Capítulo XIV

45 7 4
                                    

Huir no es una Opción

"Las opciones son las bisagras del destino". -Edwin Markham.

- Ciento cincuenta y seis, ciento cincuenta y siete...- Contaba en mi mente. -Ciento cincuenta y ocho, ciento cincuenta y nueve y... -Pensé, mientras tomaba el marcador. -... Ciento sesenta. -Dije en voz alta, mientras marcaba la casilla correspondiente al miércoles. Visualicé el calendario completo, y noté el tiempo que ya tenía metida en todo esto. Sin embargo, hubo un detalle que llamó mucho más mi atención.

-Falta poco... -Pensé, intentando olvidarlo. - "Cada cien días..."- Leí en la pizarra. Ese pensamiento taladraba mi mente y la atormentaba como un fantasma del pasado. Poco a poco, el temor volvía a inundar mi cuerpo, por lo que quise ahuyentar el pensamiento de inmediato y salir de ese cuarto.

     Bajé las escaleras hacia la cocina, donde vi a Sebastián acostado debajo del fregadero.

- Nunca he arreglado estas cosas. -Dijo, un poco frustrado.

- Buenos días. - Le dije, intentando tomar un poco de humor.

- Buenos días. -Respondió él.

- ¿La gotera del fregadero? -Pregunté.

- Si. -Dijo Sebastián. -Y ahora que lo pienso, debí dejar eso así. Desde que estoy aquí abajo, no ha dejado de gotearme en la camisa, y ahora está empapada. -Expresó, claramente frustrado. -Y aun no logro arreglarlo. -Comentó, mientras le daba unos golpes a una de las tuberías.

- De esa forma no arreglaras nada. -Comenté. -Ya sal de ahí, déjalo así.

- No es que me rinda...-Comentó, mientras salía de allí. -... pero por hoy, no seguiré en esto. - Dijo y, apoyándose con sus brazos, terminó de salir del lugar. Acostado ahora en el suelo, pude ver lo empapada que estaba su camisa, por lo que no pude evitar reír.

- No te rías. -Dijo él. - Odio los fregaderos. -Reí un poco más y luego fui a las escaleras. Las subí, entré a su cuarto y agarré una de sus camisas, acto seguido salí de allí y me dirigí de nuevo a la cocina.

- Ten. -Dije, mientras le lanzaba una camisa verde. -Cámbiate.

- Gracias. -Respondió, mientras se colocaba de pie. ¿Y Nevado?

- En mi cuarto. -Respondí. -Seguía dormido y no quise molestarlo.

-Ah, ya. -Respondió él, y acto seguido, se quitó la camisa para colocarse la nueva. En ese instante, vi un gran número de cicatrices que se hallaban en diferentes partes de su cuerpo, pero la que más me llamó la atención fue una gran "S" que surcaba gran parte de la región derecha de su pecho. Bajé la mirada, para que pensara que no lo había visto, sin embargo, ya se había dado cuenta.

- Cuando me salvaste aquel día... -Empezó a explicar, mientras se colocaba la otra camisa. - Yo acababa de escapar de las manos de un psicópata. Me torturó durante varios días, junto a otra persona, quien se volvió mi amigo, y cuando por fin íbamos a escapar, lo asesinó. - Dijo, bajando la mirada. - Aunque yo no corrí con la misma suerte.

- ¿Y qué pasó con el psicópata? -Pregunté. Nunca pensé que había pasado por algo así.

- Murió. -Respondió. -Los soldados de los que me salvaste acabaron con él. -En ese instante, recordé aquel cuerpo tirado en el medio de la calle. Sebastián se veía claramente afectado por el recuerdo, pues quedamos ambos en silencio.

- ¿A quién le toca salir hoy? -Pregunté, rompiendo con el silencio y cambiando, tal vez bruscamente, la conversación.

- A ti. -Respondió él, levantando la cabeza y señalándome con un dedo.

En la Sombra de los SoldadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora