38. La coartada

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La situación no podía ser más controvertida. Mi hermano plantado tras la barra, sin devolverme siquiera la mirada, mientras mi madre me abroncaba por estar mintiéndole. Yo no sabía cómo podía suponer que no venía de la biblioteca. ¿Acaso me habría mandado espiar y habría descubierto que venía del estudio de Maite? Imposible, porque de saber a ciencia cierta que venía de allí, no se estaría andando por las ramas, me habría increpado con la mayor de las furias. Intenté pensar lo más rápido que pude para sacarla de su error sin que se notara que estaba nerviosa.

- ¡Que me digas de dónde vienes! –inquirió nuevamente.

- ¡No entiendo por qué ese empeño en no creerme, madre! – dije fingiendo decepción ante su interrogatorio- Ya se lo he dicho, vengo de la biblioteca. Es solo que me he retrasado un poco más porque... porque... me he encontrado con Cinta–aseguré.

Si ya de por sí la respuesta me salió poco creíble, justo en ese instante y, como por arte de magia, entró Cinta en el restaurante. ¡El colmo del oportunismo!, pensé. Mi amiga venía dispuesta a encargar algo de cena, ya que Arantxa se había tenido que ausentar unos días para ir a su pueblo. Entonces, me empezaron a entrar todos los males por si se me venía abajo el plan y empecé a jugar con fuego, deseando que Cinta fuera capaz de seguirme el juego.

- ¡Hombre, Cinta! –exclamé de pronto- ¿No te he dicho antes que te iba a encargar yo la comida? –mi amiga se me quedó mirando perpleja sin entender qué bicho me había picado.

- ¿Antes? –preguntó en un susurro y en cuanto me vio hacerle señas a espaldas de mi madre, decidió seguirme la corriente- ¡Ah, sí, perdona, Camino! Es que quería asegurarme de que no te olvidabas del pedido, como andas tan distraída –dijo con una sonrisa un poco forzada, pero que pareció surtir efecto.

- Entonces, ¿has sido tú la causa de su retraso, Cinta? – le preguntó todavía recelosa mi madre.

- Sí, doña Felicia, he estado con ella un rato. Ya sabe cómo nos ponemos cuando hablamos Camino y yo, se nos pasa el tiempo volando, ¿verdad? –dijo con una amplia sonrisa y en ese instante la agradecí enormemente sus dotes de actriz- Discúlpela, ha sido por mi causa.

A mi madre le seguía oliendo todo aquello a cuerno quemado, pero con la providencial intervención de mi adorada Cinta, salí al paso de sus sospechas y logré que la bronca se minimizara por el momento. Mi amiga, mientras tanto, me estaba mirando como quien acaba de salvarse de los pelos de un buen problema sin haberlo buscado. Seguidamente, en cuanto mi madre y Emilio se marcharon a sus quehaceres, uno a atender la terraza y otro a la cocina, yo me quedé con ella en la barra mientras le preparaba el pedido.

- ¡Camino! No vuelvas a hacerme esto... Menos mal que no he metido la pata, pero vaya mal rato me has hecho pasar, amiga –me reprendió.

- Lo sé, lo sé. Pero es que no se me ocurrió otra persona y vas justo tú a entrar en ese momento...

- Oye, pues perdona por hacerte negocio, hija. ¡Qué aires!

- No, no es eso... Si te debo una bien gorda –susurré- De no ser por ti, mi madre me hubiera descubierto.

- ¿Y dónde la habías dicho que ibas que no te creía? –inquirió.

- ¡A la biblioteca! –dije poniendo los ojos en blanco.

- ¡Válgame Dios! Es que vaya argumento... ¿Toda la tarde allí? Eso no se lo cree nadie...

- Perdona, ¿me estás llamando inculta? –pregunté airada.

- No, hija, pero tienes que ser más cauta –aseveró- Si no, te van a acabar cazando. ¿Se puede saber por qué te has retrasado? –entonces la miré un tanto sonrojada y Cinta no necesitó respuesta- ¡No me digas más! Me hago una idea... Debéis tener más cuidado –me dijo en un susurro.

"Cállate"Où les histoires vivent. Découvrez maintenant