Capítulo 20

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—Me voy, Luca.

—¿A qué hora volverás?

—No, me voy a mi casa.

Levanté la vista del periódico que estaba leyendo sentado en el sofá. Anthony se había peinado y calzado. No llevaba nada encima, porque no tenía nada más que su ropa hecha jirones el día que Gio y yo cargamos con él hasta mi casa. Estaba muy serio, algo tristón, diría yo.

—¿Por qué?

—Tengo que estudiar, ya lo sabes.

—¡Qué obsesión! —exclamé—. ¿De verdad crees que vale la pena?

No me respondió, pero con su mirada me dejó claro que ya había tomado una decisión y que no había vuelta atrás. 

—Ya te devolveré tu ropa cuando recupere la mía.

—No corre prisa. Esa que llevas encima era heredada de Matteo.

Nos quedamos un rato mirándonos, sin saber qué decirnos. 

—Déjame que te acompañe —dije.

Anthony asintió. En el fondo estaba aterrado. No sabía como reaccionarían sus padres ni si estaba haciendo lo correcto. Creo que agradeció que lo acompañase.

Me calcé y me puse la chaqueta. Después salimos a la calle. Se me hizo eterno el camino hasta su casa, principalmente porque Anthony no paraba quieto. Se frotaba la muñeca, se lamía el labio y respiraba aceleradamente. Parecía que en cualquier momento iba a salir corriendo. Yo no era capaz de imaginar lo mucho que debía temer a sus padres para comportarse así. Sus ganas de seguir estudiando debían ser muy grandes para obligarse a regresar a esa familia fría, cruel y superficial. 

Llegamos a su puerta. Él levantó su dedo para pulsar el timbre, pero no se atrevía a tocarlo. No sabía que cosas estaban pasando por su cabeza en ese momento ni cuántos traumas estaría reviviendo, pero tenía el ceño fruncido y sudaba. Le temblaba la mano como a una vieja y sus ojos parecían estar cubiertos por una densa niebla.

—Estoy contigo —le dije.

Anthony me miró y sonrió amargamente. Una vez entrase por esa puerta, no habría nada que yo pudiese hacer, ambos lo sabíamos, pero mis palabras le dieron el coraje necesario para timbrar. Se escucharon pasos y una llave abriendo. La figura del padre de Anthony apareció ante nosotros. Intimidaba tanto que ambos agachamos la cabeza. Sin decir palabra, llevó su mano derecha a la nuca de Anthony y lo guió al interior de la casa para cerrar la puerta con un ruido sordo. 

Me quedé en la puerta esperando escuchar algo: un golpe, un grito, un insulto... Algo. Pero no ocurrió nada. Solo escuchaba el ruido de la calle. Me di la vuelta, y entonces vi a la madre de Anthony y a su hermana:

—¿Ha vuelto? —preguntó la mujer.

Asentí. Ella corrió hacia la puerta pero yo la agarré por un brazo antes de permitirle abrir la puerta. Nunca había hecho nada igual, pero en ese momento estaba tan enfadado por lo que le habían hecho a mi amigo que no pude controlarme. 

—Un solo golpe, un solo insulto, y quemaré esta casa hasta los cimientos, ¿entendido? Me da igual quién esté dentro, me dan igual los motivos: si me entero de que le tocáis un solo pelo, arderá esta casa con vosotros dentro. ¿Lo habéis escuchado? 

Había pillado a la mujer por sorpresa y me miraba muy asustada. Parecía que se lo había creído, aunque yo no me veía capaz de cumplir mi amenaza. Tenía la esperanza de que, por una vez en la vida, la mala fama que habíamos cogido los italianos esos últimos años sirviese para algo bueno. 

La señora Williams asintió, yo la solté y dejé que entrase en casa para ver a su hijo. En realidad, la madre de Anthony no era mala con él directamente. Era una mujer tonta, ingenua y pasiva, que permitía a su marido maltratar a Anthony, pero en el fondo, quizás ella también tuviese miedo. Era la única persona de su familia que parecía quererlo al menos un poco.

***

—Hola —saludé al entrar en casa.

—Pensé que eras Mamma.

Me fijé entonces en que Matteo estaba en casa.

—¿Y tú por aquí?

—Dice que tiene algo que anunciarnos —respondió Tosca mientras le servía un té.

—¿De qué se trata?

—Bueno, pensaba decíroslo a todos juntos, pero... me voy a casar —dijo muy sonriente.

Me puse pálido. No podía ser... Me senté frente a él, rezando porque no fuese con quien yo creía.

—¡Maravilloso! —dijo Tosca antes de abrazarlo.

—¿Con quién? —pregunté secamente.

—Con Brenda, la española. —Mis peores temores se confirmaron—. He hablado con ella, con su madre y con su tía y a las tres les parece bien. 

—Eso no puede ser. 

Tosca me miraba fijamente, con el ceño fruncido. Ella quería que me alegrase por él, o por lo menos que lo fingiese, pero yo no era capaz. Por una vez en la vida, mi hermano estaba siendo simpático y agradable y yo se lo pagaba con mi desprecio.

—¿Por qué no? —preguntó, todavía sonriente.

—Tú eres fascista. Ella republicana. Los tuyos mataron a su padre.

—Luca, yo la quiero, y ella me quiere a mí. Estamos enamorados. ¿No basta eso para salvar nuestras diferencias?

—Puede que durante un mes o dos, a ver cuanto duráis.

La sonrisa de mi hermano empezó a vacilar. Tosca me dio una patada por debajo de la mesa.

—Quiero que sea la madre de mis hijos, y quiero envejecer junto a ella. Pensé que te alegrarías por nosotros.

—Matteo, déjalo, no le hagas caso. —Tosca lo agarró de un brazo—. Tiene un mal día, eso es todo.

—Puede que hayas logrado engañar a Brenda, pero yo sé qué tipo de persona eres en el interior —dije ignorando los intentos de Tosca de calmarnos—. Eres un cerdo. Un cerdo violento y egoísta. No te mereces ni que te permitamos entrar en esta casa.

Matteo se puso en pie.

—Luca, no quiero enfadarme contigo en este día.

—Es tan bueno como cualquier otro.

—Me voy, Tosca. —Matteo recogió su abrigo—. Díselo a Mamma de mi parte. —Le dio un beso en la mejilla a nuestra hermana—. No entiendo qué bicho te ha picado hoy, pero espero que se te pase pronto.

Matteo se marchó por la puerta y Tosca me empezó a echar la bronca. Ni siquiera la escuchaba, solo era capaz de pensar en que Brenda había preferido a mi hermano. Puede que yo no hubiese hecho más que admirarla en silencio e intentar tontear torpemente con ella en alguna ocasión, pero me dolió igual. Llevaba una mala racha, unos meses en los que absolutamente todo me ponía de mal humor. Ni siquiera sabía por qué. Por una vez en la vida, todo le iba bien a mi familia, pero yo me sentía peor que nunca. Quizás fuesen las hormonas, o quizás mi primer desamor. El caso es que me sentía débil y cansado de estar tanto tiempo enfadado.

—¡Luca! ¿Me estás escuchando? 

Alcé la cabeza, y ella vio que tenía los ojos húmedos y un nudo en la garganta. Me sentía patético llorando por algo que nunca había tenido. 

—Luca... —Relajó su tono y se sentó a mi lado—. Lo siento, pero tienes que aceptarlo.

Apoyó mi cabeza sobre su hombro y me acarició el pelo. 

—Soy un idiota. 

No sabía que lo mejor estaba por llegar, que en unos años conocería a una chica maravillosa y que lo significaría todo para mí. Sí, lo de Brenda dolió, pero no fue más que un estúpido flechazo adolescente, un sueño recurrente, una fantasía inalcanzable. Si no le he dado más importancia, es porque realmente no la tuvo. O quizás si la tuvo, pero me avergüence reconocerlo.

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