Capítulo XXVI: Aquí comenzó todo

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Araulee

17 de septiembre del 2018

Me moría de sueño.

¿Por qué los vuelos tenían que ser en la madrugada? Ah, sí, porque no debía ser vista con Joel. Pequeño detalle.

Me froté los ojos y me acomodé mejor en su hombro, quien estaba tecleando en su celular. Me pregunté con quién estaría chateando a las cuatro de la mañana, pero estaba tan cómoda que no me quise mover para echarle un vistazo a la pantalla. Después de todo, eso era de mala educación, ¿verdad?

En fin.

Patricia estaba frente a nosotros leyendo un folleto de la gran pila que había en aquella sala de espera. Levantó la mirada apenas sintió la mía y me regaló una sonrisa dulce. Estaba fresca como una lechuga, parecía que hubiera dormido sus ocho horas completas.

Faltaban unos minutos para que pudiéramos abordar el avión con destino a Los Ángeles. Después de tres años volvería a mi estado natal y no sabía cómo sentirme al respecto.

—¿Puedes creer que los chicos siguen de fiesta?

Cerré los ojos.

—¿En serio? Admiro ese aguante —dije. Nosotros dejamos aquel club cerca de la una y apenas habíamos dormido como una hora en el hotel. Ocupamos el tiempo en otras actividades... como preparar nuestro equipaje—. ¿Por qué Erick y Zabdiel no celebraron allí?

—Tomaron sus vuelos apenas salimos de la premiación —contestó—. Erick pasará una semana en Cuba y luego regresa a la Florida. Zabdiel sí estará todo su descanso en Puerto Rico.

Hice el amago de asentir. Imaginaba que ellos sí estaban muy emocionados por volver a la tierra que los había visto nacer luego de dar tumbos por el mundo con su música.

Nos levantamos en cuanto la operadora anunció que podíamos enfilarnos para abordar nuestro avión. Joel prácticamente tuvo que arrastrarme detrás de él.

Me acomodé en mi asiento lista para pasar un poco más de cuatro horas recuperando las horas de sueño perdidas. Joel se acomodó a mi lado, quedando en medio de su madre y yo. Tomó la mitad del contenido de su botellita de agua de un solo trago.

—No te sorprendas si la atención es mala —Me advirtió—. En cada vuelo que he tomado de esta aerolínea la experiencia ha sido un asco.

Me reí sin poder evitarlo. Era muy extraño oírlo quejarse de algo.

Él me guiñó el ojo y no supe más de nada ni de nadie, debido a que caí en un sueño profundo.

(...)

Me desperté sobresaltada.

Me incorporé desorientada en el asiento mirando a mis lados, Joel tenía la mirada fija en su celular, casi sin percatarse de los movimientos bruscos que hacía el avión en pleno aterrizaje. A su lado, Patricia se aferraba con fuerza al asiento.

—¿Está todo bien? —Le pregunté a Joel apenas aquella cosa del demonio se detuvo del todo y pude respirar con tranquilidad.

Él me volteó a mirar lentamente, casi sin querer despegarse de la pantalla. Le fruncí el ceño.

—Sí, sí, tranquila —respondió dándome una sonrisa tensa—. Está todo muy bien. ¡Bienvenida a Cali!

Me hundí en la butaca sin saber cómo reaccionar exactamente. Después de tres años estaba aquí. Finalmente. Después de mucho negarme había vuelto al punto de inicio y final de todo.

Me levanté sin responder, después de todo al parecer Joel no estaba de buen humor para charlar. Quizá estaba cansado. No tenía pinta de haber pegado un ojo en todo el viaje.

Mientras esperábamos por nuestras maletas le mandé un mensaje a mi madre avisándole que ya estaba en Los Ángeles. Le pregunté si acaso deseaba que me quedara a esperarla pues su vuelo apenas despegaba al mediodía. Me dijo que no, que podía irme con Joel a Hesperia y nos veríamos allí.

No podía negar que lo más me hacía ilusión era volver a ver a mi mamá. Había mucho que contar.

Le eché un vistazo al chico a mi lado con anteojos oscuros y gorra de beisbol que ocultaba el cabello ondulado que tanto me gustaba.

En un impulso quise entrelazar mi mano con la de Joel, pero él escogió ese momento para acercarse la cinta y chequear los equipajes. Ninguno nos pertenecía. Una punzada se instaló en mi corazón ante la sensación de rechazo.

Sin embargo, no comenté nada al respecto, pero toda la situación me parecía muy extraña.

Cuando tuvimos todas nuestras maletas nos dispusimos a salir de aquella sala y mezclarnos con los demás pasajeros que transitaban de un lado al otro hacia las salas de abordaje, de espera o, como nosotros, hacia la salida.

Joel habló y lo que dijo me dejó congelada en el sitio:

—Lo mejor será que nosotros salgamos por la salida sur y tú por la del norte —Me indicó. Patricia le lanzó una mirada contrariada—. No te preocupes, te recogeremos para ir a casa.

—No —Le interrumpí levantando mi mano—. No. Si es así, prefiero tomar un taxi.

Joel se quitó sus gafas y me miró con tal indiferencia que me dolió. ¿Por qué de pronto se comportaba así?

—Si eso es lo que quieres, está bien.

—Joel. —reprendió Patricia con la misma confusión cruda que yo sentía.

No lo soporté más y lo jalé apartándolo en una esquina para que, sea lo que sea que tuviera que decirme, solo los escucháramos nosotros dos.

—Bueno, Joel, ¿cuándo piensas decirme qué rayos es lo que te pasa? —Lo enfrenté apretando las correas de mi mochila—. Y no te atrevas a decirme que nada, que todo marcha de maravilla, cuando hasta para un niño de cinco años resultaría evidente descubrir que nada está bien. Desde que nos bajamos del avión has estado comportándote de manera extraña. ¿Para eso me trajiste hasta aquí? Porque si quieres puedo marcharme...

—Alguien nos grabó y nos tomó varias fotos anoche mientras nos besábamos y bailábamos —soltó interrumpiendo mi discurso. Solté el agarre y lo miré a los ojos. Nunca antes lo había visto tan preocupado—. Todo fue publicado. Las fans se enteraron de lo nuestro.

Froté con ímpetu mi frente.

—¿Qué vamos a hacer?

Él apretó los labios sin querer darme una respuesta. Le insté a que hablara de una vez por todas.

—Nuestro mánager me dijo que lo que debíamos hacer es separarnos durante un tiempo hasta que se calmara un poco el asunto —respondió. Sentí que mi corazón se resquebrajaba—, pero yo no quiero eso. Todo lo contrario. Quiero pasar la siguiente semana contigo. Y las siguientes. Toda la vida si es posible.

Inhalé hondo y descubrí que hasta respirar en ese momento dolía. Me dolía el pecho, las lágrimas me nublaban la vista, las palabras no dichas me quemaban la garganta y sobre todo, me dolía ver la mirada contrariada de Joel. Era notable que en su interior se libraba una batalla entre lo que deseaba y lo que debía hacer.

Así que lo ayudé a tomar una decisión.

—Vete —Alcé la barbilla señalando a Patricia, que se removía nerviosa mirándonos—. Tu madre te está esperando. Hablamos luego.

Meneó la cabeza.

—Ara...

—Vete, Joel.

Por primera vez quien se marchó fue él y no yo.

Y ardió como el infierno. 

Hasta verte otra vez [Joel Pimentel] #HDA2Où les histoires vivent. Découvrez maintenant