53. Empieza el espectáculo

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A la mañana siguiente, comenzó lo que yo denominaría "el espectáculo". A partir de ahora, Camino y yo comenzaríamos a desarrollar una pantomima a ojos de Felicia y teníamos que ser muy cuidadosas y consecuentes con todo lo que fuéramos haciendo. Por lo pronto, me dirigí al restaurante para hablar con Felicia, a la espera de que no me impidiera el paso, claro está. Tenía los nervios a flor de piel y tuve que mentalizarme de que todo era un paripé para evitar que me ardiera la sangre al aceptar su propuesta.

En cuanto llegué, crucé la puerta del local y las vi a ambas detrás de la barra. Tuve que controlarme para evitar que me saliera una sonrisa demasiado cómplice al mirar a Camino. La alegría que me profesaba mi amante al verme contrastaba perfectamente con el semblante serio y tenso de doña Felicia. La noche y el día en cuanto a efusividad.

- Buenos días –dije aparentando normalidad. Ambas me respondieron con el mismo saludo- ¿Podemos hablar, doña Felicia? –inquirí.

- Claro –me respondió dejando sus quehaceres- Camino, vete a atender a la terraza, hace rato que no sales a ver si hay alguien esperando a ser atendido.

- Sí, madre –respondió ella.

Camino cogió su pequeño cuaderno con el que tomaba las comandas y se fue derecha a la terraza. Al pasar por mi lado y de espaldas a su madre, me dedicó una intensa mirada para infundirme ánimos que me vi obligada a no corresponder para no levantar las sospechas de doña Felicia. Una vez solas, la mujer me invitó a sentarme en una de las mesas del restaurante.

- ¿Quiere algo de tomar? –preguntó extrañamente amable.

- No, muchas gracias. Estoy bien así –dije colocando mi bolso sobre la mesa y tomando asiento.

- Supongo que ha venido para darme una respuesta a la conversación que tuvimos el otro día, ¿me equivoco? –apuntó tan directamente que hasta me extrañó que no se anduviera por las ramas.

- Efectivamente. Lo he estado pensando largo y tendido y ya he tomado una decisión –dije tragando saliva para evitar que las palabras se me hicieran bola y salieran con normalidad.

- La escucho –me animó mientras me clavaba la mirada.

- He decidido aceptar su propuesta. La ayudaré en su misión –dije con el semblante serio, pero no en exceso, para intentar que no se me notara demasiado la contrariedad.

- Celebro que haya entrado en razón, Maite –me espetó sin el menor atisbo de vergüenza al imaginar que estaba llevando a su hija al cadalso de la forma más interesada que podría haber.

- Me imagino que estará muy complacida con mi decisión, pero, antes de nada, me gustaría que tuviera en cuenta una serie de requisitos –dije muy serena.

- ¿Condiciones? –me preguntó- ¿En serio me va a poner condiciones, Maite?

- No, no, no me malinterprete. ¡Yo jamás osaría imponerle nada! –mentí deliberadamente, ya que aquella partida de ajedrez se iba a jugar bajo mis normas- Vengo solamente a que las tenga en consideración. Es libre de no aceptarlas, como yo de no seguir con el plan.

- ¿Me chantajea? –inquirió poniéndose a la defensiva.

- ¡Nada más lejos de la realidad! Usted quiere que la ayude y yo eso lo respeto –volví a mentir- pero yo también tendré que poner algunas pautas en esto, ¿no?

La cara de Felicia mutó de su alegría al ver que cedía a sus pretensiones a la turbación al comprobar que no me iba a quedar tan tranquila sin objetar nada. Después de hablarlo largo y tendido con Camino la tarde anterior, nos dimos cuenta de que, si teníamos que exponernos de aquella manera para lograr nuestros propósitos, había que añadirle más leña al fuego. No estábamos dispuestas a dinamitar toda nuestra historia sin plantar un poco de guerra. Y, aunque para ser sincera, no terminaba de verlas todas con nosotras, supuse que las medidas que estimamos oportunas nos podrían dar un poco de tregua para pasar por este paripé de la mejor forma posible.

"Cállate"Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum