida entre las cuatro paredes de aquel restaurante. Poder aprender más de todo lo que me apasionaba se me antojaba el mayor de los regalos. Pero había un serio problema: convencer a mi madre de que me dejara tomar las clases.

Tal y como ya he comentado anteriormente, mi señora madre era una persona de mente bastante estrecha. Nunca habíamos tenido que discutir mucho, pues siempre había acatado sus órdenes sin remilgos, pero no sabía cómo le iba a caer la idea de que su hija anduviera tomando clases de pintura y se ausentara unas horas de su mayor interés, el negocio familiar. Me pasé toda la mañana reuniendo el valor suficiente para encarar la tan temida conversación, siguiéndola allá donde iba, pero sin terminar de dar el paso definitivo.

- Camino, ¿qué andas barruntando todo el rato a mi alrededor? ¿Quieres decirme algo?

"¡Maldición!", pensé, "Las madres lo saben todo". Aunque, por otra parte, no entiendo de qué me extrañaba, porque tampoco es que yo fuera precisamente el tipo de persona que supiera disimular cuando algo le andaba en la cabeza.

- Bueno, es que quería comentarle que, en la tarde de ayer, la señorita Maite me ofreció darme clases de pintura. Opina que tengo mucho talento y que sería una pena desperdiciarlo.

- Y yo opino que nadie le ha dado vela en este entierro. Debería meterse en sus asuntos y no en los de mi familia –apuntó tajantemente mientras colocaba uno de los manteles.

- Madre, por favor –supliqué.

- ¡Camino, no insistas! Bastante tengo con los artistas de Cinta y su familia. Además que el arte es una pérdida de tiempo. ¿O no te acuerdas de lo que pasó con el cinematógrafo -Una vez más, mi madre dedicándose a recordarme aquel bochornoso suceso- ¡Déjate de pájaros en la cabeza! Tú tienes que dedicarte al negocio familiar y a desposarte con un buen partido –sentenció.

Y ahí estaba otra vez, la misma retahíla de siempre: el negocio familiar y la boda perfecta. Ninguna de las dos cosas entraba en mis sueños, ni siquiera como posibilidad a largo plazo. Pero mi madre se encargaba de hacerme un recordatorio perenne de que mi misión en la vida era seguir sus pasos. Valiente futuro me esperaba.

- Madre, usted sabe que a mí eso no me interesa... -intenté hacerla entrar en razón.

- Mira, Camino, tenemos mucho trabajo, así que no me calientes más la cabeza.

Así era como mi madre zanjaba todas las conversaciones en las que no tenía nada que ganar. Sin atender a razones, sin darme apenas la posibilidad de decir en voz alta cuál era mi parecer o en qué quería ocupar mi vida. Todo aquello que contraviniera sus deseos para mi futuro era una pérdida de tiempo. Mis expectativas e ilusiones de empezar las clases con doña Maite se vieron truncadas en apenas dos frases. Afortunadamente para mí, ella ya había empezado a mover sus hilos con mi madre. Porque, si algo estaba claro, es que cuando Maite Zaldúa se proponía algo, lo conseguía. Y cuando no, también.

***

Esa misma tarde, mientras descansábamos madre y yo, me dispuse a ordenar las servilletas sin apartar de mi mente la desilusión que me produjo su negativa a empezar las clases. Me hallaba doblándolas sobre la barra cuando una voz familiar me hizo girarme de pronto. No la esperaba allí y menos a aquellas horas, pero escucharla hizo que mi ánimo reviviera repentinamente.

"Cállate"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora