Capítulo 23.2

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Paloma odiaba aquel lugar casi tanto como Verónica.

—No te preocupes, estoy segura de que Silvia ya no tiene nada más que decirme sobre sexo o mi vida sexual. —respondió Verónica ante la atónita mirada de la profesora, roja de rabia.

Si esa mujer quería jugar y amenazaba con llamar a sus padres para hablarle de David y sumar más tensión al asunto, ella iba a jugar el doble de mejor para que el chico quedase al margen. Al fin y al cabo, su madre aún ignoraba que ayer estuvo con él a solas.

—¡Qué tontería! Esta mujer no ha de follar ni pagando. Si necesitas saber algo de eso te lo enseño yo. Vamos. — la instó Paloma haciendo que Verónica no supiese donde meterse y aguantase la risa a la par que la sacaba de clase y dejaba a Silvia con cara de enfado y turbación dentro de ella.

—Vas a arrepentirte de esto. La directora sabrá esta situación y...eh, ¡detente! —la escucharon decir, pero ambas la ignoraron mientras corrían por el pasillo.

Unos tres minutos más tarde, en la entrada del centro, Verónica y Paloma aún se reían por la situación que habían vivido y por la cara que se le había quedado a Silvia. Verónica ya tenía muy claro que iba a suspender su asignatura, pero también sabía que iba a recuperarla en cuanto que tuviese ocasión. Todas las personas se merecían respeto, pero en ese momento pensó que realmente casi nada era lo suficientemente importante como para no reírse de ello. Aún no se creía lo que acababan de hacer. ¡Dejar a una profesora con la palabra en la boca! ¡Correr! ¡Encararse con ella! Aquello era casi impensable para ella, y sin embargo, lo había hecho. Y en ese momento, tragando saliva, se dio cuenta de todas las posibles consecuencias.

—Esta tarde te veo y vamos a hablar con tu vecino. —le dijo Paloma sacándola de sus pensamientos.

Silvia no le caía bien, y si se ponía a pensarlo, puede que no viviese lo suficiente como para conocer las consecuencias. Verónica asintió con la cabeza y se despidió de Paloma con una sonrisa. La adrenalina aún le invadía las venas con alevosía. La conversación con Silvia iba a traerle muchos problemas, pero de todas formas, ya estaba en problemas con ella desde que puso un pie en aquel centro, y había valido la pena tan sólo con verle la cara que se le había quedado con lo que le había dicho Paloma.

Verónica avanzó por las calles y volvió a ver el mercadillo donde se compró los calcetines de la serpiente. Saludó a la mujer con una sonrisa y siguió avanzando hasta que la mujer la llamó.

Verónica se volvió hacia ella y le mujer le señaló algo.

—Mira lo que vendo hoy por seis euros, un conjunto monísimo que te tiene que quedar muy bien. Tu novio se alegrará de que lo compres.

Verónica se fijó en que la mujer le estaba ofreciendo un conjunto de lencería en color rosa pastel. Si Eva estuviese ahí seguro que tendría muchas cosas que decirle a aquella mujer, como que una chica como Verónica podía ponerse sexy para ella, porque sí, y no para nadie más. Esos pensamientos hicieron que la joven esbozase una tímida sonrisa.

—Oh, si compro eso mis padres me mataran.

La vendedora hizo un mohín.

—Bueno nena, por seis euros no pasa nada, además esto no es para tus padres, es para ti.

Verónica puso los ojos en blanco y suspiró. Estaba segurísima de que a David le iba a encantar ese conjunto íntimo. Y encima era de su talla. Y por si fuese poco, a seis euros...

—No creo que sea buena que...

Empezó a hablar pero la sonrisa de David se le vino a la mente y todos sus pensamientos cambiaron de golpe. Él también se merecía alguna sorpresa de ese tipo, y siempre que lo habían hecho, su ropa interior había dejado mucho pero que mucho que desear. Verónica se mordió los labios y la vendedora se dio cuenta. Además, siguiendo con la corriente de pensamientos que tuvo hace unos segundos sobre Eva, pensó que le vendría bien tener algún conjunto así simplemente por si en algún momento decidía sentirse más sexy. Aunque también era consciente de que la sensualidad era un estado de mente y la seguridad era otro transmitido a la carne.

—Aprovecha que te lo he guardado pensando en ti.

Verónica suspiró y asintió con la cabeza. Le quedarían seis euros de su propio dinero después de eso, pero aún podía invitar a David a un helado. Era extraño como en medio de todo el caos que la envolvía con ese plan tan peligroso que tenía entre manos, era capaz de pensar en invitar a su pareja a un plan tan normal como comer helado. Aunque para variar tendrían que hacerlo con mucho cuidado de no ser vistos por personas peligrosas.

—Está bien, me lo llevo. —le sonrió mirando las braguitas de corte brasileño con una lencería casi transparente.

La mujer parecía complacida.

—Sabia decisión niña.

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