i. ¿qué hace ese perro en casa?

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—¡Effy Bones, ¿quién te dio permiso para salir?!—dijo Rachel al ver entrar a su hija como si nada al living—

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—¡Effy Bones, ¿quién te dio permiso para salir?!—dijo Rachel al ver entrar a su hija como si nada al living—. ¿Qué hace ese perro en casa?

Rachel se había quedado dormida mientras veían por milésima vez la película favorita de Effy, se volvió fanática de esa cinta después de que le dijera que a su padre también le gustaba, y cuando se despertó se encontró con que su hija no estaba en el sillón con ella. Al inicio no se preocupo mucho pensando que estaría en la cocina o en su habitación. La desesperación comenzó en el momento en que recorrió toda la casa y seguía sin aparecer por ningún lado. Sus nervios aumentaron al ver que estaba oscureciendo, no tenía idea desde qué hora la pequeña rubia se hallaba a fuera. Salió un par de veces y dio vueltas por toda la manzana para ver si estaba cerca. A pesar de que vivían en un buen barrio muggle no podía evitar preocuparse. Finalmente había decidido llamar a la policía cuando Effy apareció en la sala.

El tío vino con Susan. No te despertabas así que decidimos ir al parque sin ti.

Un suspiro salió de los labios de Rachel. Amaba a su hermano pero tenía la mala costumbre de no avisar con anticipación sobre sus visitas. En una ocasión tuvo que borrarle la memoria a una de sus vecinas porque, sin previo aviso, salió de la chimenea. La señora Chase se había puesto a gritar cono loca mientras lo miraba horrorizada. Cuando le contaron a su hermana, Amelia Bones, sobre ese episodio ella no perdió el tiempo y comenzó a reprenderlo por ser tan descuidado. A partir de ahí el mayor de los hermanos empezó a esperar en la puerta como cualquier persona normal.

—Por lo menos pudieron dejar alguna nota—se quejó la mayor cruzándose de brazos—. Repito, ¿qué hace ese perro en casa?

—Lo encontramos en el parque—respondió mientras acariciaba al canino—. ¿Podemos adoptarlo?

Justo en ese momento el perro se sentó y bajo las orejas mientras la miraba. Rachel sintió pena por el animal, se veía descuidado, demasiado flaco, muy sucio. Se preguntó cuando fue la última vez que comió  y cómo terminó en la calle.

Estaba dudando sobre si era una buena idea adoptar un perro. El problema no era que no le gustará los perros, de hecho durante su niñez tuvo uno, sino que cuando ella y Effy volvieran a Hogwarts, en donde Effy estudiaba y ella trabajaba, nadie podría hacerse cargo del can. Además que al ser un perro de la calle quizás tardarían más en poder educarlo. También tendrían que ocuparse de ver que tuviera todas las vacunas y que no se hallará con parásitos.

—Vamos, mamá. Mira esa carita—dijo Effy. El perro comenzó a mover la cola haciendo ruido al chocar contra el piso—. Por favor.

—¿Quién lo cuidará cuando vayamos a Hogwarts? No puedes llevarlo.

—Trabajas allí. Podrían hacer una excepción—dijo la joven con una sonrisa arrogante. Ese gesto la hizo parecer a su padre.

Cuando Effy quería algo hacia lo que sea para conseguirlo y no daba el brazo a torcer. El sombre le había dicho que con esa determinación podría llegar a grandes cosas si iba a la casa de las serpientes. En ese momento rechazó por completo la idea de ser parte de Slytherin pero en la actualidad se arrepentía. Los de su casa, Hufflepuff, eran débiles y nadie los tomaban en serio. Además que con unas simples palabras podían convencerlos de hacer cualquier cosa. La otra vez había evitado que uno de los prefectos le restará puntos por no estar en la clase de Snape diciéndole que le tenía miedo y que no quería volver a sufrir una humillación de su parte por realizar mal una simple poción.

—O podríamos decirle al tío que lo cuide por nosotras—dijo al ver la mirada que le daba su madre.

Sabía que su tío no tendría problema. Le encantaban los perros. Además que nunca le negaba algo por esa razón lo prefería a él en lugar de su tía Amelia. Para Effy era evidente que la favorita de su tía era Susan; al principio le molestaba pero dejó de darle importancia después que a su tío le dijera que el problema no era con ella si no que Amelia odiaba a su padre. Pensaba que su tía era una persona inmadura por no quererla sólo por compartir ADN con una persona que le caía mal. No tenía idea de quién era su progenitor pero estaba segura que no había hecho nada malo y que Amelia sólo lo odiaba por alguna tontería. Solía ofenderse por cosas insignificantes.

—Mamá, podría morirse si pasa otro día en la calle. Estaba demasiado flaco y si se pelea con otro perro por un pedazo de comida, es evidente que saldrá muy lastimado. Morirá y será por tu culpa—dijo Effy con los ojos vidriosos, utilizando otra herramienta para poder convencerla: la culpa.

Una mueca apareció en la cara de Rachel al imaginarse la escena. El pobre perro luchando contra otro mucho más grande y terminando todo lastimado, con grande heridas y sangre...O muriéndose por culpa del frío y la falta de comida. Estaba muy delgado, se podía ver claramente sus huesos, y su pelaje, tenía algunos pelos enredados que formaban rastas, no parecía darle calor.

En ocasiones le costaba mucho decir  no a los pedidos de Effy. Y esta era una de ellas. Se suponía que debería darle un castigo por haberla asustado y salir sin avisar pero no, ahí estaba a punto de adoptar perro de la calle. Algo le decía que si el padre de Effy estuviera presente la hubiera mandado directo a su habitación sin ni siquiera otorgarle la oportunidad de que una palabra saliera de su boca.

—Está bien. ¡Pero nada de dormir en la cama!—agregó rápidamente al ver como su hija sonreía en grande.

El can comenzó a dar vueltas alrededor de Rachel, sin dejar de mover la cola. La mujer se agachó para acariciarlo mientras el le daba besos en la cara.

Asi fue como Sirius Black terminó durmiendo, en su forma de animago, junto la chimenea y siendo tapado por una gruesa manta. Ese sólo era el inicio de su estadía en la casa de los Bones.

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DOG ✧ SIRIUS BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora